Roxana dormía cuando de repente sintió su manta deslizándose lentamente por su cuerpo, dejándola al descubierto en su camisón. El aire frío se precipitó sobre su piel antes de que sintiera una sombra devolverle algo de calor. Se volteó boca arriba y abrió los ojos. La sombra de un hombre se cernía sobre ella y, al acercarse, vio aquellos ojos azules como joyas.
—Alejandro.
—Roxana —susurró él su nombre, llevando los dedos a acariciar su mejilla. Roxana se estremeció cuando los pasó sobre sus labios y luego hacia su cuello y pecho. Y entonces sintió su fuerte cuerpo sobre el suyo y su corazón dio un vuelco. Su mano se deslizó bajo su camisón, sus dedos jugueteando a lo largo de su muslo. Su cálido aliento le hacía cosquillas en el cuello y luego en la oreja.
—Roxana —susurró él, pasando su caliente lengua sobre su oreja. Le hacía cosquillas y ella levantó el hombro.
—Ah, Alejandro.
Él pasó su caliente lengua por su oreja de nuevo.
—Roxana.
—Alejandro.
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