—¡Liddy! —exclamó asombradamente Adeline, aunque ya había hecho ese atrevido comentario directamente a Elías anteriormente.
—Solo bromeaba, por supuesto —comentó Lydia—. Pero si lo estás pensando… poseo varias casas y condominios, todos los cuales puedes ocupar si quieres huir de tu esposo dominante.
Adeline rió en voz baja. —No creo que huya de él. A lo sumo, lo echaré de su dormitorio.
Lydia levantó una ceja. Apoyó su barbilla en su brazo y observó a su bonita amiga. Adeline no hacía nada, y de todas formas, Lydia se enamoró. Había algo tan tranquilizador en la presencia de Adeline.
—Suena como si ya lo hubieras hecho antes —mencionó Lydia.
Adeline sonrió tímidamente. Justo entonces llegó la comida. Una camarera entró con una bandeja de comida, cubierta por una campana de plata. Los utensilios estaban tan pulidos que reflejaban más que un espejo. Su ánimo se iluminó al ver el filete, jugoso y húmedo.
—Una o dos veces —admitió Adeline.
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