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El hombre alado pasó sus manos por su cabello gris ceniza mientras desviaba la mirada y exhalaba fuerte por la boca. Una vez que se sintió más calmado, finalmente volvió a mirarla, a ella, que estaba sentada en silencio soportando el frío.
—Lo siento —dijo ella.
—Yo también lo siento —suspiró él—. No debería haber hablado contigo de esa manera.
Ella levantó la cabeza para mirarlo. —Yo también debería haberte escuchado. Pero si me dices por qué no puedo tocarlo, entonces no volveré a intentarlo.
—Solo mi compañera puede tocar mis alas —dijo él solemnemente—. Si quieres tocarlo, entonces sé mi compañera. No te detendré.
—Yo... no volveré a tocar tus alas —dijo ella, sintiéndose culpable por lo que había hecho impulsada por su curiosidad—. Lo siento.
Morfo se levantó y cambió de tema. —Me han dicho que te traiga de vuelta en una hora, así que no nos queda mucho tiempo.
—¿Solo una hora? —Ella parecía disgustada.
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