—Profesor... —Profesor... —¡Profesor!
La voz del joven maestro sacó al Vizconde Asch de su estupor.
—Ay... Se dio cuenta de lo llorosos que estaban sus ojos y los secó con un pañuelo que sacó del bolsillo de su chaqueta marrón. Luego parpadeó unas cuantas veces antes de ponerse las gafas que había bajado para limpiar sus ojos.
—Profesor... Lo primero que vio fueron los ojos preocupados del joven maestro y rápidamente tranquilizó al último. —No hay nada de qué preocuparse, joven maestro. Este profesor simplemente estaba sumido en sus pensamientos.
—Está bien, profesor. Como no había nada malo, Damien aceptó sus palabras. Luego señaló el libro sobre la mesa. —Profesor, hay una palabra que no entiendo.
—Esperaba que dijeras eso, joven maestro. Veamos esa palabra y hagamos lo que podamos por el tiempo restante de esta clase. —dijo el Vizconde Asch, guardando el pañuelo doblado de nuevo en su bolsillo mientras se alejaba del podio.
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