—¿Sería el tiempo lo que había embrollado su mente que no era capaz de entender, o es que sus palabras no tenían sentido para ella?
—Eres una bruja blanca, Penélope.
—Creo que me ha confundido usted con otra persona, señor —dijo ella frunciendo el ceño—. Lo último que necesitaba era que alguien la llamara bruja de cualquier tipo. Las brujas nunca eran bien recibidas aquí ni en ningún lugar por sus actividades, que siempre eran viles. Si algún aldeano escuchaba esto, no querrían solo expulsarla del pueblo con su madre, sino quemarlas hasta que no quedaran vivas —Debería irse de aquí —dijo ella, con voz firme—. Empezó a quitar la sábana de la cuerda, casi a la mitad hasta que oyó al hombre decir,
—No temas a lo que eres. Perteneces a la buena —dijo el hombre desde donde estaba parado—. El viento solo aumentaba en la atmósfera haciendo que su pelo cayera sobre su rostro.
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