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Prólogo: Un destino sólo para ti  

Remia, Isla Rem, Palacio Real - 14 de Mayo - Año 495

 

El olor a podredumbre y humedad era intenso en los calabozos del subsuelo del Palacio Real de Rem. En sus dieciocho años habían sido incontables las veces que estuvo ahí, pero no paraba de caer en el mismo lugar luego de enfrentar a su padre. Este lo golpeaba y lo encerraba por días, una vez llegó a estar un mes entero en ese lugar. Cada vez que sucedía, su corazón no paraba de latir con fuerza en ningún momento... Pero no era miedo, ni cobardía, ni se sentía intimidado por él... Era ira, odio, desprecio... Asco... Era todo lo malo que alguien podría llegar a sentir hacia otra persona, eran unas ganas intensas de destruirlo, de quitarlo de su vida para siempre... Acabar con él, acabar con todo.

Sentía muchas cosas hacia él. Todo, menos amor... Ese sentimiento sólo se guardaba para la única persona que siempre lo sacaba de ese lugar. Y que sufría incluso más que él todo lo que ese hombre le hacía. A él no le importaba salir dañado con tal de protegerla... Pero ella, ella se preocupaba por él, y siempre ponía su vida en riesgo para protegerlo... En vano, porque nada hacía que él parara, y ella... Ella sólo salía dañada... Tal situación hacía hervir la sangre del chico. Ver a su madre en ese estado era lo que más lo motivaba a acabar con todo, a pelear por ella... A sacrificar su vida si era necesario... Pero ella... Quería todo lo contrario.

 —Rygal... ¿Estás ahí?

Recostado en una esquina de la pequeña y fría celda, entre tanta oscuridad y suciedad, ahí la voz de su madre le dio un poco de luz.

 —Mamá... ¿Qué haces aquí? Si él te viera. —Sólo pensar en eso lo hizo estremecerse.

 —Shh... No pienses en eso... Se fue, no creo que venga por algunos días, quédate tranquilo —dijo Linda, abriendo el candado de la celda—. Ayúdame, no puedo abrir la puerta... Está atascada. —Su fuerza no era suficiente, pero cuando la pudo mover un poco, al fin sintió la mano de su hijo posándose sobre la suya.

 —No lo hagas... Vete —dijo Rygal, acercándose a los barrotes de acero.

 Linda quiso llorar cuando vio el rostro de su hijo. Destrozado, el hermoso rostro de su hijo estaba indistinguible, tenía manchas de sangre seca alrededor de sus labios y saliendo de su nariz, sus ojos negros y una cicatriz que cruzaba su frente.

 —Por Sun... ¿Qué te hizo? —preguntó horrorizada.

 —Nada, mamá... Lo de siempre, de todas formas, no importa... ¿Te hizo algo a ti? —preguntó Rygal, acercando su mano al rostro de su madre. No podía ver muy bien, con la oscuridad del lugar y sus ojos medio cerrados apenas podía distinguir la figura de su madre frente a él. Pero cuando la pudo acariciar supo que ella estaba sana y salva—. No te hizo nada... Mejor así —agradeció bajando el rostro.

Se retrajo en la celda y volvió a su lugar. Le tocaría esperar su turno. 

 —Rygal, por favor, déjame sacarte de aquí... ¿Vas a hacerme siempre lo mismo? —protestó Linda.

 —Siempre que hago lo contrario terminas pagando las consecuencias... Él no te hizo nada, mientras esté aquí estás a salvo, y si tengo que estar aquí el resto de mi vida, mejor... No vas a sufrir más, mamá.

 —Te necesito, Rygal... Me siento sola sin ti... No sé qué hacer, no puedo seguir viéndote en ese estado.

Con el apenado pedido de su madre, Rygal abrió la puerta de la celda y se paró frente a ella. Lo último que quería en ese momento era hacerla llorar.

 —Rygal. —Ella alzó su mano hasta tocar el rostro de su hijo, lo acarició y sintió la superficie de su piel áspera. Eran las heridas que todavía no se habían cerrado—. Vamos, te curaré —añadió, tomándolo de la mano.

Rygal sólo la siguió.

 Caminar detrás de su madre no le daba nada de valor, la seguridad de ella siempre fue su prioridad y nunca tuvo la fuerza necesaria para evitar que sufriera los maltratos de su padre. Habían sido unos largos dieciocho años, donde la violencia que vivía en su casa había afectado demasiado su mente. Los pensamientos más oscuros que alguien podría pensar habían estado ahí desde que él se dio cuenta de la realidad de su familia... Un padre golpeador y una madre sumisa. Y culpa del poder e influencia de su padre sobre ellos jamás pudo verse como su igual. Jamás pudo vengarse de él y salvar a su madre... Jamás pudo hacerle pagar por todo lo que le había hecho... Jamás.

 Nació sólo dos años después de que Remia fuera fundada. En ese momento no era más que una isla en crecimiento, apenas algunas viviendas de piedra y calles de polvo, ni siquiera existía el palacio donde comenzó a vivir a la corta edad de cinco años. Este fue construido por su padre y los líderes de las cinco familias fundadoras. La antigua élite del desaparecido Imperio Indil.

 Sus padres se conocieron sólo dos años antes que él naciera, al final de la Cuarta Guerra Mundial. Linda era una joven enfermera nacida en Indil, en esa época sólo tenía dieciocho años. Ella había aprendido el arte medico gracias a su madre, quien también había sido medica de guerra pero que lastimosamente había muerto en un ataque a la frontera este de Fons e Indil. Linda siempre fue una persona altruista, siempre pensaba en los demás, y su vocación de medica fue consecuencia de su mayor deseo: Salvar a la mayor cantidad de personas posibles. Ella le daba un valor especial a la vida de los demás, y siempre que alguien a quien curaba perdía la vida se sentía muy mal, y pasaba días bajó una profunda tristeza. Tal como su madre, ella curaba a los heridos en batalla, aquellos que luchaban contra las potencias de Fons y Bellum Giant. Una defensa comandada por Ryhan Di Rem... El poseedor del Scire. Y cuando al final de la guerra los habitantes que quedaban de Indil se unieron para escapar hacia el norte, más concretamente hacia una isla lejos del Continente Central, ellos lideraron el desembarco en la Isla Rem, ahí se enamoraron, o quizás sólo lo hizo ella... Ya que en ese momento jamás creyó que podría llegar a vivir ese infierno a su lado.

Lastimosamente, la guerra entre Indil y Fons, respaldada por Bellum Giant, tuvo devastadoras consecuencias para los indiles, su cultura y nación fueron erradicados completamente, y junto a ellos, todo su territorio fue tomado por Fons. Apenas quedó una cuarta parte de toda la población inicial. Algunos huyeron hacia el oeste, más allá del Gran Desierto de Infiana, y los demás siguieron a su líder, Ryhan, hacia lo que él llamaría: «La tierra prometida».

 Ryhan y Linda se casaron apenas unos meses después de instalarse, cuando la sociedad de Remia apenas comenzaba a formarse, desde cero. Vivieron bien el primer año, aunque Ryhan no era tan joven como ella, él tenía veinticinco años, todavía no había estado en una relación, así que su primera experiencia se vería con Linda, esa primera experiencia floreció cuando engendraron a Rygal. 

 Hasta que el niño nació todo parecía rosas y colores para Linda. Ryhan no podría considerarse un mal hombre, se había tomado el trabajo de formar un Consejo que liderara al nuevo pueblo remiano, se había proclamado su rey, y se había hecho cargo de todo: Economía, relaciones internacionales, militarismo, y sociedad. Tenía madera de líder, tenía un carisma excepcional para inspirar a las masas, pero eso no lo convertía en alguien infalible, porque detrás de todo, el infierno comenzó. 

 La primera vez que Rygal comenzó a sospechar que algo extraño sucedía en su casa fue con cuatro años. Su madre lo había llevado a la cama como todas las noches, le contó un cuento y le dio un beso antes de dormir, luego se fue, apagando la luz y cerrando la puerta. Rygal se durmió. Esa misma madrugada su sueño se vio interrumpido por varios golpes y gritos, él al principio creyó que estaba soñando, pero apenas abrió los ojos y se despertó completamente estos habían acabado. No le dio demasiado interés, no hasta que al otro día vio el rostro de su madre: «Me tropecé en el baño, cariño», fue lo que ella le respondió cuando Rygal indagó en el motivo por el cual tenía un moretón en el ojo. Ese tipo de mentiras se hicieron frecuentes desde ese punto hacia delante, incluso luego de haberse mudado al palacio, Rygal seguía escuchando los gritos y golpes por los anchos y largos pasillos que eran invadidos por la oscuridad de la noche.

 Seis años... Esa fue la edad que tenía en el momento el cual llegó ese punto de inflexión en su vida. Una noche fría de noviembre no podía dormir, su madre había estado todo el día en cama, al parecer estaba enferma, así que fue una empleada del palacio quien lo llevó a la cama, pero la comodidad no era la misma, él ya estaba acostumbrado al trato de su madre, a su cuento antes de dormir y su beso de buenas noches. Ella estaba enferma, así que lo mejor que se le ocurrió fue ir a su cuarto y esta vez ser él quien hiciera eso por ella. Pero cuando llegó a la puerta de su habitación todo se unió en su mente, y con los gritos de su madre aturdiendo sus oídos se paralizó. La puerta estaba semiabierta, y esa línea que dejaba ver hacia dentro era lo suficientemente ancha como para que el ojo de Rygal se colara por ella y viera la peor imagen que alguna vez pudo ver en su corta vida. Quizás ese fue el momento que cambió su mente, que lo afectó hasta el punto de convertirlo en un ser sediento de sangre y venganza... Quizás ese fue el momento que erradicó la última chispa de inocencia de su alma... Quizás ahí fue cuando su destino se marcó.

 Él sabía que no había sido la primera ni la última vez. Cada vez era peor, incluso cuando comenzó a meterse para intentar defender a su madre, no podía con la fuerza de su padre. Pero su peor y más traumática vivencia fue aquella en la cual su padre abusó sexualmente de su madre enfrente de él. 

 Nunca pudo quitarse esa horrible y asquerosa imagen de su mente, ni tampoco la sensación tan ruin que en su cuerpo se atizó, como una eterna cicatriz. El desconsolado llanto, y los desgarradores gritos de su madre eran una y otra vez repetidos hasta el hartazgo en sus pesadillas. No podía olvidar la repulsiva y perversa sonrisa que Ryhan tenía enmarcada en su rostro, esa mirada de superioridad que lo rebajaba hasta el punto de no poder moverse de la impresión y el dolor que esa escena le causaba. No podía limitarse a ignorar el hecho, Ryhan no lo dejaba desviar la mirada, y su llanto no cesaba. «Mamá, mamá, mamá... Deja de sufrir por favor», rogó... Pero no había otra cosa que entrara en su cabeza en ese momento, no podía dejar de sufrir. Era el acto más cruel al cual alguien podía recurrir para intentar demostrar su dominio, su poder o su influencia... Pero no daba más que repugnancia, asco y abominación. Rygal recordaba perfectamente como su garganta fue destruida al su voz desgarrarse de tanto gritar el nombre de su padre... Pero la respuesta siempre era la misma: «Soy tu padre... Tú nunca podrás decirme que hacer».

 Cuando el momento terminó, Ryhan abandonó la habitación. Rygal no podía moverse, su madre se había desmayado. El ambiente era tan decadente y crudo que él podía asegurar que nunca vería algo igual. La muerte y el sufrimiento no era nada comparado con todo lo que había pasado esa noche en esa habitación. Los ojos de Rygal habían sido espectadores de la bajeza más baja de la humanidad, y esa mente algo perturbada terminó por absorber tanto odio, oscuridad e inhumanidad que desde ese momento nada iba a poder pararlo en su camino de venganza, incluso aunque en su camino tuviera que perderlo todo... Porque si no pudo salvar a su madre, el resto nunca iba a importarle tanto como sí lo hizo ella... Alguna vez en su camino quizás encontraría la manera de vencer a su padre, pero hasta que ese momento llegara sólo tenía que seguir soportando y soportando todo lo que esa basura incapaz de llamarse ser humano les hacía pasar. 

Y vivió con esa espina clavada hasta que el momento de elegir llegó, y sólo pudo hacer una sola cosa para salvar a su madre del eterno sufrimiento... Sacrificó su vida y se convirtió en el poseedor del Scire, como ella se lo había pedido, quizás... Para también escapar. Nunca dejó de pensar en ella, ni en todo lo que tuvo que pasar por la mierda que tenía como padre, nunca se olvidó de su sonrisa, de su cariño, de su hermoso rostro que detrás guardaba una infinita angustia y tristeza a causa de la agonía que siempre vivió. Y más que nada... Nunca olvidó el mayor pedido de su madre.

«Si vas a vivir para la venganza, nunca te arraigues a nadie, nunca ames a nadie, porque el amor te hace débil... Si vas a vivir para la venganza, hazlo en soledad, porque la oscuridad te consume a medida que esta aumenta... Si vas a vivir para la venganza resígnate a nunca poder ser feliz, porque lastimosamente... Ese destino es solamente para ti».

Debió hacerle caso, pero todo llegaba siempre tarde en su vida, y él ya había comenzado una relación con Clio Windsor. Se había enamorado de esa chica luego de salvarla de su sufrimiento. Ella vivía una vida parecía a la de su madre, padeciendo ante la violencia que su padre le otorgaba, y él la había traumatizado tanto que ella ni siquiera se sentía un ser humano... Pero cuando lo conoció, vio en él un mundo en el que quiso vivir... Y se quedó a su lado... Al menos, a ella sí la pudo salvar... A ella sí la pudo proteger... A ella... A ella le pudo otorgar su amor... Como a su madre no.

Amaba a Clio, quería hacerla feliz, pero con lo dicho por su madre, no sabía si era sensato quedarse a su lado, ya que sabía que, con el camino que pretendía seguir, la iba a lastimar, y no quería ese destino para ella. Tampoco podía sólo separarse de ella sin más, ella no tenía a nadie más que a él, estaba sola en el mundo, porque su mundo era lo que él le iba a dar, lo que le había prometido dar... Y sólo tenía esa opción, darle una familia... Y de esa manera... Por fin dejarla ser feliz con lo que ella más amara... Porque ese destino que aguardaba por su decisión, era sólo para él... Y no podía llevarla por ese camino... Clio no se lo merecía. Por eso, el día del funeral de su madre hizo esa promesa consigo mismo... Esa promesa que nunca en su vida estuvo cerca de romper.

 

Un mes más tarde...

 

Remia, Isla Rem, Parque Real, Cementerio Privado - 8 de Junio - Año 495

 

 «Linda Di Rem, 457 - 495» se leía en la lápida que Rygal miraba de brazos cruzados. Serio, no se había movido de ahí en horas, con la tarde comenzando a esfumarse y la noche emergiendo desde el horizonte, el cielo formó un brillante y encantador color púrpura mezclado con rosa.

Rosa, el color favorito de su madre... Había sido una digna despedida... Ella se lo merecía.

 —Tan solo treinta y ocho años... Viviste una corta vida mamá... Pero amar fue tu peor maldición, no pretendo tener el mismo destino que tú, te prometo que me haré fuerte y acabaré con ese tipo para siempre... Y luego... —paró, dejando paso a sus pensamientos, estuvo algunos minutos en silencio. Al final cerró sus ojos y alzó su cabeza, los abrió de nuevo y el cielo acaparó toda su vista, con ese panorama frente a él, suspiró—. Vaya, no he pensado que hacer de mi vida luego de convertirme en un asesino... Pero se me ocurrirá algo, no pretendo desperdiciar el poder que me dejaste... No pretendo que nuestros nombres queden en el olvido, mamá... Juro que todos conocerán mi nombre, no importa el camino, no importa la razón, no importa la manera... Lo haré solo, esa es la maldición que me dejaste, la soledad es mi único camino... Seré la última persona en pie... Y el mundo que no te pude otorgar será mío... Y al final me encontraré solo, en un mundo destruido... En una inmensa oscuridad... Pero con tu recuerdo siempre en mi mente... Sólo tú, y yo, por siempre... Quédate a mi lado, ¿Si? No me dejes solo, mamá... Porque este destino es sólo para mí.

 

Un año después...

 

Remia, Isla Rem, Palacio Real - 25 de Agosto - Año 496

 

 Las puertas se abrieron de par en par con fuerza a causa de un golpe desde afuera. Ryhan alzó la mirada al escuchar el ensordecedor golpe y vio entrar a Rygal. Con su tranco casual, para nada formal ni respetuoso; un caminar arrogante y grosero. Ignorando el hecho de que casi destruía las puertas de madera de pino, caminó hasta el escritorio de su padre y con un gesto soberbio se lanzó en uno de los sillones de cuero que lo flanqueaban.

 —He venido a hablar contigo. —Se impuso en la conversación. Ni siquiera había comenzado y ya desbordaba confianza.

 —¿Qué quieres, Rygal? —preguntó Ryhan dejando de lados los documentos que estaba firmando, y dirigiendo su mirada a su hijo a través de sus gafas.

 —He decidido casarme con Clio, la hija de Mark, el líder del clan Windsor... Ella se vendrá a vivir al palacio conmigo luego de esto... Ah, y está esperando a mi hijo... Era sólo eso.

Como un relámpago, apenas terminó su aviso, se puso de pie, y encaminó hacia la salida, pero interrumpió su andanza cuando su padre le alzó la voz.

 —¿Esto es una broma, Rygal? —preguntó, apoyando sus manos con fuerza sobre su escritorio y poniéndose de pie con furia.

Rygal se dio la vuelta y lo miró con indiferencia.

 —No, no me caes tan bien como para bromear contigo... Es totalmente en serio, quisiera que comenzaras pidiéndole dinero al Maestro de Moneda... Quiero una gran boda, que todos se enteren que me casaré con ella... ¿Se entendió? —preguntó, con reticencia, y mirando a su padre con una sonrisa altanera.

 —Estás muy equivocado, Rygal... Las cosas no funcionan así en este reino... Esa chica es la falla de los Windsor, tú no puedes estar por sobre un cabeza de clan, no puedes estar por sobre un consejero del reino... No tienes ese poder, si él no lo permite no puedes hacerlo.

 —Clio tiene dieciocho años, ella puede tomar sus propias decisiones, no necesita pedirle permiso a un imbécil que la trató como basura toda su vida... Si a Mark le molesta puede venir a hablarlo personalmente conmigo... Yo lo estaré esperando, y sabré perfectamente que decirle.

 —Tú sabes que Mark no se quejará contigo... Rygal, el clan Windsor es uno de los más importantes del reino, no puedo sólo desobedecer las órdenes de su líder sin más, soy el rey, pero no estoy ausente de la ley.

 —Vaya, dices eso ahora... Que maldito hipócrita eres —rio Rygal, al negar con su cabeza—. No lo sé, Ryhan, tú sabrás como lidiar con él.

 —¿Por qué haces esto, Rygal? ¿Acaso una boda privada no te alcanza?

 —Quiero que el mundo entero sepa que ella será mi reina cuando yo sea el rey de este lugar... No pienso discutir lo contrario, Ryhan... Clio se va a casar conmigo frente a los ojos de Remia... Y tú harás lo que yo te pido... Porque es por ella, ¿Me has entendido? —Las intromisiones de su padre parecían demostrar el desacuerdo con su pedido, pero él no iba a dejar que ese estúpido viejo le dijera que hacer, ya se lo había hecho saber un año atrás luego de la muerte de su madre. Al parecer no le había quedado muy claro, quizás tenía que refrescarle la memoria—. Apenas pasó un año, Ryhan... Pero ya soy más fuerte que tú, no te pases de listo conmigo, recuerda que te perdoné la vida únicamente porque eres el rey y sería extraño que desaparecieras de un día para el otro... Pero todo esto puede dejar de importarme en sólo un momento y tú terminarías enfrentando tu castigo... Haz lo que creas mejor para ti, Ryhan, pero recuerda todo lo que hiciste en tu vida, y recuerda como terminó mi madre por tu culpa... Recuerda todo y púdrete en ese recuerdo, no te daré el lujo de que tengas una muerte rápida... Te haré sufrir hasta el último segundo de tu mísera existencia... Así que hazme caso y comienza preparar esa boda... La quiero para dentro de un mes.

 No esperó respuesta y desapareció por el pasillo. Ryhan había bajado la mirada en el momento en el cual su hijo había empezado a hablar en serio, sus ojos se habían vuelto fríos, vacíos y oscuros, una intimidante mirada capaz de paralizar cualquier sentido. Tragó saliva cuando se fue, el alivio era inmenso. No podía llevarle la contra, era su pedido, y él no podía hacer nada más que cumplir con sus demandas. Las demandas de la persona que inminentemente terminaría acabando con su vida. Por el momento... Sólo quedaba esperar. 

 

Un mes después...

 

Remia, Isla Rem, Palacio Real - 15 de Septiembre - Año 496

 

 Las campanas sonaron al momento exacto en el que Clio dijo el «sí», y todo el lugar estalló en aplausos. Remia entera estaba expectante al evento, tal como Rygal había querido, fue una boda de dimensiones nacionales. El evento había abarcado todo el Palacio Real, más allá de los cerca de cinco mil invitados, había aproximadamente cincuenta mil personas de la Isla Rem fuera de este esperando la salida de la pareja.

 Al salir del salón de eventos del palacio caminaron por extenso pasillo que llevaba a la salida... Como una escalera al cielo, Clio lo vivió como una ascenso a la felicidad. Ella nunca en su vida había estado tan emocionada, apretaba la mano de su esposo con fuerza. Estaban a punto de enfrentar una multitud de gente que ella no conocía. Ella no era Rygal, no era famosa, no era la princesa. No era nadie. Pero mientras fuera su mundo, estaría conforme.

 Aunque ese pensamiento desapareció cuando salieron al balcón y la multitud los enalteció. Rygal alzó su mano y la de ella, y saludó con una gran sonrisa. Clio lo miraba sorprendida, nunca lo había visto sonreír tanto, pero no podía ignorar lo emocionante que era la situación. Quizás luego de diecisiete años siendo miserable al fin podría conocer la alegría, la sonrisa de su esposo parecía demostrar eso, y el niño que llevaba en su vientre también. Pero no fue sólo un pensamiento aislado de ella, ya que se reforzó aún más cuando Rygal bajó la mirada hacia ella y le guiñó un ojo. Un simple gesto que la encandiló. Nada iba a ser igual desde ese momento.

 «Te amo Rygal Di Rem», pensó Clio, atiborrada de un estremecimiento causado por esa sensación única, esa sensación que tanto buscó... Esa sensación que huyó de ella por diecisiete años, creyó que nunca la iba a conocer. Pero ahí estaba... Ella era feliz.

Rygal estaba harto de mantener esa sonrisa en su rostro. Pero era Clio quien estaba a su lado, y le quería dar ese momento, quería otorgarle de una vez por todas esa confianza que necesitaba para comenzar a dar pasos agigantados hacia sus sueños, porque ella se lo merecía, y aunque su propia mente no estuviera preparada para seguir sus pasos, ella se iba a dar cuenta algún día, y cuando ella estuviera lejos de él, y se quedara completamente solo, podría al fin suspirar y lanzarse al vacío... Volver al pasado, para estar con su madre, para nunca haber caído en la oscuridad, para nunca haber sufrido tanto... Le hubiera gustado sólo haber sido un niño normal, sin nada que lo atormentara por la eternidad, sin estar roto, solo, triste... Sin sentirse muerto por dentro... Sólo eso.

Pero el camino hacia el final apenas comenzaba... El primer paso de su venganza ya estaba hecho, y para sí mismo no habría salvación, ya lo había aceptado hacía mucho tiempo... Sólo tenía que esperar a que su hijo naciera... Y que ese chico hiciera a Clio feliz, para dejarla ser libre, y él al fin dar su punto de partida... El punto de partida para la destrucción de su humanidad.

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