—¡Oh! Entonces, eso es bueno. Aquí estamos seguros —dijo Anastasia aliviada, dejándose caer. Miró la chimenea y sintió el calor del fuego calentando su piel helada.
—No, querida. Necesito encontrar la forma de salir de aquí lo antes posible —respondió Íleo mientras sacaba las espinas del pescado y le pasaba un pedazo.
—¿Por qué Al? —preguntó ella frunciendo el ceño al tomar el pedazo de su mano. El salmón sabía bien.
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