Fuera de la aldea, de pie en medio del claro, Astaroth estaba volviendo en sí. Gäap se había mantenido fiel a su palabra y le devolvió el control sin protestas ni resistencia.
Al mirar a su alrededor, el estómago de Astaroth casi se vació instantáneamente. Sangre.
Sangre por todas partes.
Al mirar sus manos, el color rojo vibrante que iba desde la punta de sus dedos hasta la mitad de su antebrazo, lo hizo palidecer.
—¿Qué diablos pasó?
Astaroth no tenía un estómago débil, de ninguna manera. Pero esto era demasiado.
En el suelo frente a él, el cuerpo aún retorciéndose del líder demonio, con sus PV reducidos a cero, los ojos girados hacia atrás de la cabeza, el rostro aún atrapado en un rictus de horror y dolor.
Llamarlo un cuerpo era exagerar, sin embargo. Lo que quedaba de carne y hueso, sostenido por hilos, su cuerpo parecía como si una Gatling hubiera disparado contra él con pequeñas bolas de cañón.
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