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Adeline estaba cómoda. No le importaba el silencio entre ellos, y el único sonido que llenaba el pasillo eran sus pasos. Se dejaba arrullar por su respiración, compuesta y tranquila. Su abrazo era cálido, a pesar de su toque helado. Sus brazos, que actuaban como jaulas, eran un lugar en el que ella encontraba confort.
Al ser llevada en sus brazos, Adeline se recordaba de lo fuerte que era él. No sudaba, no se quejaba, no bromeaba. Su respiración era normal y en ningún momento forzada.
—¿Ahora te estás durmiendo en mis brazos? —bromeó Elías con voz baja y sensual.
Adeline se estremeció ante su respuesta. Su voz era una seducción sin esfuerzo que la envolvía como seda. Todo lo que él hacía era una tentación que ella no podía permitirse.
—A pesar de tus músculos, eres bastante cómodo —admitió ella con un tono pequeño y cansado.
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