Despertar con un perro es mejor y peor que despertar con una alarma.
Selene comienza con un lindo empujoncito de nariz contra mi mano. Luego una cabeza se entierra debajo de ella. Después todo su cuerpo sobre mí, mientras su aliento de perro —que olía particularmente a pescado— asalta mi nariz.
Termina con un aullido bajo y lastimero, y abro los ojos con un gemido. —Estoy levantada. Estoy levantada. Vamos, Selene. ¿No podrías dejarme dormir quince minutos más?
Su resoplido suena mucho a dormiste seis horas, estarás bien, pero le acaricio las orejas y me levanto de la cama de todos modos, solo para chillar unos segundos después cuando algo afilado intenta asesinar a mi pie.
—¡Mierda! Ay, ay, ay. Joder. Dios mío. Me estoy muriendo. Santo cielo. —Caigo de nuevo en la cama y reviso la planta de mi pie. Solo un poco de sangre donde algo afilado rompió la piel, y un buen arañazo. Cojo mis gafas y espio el suelo, sorprendida de ver allí un cristal morado.
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