—¡Lucas! —Rosalind se incorporó de golpe. Al darse cuenta de que estaba en una habitación desconocida, entró en pánico instantáneamente, sus sentidos completamente alerta. Sin embargo, no tardó mucho en empezar a quejarse del repentino dolor que asaltaba su cuerpo.
Por alguna razón desconocida, cada articulación, cada músculo de su cuerpo dolía como si un gran pedrusco la hubiera golpeado. Se tumbó de nuevo, con la respiración entrecortada.
—¿Joven Señorita? —Una voz familiar casi la hizo querer levantarse y mirar, pero su cuerpo dolorido era demasiado para soportarlo.
—¡Joven Señorita! ¡Cómo te he echado de menos! —Ese familiar sollozo hizo que Rosalind quisiera levantarse y abrazar a la mujer. Esta mujer no era otra que Milith.
—Ah… agua, déjame conseguirte un poco de agua.
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