Después de entrar a la habitación, Beth había cerrado la puerta con llave. Sus manos temblaban y su cabeza le dolía como si fuera a estallar por el dolor que sentía. No sabía qué pensar sobre la mujer a quien había visto en el pueblo y los recuerdos que pasaban uno tras otro frente a sus ojos. Sentía que su respiración se cortaba en su garganta, y jadeaba por aire antes de dirigirse hacia la cama.
Los recuerdos que sus abuelos habían ocultado y encerrado hace años de ella estaban regresando como si se los lanzaran, y ella no sabía cómo digerirlo. Sus labios temblaban de miedo. La vista de la sangre era clara, y no era solo la chica sino también su propia hermana cuyas manos estaban cubiertas de sangre.
—¿Beth? —Madeline golpeó la superficie de la puerta—. Sé que estás adentro, Beth. Por favor, háblame —ella convencía a su hermana, esperando que su hermana no se encerrara aquí y hablara acerca de cómo se sentía en ese momento.
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