—Puedo hacerlo por mi cuenta, señor Marino. Mis manos están funcionando perfectamente —dijo Elliana por enésima vez, y Sebastián la miró con severidad.
—He dicho que lo haré yo. No podemos mojar tus heridas o causarán una infección —dijo Sebastián.
Pero sus heridas ni siquiera estaban en el lugar que él estaba limpiando y las palmas de ella no estaban heridas.
Ella no sabía de qué hablaba él. Si él quisiera, habría curado el 90% de sus heridas fácilmente, pero en lugar de hacer eso, la estaba provocando.
—N...no ahí. Puedo limpiarme yo misma ahí —susurró Elliana tímidamente, pero Sebastián simplemente apartó su mano antes de levantar sus manos y limpiar su cuerpo con el paño húmedo.
—Ahora abre las piernas para mí —dijo Sebastián.
Elliana no lo hizo. Nunca se había sentido tan avergonzada.
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