—Me dijeron que limpiara el patio trasero —respondió Elisa—. Señor Ian, tengo algo que quiero preguntarle, ¿puedo tener un poco de su tiempo?
—¿Por qué no? —respondió él su pregunta con otra. Cuando su mano se extendió para acariciar su cabeza y alisar el final de su cabello rojo rizado, Elisa sintió como si le tiraran una cuerda del corazón. Sin atreverse a mirarlo directamente a los ojos lo hizo de todos modos para ver su dulce sonrisa que era a la vez traviesa y misteriosa.
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