—Ella es tuya, Angélica. Deberías ponerle nombre —dijo él.
—Lo sé, pero tú me la diste. Será más especial si tú le pones el nombre, así puedo llamarla como tú la nombraste.
—No soy bueno con los nombres —dijo él.
—No estoy de acuerdo. Me gusta el nombre que me diste.
—Eso no es un nombre —dijo él—. ¿Estaba diciendo que ella era un ángel?
El señor Rayven miró pensativo a la yegua mientras la acariciaba suavemente. —¿Qué tal Amor? —preguntó.
¿Amor?
Él le regaló Amor.
—Me gusta mucho —ella sonrió ampliamente—. Bienvenida a tu nuevo hogar, Amor —dijo acariciándola también.
La llevaron al establo donde se quedaban los caballos del señor Rayven. Angélica no podía apartar la mirada de ella. Era tan hermosa. El señor Rayven también parecía feliz siempre que estaba cerca de los animales.
—Amas a los animales —dijo ella—. Mi madre solía decir que alguien que ama a los animales nunca puede ser una mala persona. ¿Amabas a los animales como Demons?
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