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Capítulo 15

El insomnio me martirizaba desde que puse la cabeza en la almohada, hacia mas de dos horas nos habíamos ido a dormir Marceline y yo, pero de dormir no había nada para mi, mi amiga por otro lado parecía dormir profunda y plácidamente, como si no se hubiese quemado su casa y alguien (alguien que podía ser un asesino) hubiera dejado un mensaje amenazante en su sala.

Mi mente daba mil vueltas y solo podía ser un tema el centro de todo el problema, el asesino, ¿había asesinado a mi amiga por accidente o lo había planeado todo?, y si fue planeado ¿por que había matado a mi amiga?, ¿acaso Kathe había hecho algo tan malo que se merecía un odio tan mortal como el que la había llevado a la tumba? Ahora mismo no tenía ni idea de que era lo que su asesino había estado pensando al asesinarla.

A Marceline no le quedaron muchas cosas que fuesen utilizables, yo le había propuesto prestarle ropa, terminó aceptando mi oferta con terror en la cara, las dos teníamos estilos muy diferentes, sabia que su falta de objeciones a mi propuesta era solo por que no le quedaba otra opción, y gracias al universo mi ropa le había quedado, un poco larga pero le servía.

Cuando llegamos a casa mi madre nos hizo mil preguntas, preguntas a las que Darío contestó, la mitad era mentira y la otra mitad era verdad, cumpliendo con su palabra no dijo nada de nosotras interviniendo en la investigación del asesinato de Kathe, mi padre se quedó callado mientras mi madre nos interrogó, era normal en él que no hablase mucho, de hecho mi hermana y yo solíamos decir que mi madre hablaba por él. Mi madre nos dejo ir a dormir después de sus mil preguntas alegando que había sido un día largo, y claro que lo había sido, aun sin contarle de nuestra repentina visita a la cárcel, había sido un día de locos.

Ya que intentar dejar mi mente en blanco para lograr dormir era imposible en este momento, salí de mi habitación sigilosamente y dejé a mi amiga durmiendo. Con los pies descalzos y pocas ganas de dormir caminé hasta la cocina, no sin antes pasar por la puerta del cuarto de mi hermana, ella no estaba en casa desde hace casi un año, por lo que Darío se había quedado a dormir ahí, si mi hermana supiera que un dios griego se quedó a dormir ahí, no vería su cama de la misma manera nunca más. Sin hacer mucho ruido abrí el refrigerador y me incliné un poco para ver que podía comer a media noche y sin hacer mucho escandalo.

Pude ver un bote de yogur al fondo del refrigerador, estaba esperando que yo lo tomara, casi me metí dentro del refrigerador para poder sacarlo, tomé el bote blanco con una vaca sonriente y luego:

—¿No es muy tarde para comer? —la voz de Darío me asustó tanto que me di un golpe contra el refrigerador y casi tiro todo dentro, salí del frío artefacto con un moretón y mi bote de yogur para mirar feo a Darío.

—¡No hagas eso, y menos si es de noche y un asesino nos asecha! —grité en voz baja para no despertar a nadie.

Por el susto no me había detenido a ver a Darío, pero cuando lo hice casi me da un infarto, no llevaba camisa, y unos pantalones de dormir colgaban de sus caderas, se notaba que hacia ejercicio, el abdomen marcado lo delataba, y la "V" en su vientre bajo me hacia babear. Su cabello estaba suelto dejando libre su melena que casi tocaba sus hombros, el cabello largo le sentaba de maravilla.

—Perdón, pero creo que deberías estar durmiendo y no comiendo a esta hora —le perdonaba el estar inmiscuyéndose en mi horario de comidas solo porque me regalaba una hermosa vista.

—No es que no quiera dormir, simplemente no puedo —Darío asintió y me miró de arriba a abajo, me hubiese molestado que lo hiciera en cualquier otro momento, pero yo también lo había mirado de arriba a abajo comiéndomelo con los ojos.

Al instante me di cuenta de que llevaba mi pijama de ositos cariñositos, la vergüenza me invadió y sentí mis mejillas ponerse rojas. El silencio solo aumentó la tensión entre los dos, nuestras miradas no se atrevían a cruzarse, el aire se volvió pesado.

—No tengas miedo por ese loco, yo estoy aquí, no dejaré que nada te pase... a ti o a cualquiera en esta casa —por un segundo mi corazón había estado a punto de explotar por sus palabras, lo que había dicho después solo me había recordado el por que y con quien estaba aquí.

Me acerqué a un cajón junto a la alacena y saqué una cuchara para comenzar a comerme el yogur, solo tomé un par de cucharadas antes de decirle a Darío:

—Probablemente mañana te vayas y no habrá nadie que pueda decir con tu seguridad que protegerá a mi familia, mi padre trabaja como gerente de banco, de lo único que nos puede proteger es de no quedarnos en la calle y no tener amor de padre, y no lo culpo, ningún padre debería de estar preparado para cuidar a su familia de un asesino —la mirada de Darío atrapo a la mía, sus ojos no se separaban de los mios y no hacían mas que darme la sensación de embriagues mas grande que había tenido en mi vida.

Dejé de mirarlo y puse la cuchara en la tarja, de repente ya no tenía ganas de seguir comiendo, abrí el refrigerador y puse el yogur al frente empujando la demás comida al fondo.

—Voy a atrapar al asesino, confía en mi, mañana mismo empezaré por buscar el teléfono de Kathe y hablaré con mi jefe y el jefe Hernandez para que envié policías a patrullar tu casa —cerré el refrigerador inmediatamente al escuchar que iría a la hacienda a buscar el teléfono de mi difunta amiga, definitivamente tenía que ir con él, quería averiguar donde estaba el teléfono, probablemente el lugar donde estaba daría muchas pistas sobre el asesinato.

—¿Irás mañana a la hacienda?, iré contigo —declaré mirándolo seria, Darío se movió un poco y un rayo de luz de luna bañó un lado de su perfecta cara angular, las vistas me hicieron tragar, su perfil era hermoso, incluso podría decir que me distrajo un poco de la conversación que estábamos teniendo.

—No Alexis, se los dije en el auto a ti y a Marcela, no dejaré que se entrometan en algo tan serio como una investigación de asesinato donde el culpable esta libre y amenazando a cualquiera que represente una amenaza para él —fruncí el ceño y puse las manos en mis caderas para dejarle claro que aun seguiría insistiendo en participar en la investigación.

—Necesito ir, probablemente el conocer a la víctima tanto como yo lo hacía pueda ayudar en algo.

—No, no irás y es mi ultima palabra.

Darío era un hueso duro de roer, pero eso no quería decir que desistiría en mis esfuerzos por convencerlo para que me dejara ir con él.

—Incluso si me impides acompañarte o contarme sobre el caso, voy a seguir buscando al culpable por mis propios medios —dije firmemente mientras daba un paso hacia él.

— No importa lo que haga, o si le cuento a tus padres, no te vas a dar por vencida ¿verdad? —me cuestionó Darío en un suspiro.

Negué con la cabeza y me crucé de brazos.

—Tu decides, voy contigo y mantienes un ojo sobre mi, o lo hago por mi cuenta y me meto en problemas junto con Marceline —sonaba de lo mas infantil amenazándolo con su hermana de aquella manera, pero era la única manera de mantenerme en todo el asunto, no iba a dejar de buscar al culpable de la muerte de mi amiga hasta encontrarlo, no en esta vida.

—Esta bien, te dejaré ayudar, pero no podrás ir conmigo a buscar el teléfono, iré mañana en la mañana y tu irás a la escuela —definitivamente no iría a la escuela.

—Al diablo la escuela, voy a ir contigo.

—No, tu vas a la escuela y yo te mantengo informada de lo que encuentre.

Poniendo mala cara di otro paso hacia él para estar mas cerca, y dejarle en claro lo que pensaba de su afirmación de que no iría a buscar el teléfono con él.

—Oh claro que iré, no pasa nada si falto un día a la escuela —Darío dio otro paso para acercarnos más a los dos, ahora mismo nuestras narices casi se tocaban y podía sentir su aliento contra mis pestañas, el calor subió por mi espalda y mi estomago comenzó a dar volteretas. Si no me alejaba ahora me desmayaría por como latía mi corazón.

—No, no irás Alexis, y si insistes incluso no te dejaré saber nada de la investigación —sus cejas estaban casi juntas y su mandíbula se apretaba tanto que las venas en su cuello habían brotado tanto como para ser visibles, si no me alejaba en este instante terminaría recorriéndolas con las puntas de mis dedos.

—Eres un pesado, estoy segura de que podrías necesitar de mi ayuda para buscar ese teléfono, yo estuve en ese lugar la noche en la que asesinaron a Kathe —vociferé mirándolo a los ojos con desesperación ante su oposición a que fuera con él.

—No me importa, no iras.

No pude convencer a Darío después de un rato de excusas y múltiples sermones de por que yo debería ir ya que era una de las personas mas cercanas a la víctima, al final no me quedó de otra mas que irme a dormir, cosa que no me fue de lo mas sencillo cuando en mi mente había un millón de cosas que no dejaban de resonar, y como si fuese poco, la imagen de Darío sin camisa aparecía cada vez que cerraba los ojos, ese hombre no había ayudado mucho a mi insomnio.

A la mañana siguiente Marceline y yo fuimos a la escuela escoltadas por Darío quien no dejaba de mirarme de manera extraña, no se si era por que desconfiaba de mi y creía que en cualquier momento me saltaría clases para seguirlo a la hacienda de Erick (cosa que si haría), o por que lo había seducido con mi pijama de ositos la noche anterior, pero la tensión que se generaba entre nosotros me daba una leve idea de lo que él podría estar sintiendo también. Mientras tanto Marceline parecía incomoda, llevaba los mismos pantalones que el día anterior y la blusa menos femenina que había encontrado en mi armario.

—Que tengan un buen día —dijo Darío cuando nos dejó frente a la escuela—. Marcela, recuerda que papá y mamá vendrán a buscarte después de la escuela.

Al parecer el señor y la señora Caruso están de vuelta gracias al asesino de Kathe y el incendio en su casa, si el asesino era el culpable del incendio en la casa de Marceline era poco probable que los padres de Marceline no me quitaran a mi querido Watson.

—Y tu, Alexis —habló de repente Darío—. Recuerda que el que hace el trabajo sucio aquí soy yo.

Sus palabras me sonaron mas a un reto que a una advertencia, y yo nunca rechazaba un buen reto, reto que si venía de un ser tan sexy como él, era inevitable y atractivo.

—Como diga, señor justicia —proclamé cerrando la puerta de su auto de golpe.

Marceline me miraba con la boca abierta, como si hubiese insultado al papa Francisco, no se si por lo que le dije a Darío o por lo que él me dijo a mi, de cualquier manera no la culpaba si su expresión era por lo que yo dije, dentro de mi una voz gritaba alarmada "¿pero que hiciste estúpida?", y sinceramente no sabía que carajos acababa de hacer.

***

La primera hora de clases mis nervios estaban a flor de piel, no podía concentrarme de solo pensar en Darío vagando por la hacienda, estaba segura de que no encontraría nada si no estaba con él, se que suena muy egocéntrico de mi parte, pero de verdad sentía que yo podía ayudar.

Toda la clase de Biología me la pasé mordiéndome las uñas y esperando que Darío todavía no entrara en aquella hacienda hasta que yo pudiera fugarme de la escuela.

Cuando la campana sonó supe que era momento de convertirme en Houdini y desaparecer, tenía que contarle a Marceline una pequeña mentira y de alguna manera decirle a Rafael que hoy no pasara por mi después de la escuela como lo había estado haciendo desde hace una semana.

—Marceline, tengo algo que hacer hoy, así que me iré ahora mismo —dije de lo mas normal mientras metía mi libreta y plumas en mi mochila.

—¿Qué?, ¿a donde tienes que ir? —definitivamente no podía responder a esa pregunta, no si quería ir sola a la hacienda, si iba conmigo probablemente no estaría en la escuela a la hora de la salida para que sus padres la recogieran, además de que yo ya me estaba arriesgando a que Darío le dijera a mis padres cuando claramente me advirtió que no me involucrara mas en este asunto, imagino que Darío sería mas estricto con su hermana en este asunto.

—Rafael me invitó a desayunar —mentí sonando de lo mas inocente.

—¿Y no te importa salirte de clases para ir con él?, ¿de verdad te gusta tanto? —Rafael me gustaba, pero no me saltaría clases para salir con él, siempre podíamos salir por la tarde, y si tomábamos en cuenta que Darío había llegado para confundirme por completo, no, no me saltaría para nada clases solo para ir a desayunar con un chico.

—Es que de verdad me gusta —dije mintiendo le a mi amiga y sintiéndome horrible otra vez.

Marceline examinó mi rostro cuidadosamente, tal vez estaba sospechando de mi, yo puse mi mejor cara de persona honesta y después procedí a pedirle el teléfono.

—Me prestarías tu teléfono para llamar a Rafael, le dije que le avisaría cuando estuviera lista para que pasara por mi —mi descaro no tenía limites, lo sabía yo mas que nadie, pero todo era por una buena causa.

Mi amiga sacó su teléfono de su bolsa y me lo ofreció.

—Eres la mejor amiga del mundo —exclamé poniendo cara tonta.

Alejándome un par de pasos de Marceline para que no escuchara lo que estaba a punto de decir, marqué el número de Rafael que ya me había memorizado, cuando no se tiene teléfono para guardar contactos se tiene que hacer un espacio en el cerebro para números telefónicos a los que mas llamo, Rafael por una extraña razón había sido el único que recordaba, incluso pensé en llamarlo ayer desde la cárcel, pero la vergüenza era mas grande que las ganas de salir de ahí.

Al tercer timbre Rafael contestó y yo comencé a hablar en voz muy baja cuidando que no se escuchara raro para Rafael al otro lado del teléfono.

—Hola, Rafael, soy yo, Alexis —murmuré mirando sobre mi hombro para asegurarme de que había un espacio de seguridad entre Marceline y yo.

—Hola, Alexis, ¿pasa algo? ¿por qué esta llamada sorpresa? —casi siempre lo llamaba por la noche con el teléfono de mi casa, o incluso por la tarde justo antes de irme a acosar al hermano de uno de mis compañeros. Era obvio que le parecía extraño que le llamara ahora mismo.

—No es nada, solo quería decirte que no iba a poder verte después de la escuela, tengo que ir a hacer un proyecto a casa de Crista,l y estaré la mayor parte de la tarde ocupada, tal vez podemos hacer una vídeollamada por la noche —las vídeollamadas y los mensajes por Facebook eran pan de cada día desde que mi teléfono había muerto, no había otra manera de hablar con él mas que esa, de alguna forma Rafael se había convertido en un confidente desde hace unos días.

—Esta bien, espero que te diviertas haciendo el proyecto o lo que sea que vayas a hacer —¿era yo o no se había tragado mi mentira? Los nervios me invadieron al pensar en que Rafael creyera que estaba mintiendo le porque no quería verlo, él es un chico agradable, de verdad quería verlo pero ahora mismo el deber me llamaba, y no podía hacer oídos sordos.

—Gracias, te llamaré cuando esté en casa —le aseguré, y después de escuchar un adiós de su parte colgué.

Le devolví el teléfono a Marceline y le dije que me iba, no podía ignorar lo mal que me sentía por mentir le a todos, creo que eso era evidente en mi rostro ya que Marceline me miró a la cara seriamente y antes de que me fuera me dijo:

—Alexis, ten cuidado a donde vayas, así sea el Vaticano, ten cuidado —me había atrapado, y siendo la persona mas empática del mundo no me reclamó nada, solo me dejó ir sin hacer preguntas.

***

Salí de la escuela cuidando que ningún profesor me viera, tomé el primer camión que fuese de camino al pueblo vecino, me bajé en la gasolinera que quedaba a un par de kilómetros de la hacienda de la familia Mausan, caminé por el borde de la carretera entre el pasto crecido. A las afueras de mi pueblo solo había campos de cultivo y uno que otro corral de ganado, la zona en la que estábamos era conocida por la agricultura y la ganadería, no era novedad estar rodeados por kilómetros de campo deshabitado por humanos.

Mis piernas dolían y el sol me quemaba la cara a pesar de que me había puesto el gorro de mi sudadera, en mi mochila solo llevaba un par de libretas y una botella de agua que había comprado en la gasolinera, pero aun así se sentía como si pesara un montón sobre mis hombros. Cuando vi los muros que delimitaban la hacienda suspiré con alivio, caminé un poco mas y a lo lejos justo donde estaba la entrada pude ver una camioneta de la policía junto al carro de Darío, sería mejor si entraba por donde lo había hecho la ultima vez con Marceline.

Regresé sobre mis pasos y caminé hasta el árbol que me ayudaría a entrar en la hacienda, trepé con cautela y miré hacia adentro, ya que no veía a nadie ahí dentro, salté.

Caminé hasta las caballerizas por unos cuantos minutos, a lo lejos vi a un policía que hablaba con Fernando justo a un lado del gran árbol, por la distancia no podía escuchar lo que decían, de milagro podía distinguir quienes eran las personas que estaban tan lejos en el patio de la hacienda.

—¿Que estarán diciendo? —susurré para mi misma mientras me asomaba un poco más desde mi escondite para intentar escuchar algo, sabía que era imposible, pero aun así lo intentaba.

—No lo sé, ¿por qué no vamos y les preguntamos? —la voz de Darío me hizo dar un gran salto acompañado de un grito, que estoy segura, escuchó todo mundo en la hacienda.

—¡Shhh, no grites! —me reprendió Darío, para después tomarme de los hombros y moverme fuera del rango de visión del policía y Fernando.

Antes de darme cuenta ya me tenía presionada contra la pared del establo, él estaba muy cerca de mi, podía sentir su respiración justo por encima de mi cabeza, mi vista estaba a la altura de su cuello y barbilla, podía ver como los músculos de su garganta se marcaban y su manzana de Adán se paseaba de arriba a bajo, mi corazón no resistiría si seguíamos estando en la posición en la que estábamos.

—Creo que no nos vieron —dijo Darío mientras sacaba la cabeza por el borde de la pared para ver si nos habían descubierto. Me quedé callada, sabía que me regañaría por haber venido, se suponía que nadie me vería, solo quería permanecer al margen y seguir sus pasos para ver si descubría algo, si no lo hacía, yo comenzaría a buscar por mi cuenta.

Su mirada regresó a mi, me miró los labios por unos segundos y después se dio cuenta de que estaba prácticamente sobre mi, me soltó ya que sus manos no habían dejado mis hombros desde que me puso contra la pared.

—¡Te dije que no vinieras! —la ira se instaló en su rostro, por poco y le salía humo por las orejas.

—Ups, lo olvidé por completo —balbuceé tratando de hacerme la tonta—. Estaba por el vecindario y de repente se me ocurrió pasar a saludar a mi buen amigo Fernando.

Por lo enojado que estaba, podía estar segura de que mi táctica de distracción no funcionaría, esta vez mi carismática conversación no me salvaría del problema en el que me había metido.

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