—¡Detente! —rogó Rosamunda al hombre que había aparecido de repente a su lado—. ¡Por favor! —sus rodillas cedieron y cayó al suelo, presionando su frente en la fría nieve—. Por favor, no hagas caminar a mi familia por el camino de la miseria. Esos errores fueron cometidos por mí. Mi esposo y mi hija no tienen arte ni parte en ello. Tus ánge-
—Alégrate de que no estoy rompiendo nada en ti, y solo quitando cosas que valoras. Matarte sería sin sentido ya que sería cuestión de un segundo y no podrías conocer el dolor que le has causado a Constanza —dijo Vladimir, sus ojos brillaban mientras miraba las llamas—. Podía torturar a Rosamunda tal y como lo había hecho con sus padres y su hermano, pero esta mujer había hecho algo mucho peor que lo que ellos habían hecho. Para una mujer que quería gobernar Devon y era ambiciosa, creo que es apropiado que continúes viendo tu caída desde aquí.
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