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Polina coslov

 

Narra Bahar.

Cuando el auto se detuvo en la entrada y el mayordomo abrió la puerta, pude respirar con normalidad. El aire fresco golpeó mi rostro y salí casi huyendo de Kemal.

A pesar de que mi corazón estaba roto, había logrado intentarlo, estar en calma. No quería pasar la vida entera llorando. Necesitaba estar lúcida para ejecutar mis planes.

No dije nada mientras estuvimos en la limusina, pero pude notar cómo Gül nos miraba buscando algún gesto o indicio de lo que había ocurrido entre nosotros.

Suponía que lo dedujo a causa de nuestro silencio sepulcral.

Cuando llegamos, Gül nos dio una última mirada y el sonido que hizo la puerta al abrirse llamó toda su atención.

—Bahar— me llamó Gül caminando apresuradamente para alcanzarme— espera.

Continué caminando hasta llegar a la entrada principal.

—Gül, ahora no—dije— necesito estar a solas.

Me detuvo al tomarme el brazo.

—Perdóname, Bahar— pronunció— no debí ponerte en esa situación... No quise ser egoísta.

Me volví en su dirección y negué con la cabeza. Ella nunca había sido egoísta conmigo. Al contrario, ella era un sol. Así que estaba equivocada.

—No, Gül, no fue tu culpa— le aclaré— yo quise ayudarte y la situación con Kemal no es un impedimento para hacerlo. Lo hice porque te quiero y quiero lo mejor para ti.

Me miró con pesar.

—¿Qué tal si subimos a mi habitación y me cuentas lo que pasó?— acaricié su hombro.

Cuando me recibieron en la entrada, me quedé atónita mirando a la mujer rubia de largos cabellos y ojos azules, la cual me miraba tímidamente.

—Bienvenida, señora— me dijo. Le cedí mi abrigo y ella lo tomó sin dudarlo. Sus gesticulaciones eran nerviosas, era como si pudiera leer mis pensamientos.

—¿Qué haces aquí?— inquirí, no quería ser grosera, pero la chica era muy joven y no tenía edad para trabajar aquí. Mónica se había tomado muchas atribuciones que no les había dado. Yo misma le había advertido que no trajera a su hija, que esto no era un empleo familiar. Y no solo por esa razón, sino porque conocía las intenciones de esa mujer, ella solo quería vender a su hija al mejor postor.

—Mamá me pidió que la cubra esta semana— respondió con timidez y su expresión era de vergüenza. Jugó con sus manos y desvió la mirada hacia sus zapatos.

—¿Qué le ocurre a tu madre?— preguntó Gül después.

—Tiene un leve resfriado.

—Espero que pueda mejorar pronto.

—Gracias, señorita.

—¿Qué hay de tu escuela? No me gustaría que descuides tus estudios por trabajar aquí.

—No se preocupe, señora. Acabo de salir de la escuela y me estoy postulando para la universidad. Sin embargo, debo trabajar porque no puedo costear la colegiatura.

Resoplé. ¿Qué se suponía que haría yo con esas explicaciones? Si pretendía darme lástima pues no lo había conseguido.

Mónica me había declarado la guerra. Sabía que esto era una advertencia. Si no le daba los millones que pidió, me iba a poner en evidencia. Lo que ella ignoraba era que sus horas estaban contadas.

El repiqueteo de unos tacones invadió el espacio, así que observé a la mujer que venía en nuestra dirección. Era Melek.

—Yo misma consentí que Polina trabajara aquí— habló Melek mientras se aproximaba. Me quedé atónita, sin poder creer que Melek todavía estaba en mi casa, como si mi palabra no valiera nada.

—Déjanos— le pedí a Polina. Ella asintió y salió de nuestro campo de visión. Desde que la chica se fue, todo aire de tranquilidad que había en mi rostro desapareció.

—¡Parece que no has entendido! Pero ya no hablaré contigo. Voy a actuar, y en este mismo momento te largas de aquí— farfullé iracunda.

—Bahar, baja la voz— pidió Gül— no hagas un escándalo.

—No importa, Gül, no me importa que todos sepan que mi propia madre se ha convertido en mi enemiga.

—Gül tiene razón. No deberías gritarle a tu madre, yo te di a luz y tienes que respetarme.

—Tienes que tranquilizarte.

—Estaré en paz y tranquila cuando está mujer salga de mi casa.

La mirada asesina que me dedicó Melek no pasó desapercibida ante los ojos de Gül. Solo eso bastó para intimidar a mi prima.

—Me iré a mi habitación, las dejaré a solas— avisó Gül.

Cuando Gül se retiró, me aproximé hasta el pequeño ascensor, y Melek me siguió.

La puerta se abrió, y entramos. Le di a la opción de subir, pero Melek aprovechó cuando dejé de pulsar el botón y le dio a la opción de detenerlo.

—Supe que no te estás tomando tus medicinas— habló— me preguntaba por qué estabas tan desequilibrada, y ahora todo tiene sentido.

Rodé los ojos.

—Ya decidí que no las tomaré, no las necesito. Y tú no me vas a obligar a hacer algo que no quiero.

—Dime algo, Bahar, ¿estabas llorando acaso?

Reí con amargura.

—¿Quieres prestarme tu hombro para llorar?— expresé con ironía.

—Tan bien que estábamos, Bahar... Estaba feliz porque pensé que te habías olvidado de todo lo que pasó con la bebé, pero me equivoqué, era el efecto de las pastillas. Y si esas pastillas te hacen olvidar lo que pasó, tendrás que volver a tomarlas.

— ¿Y cómo lo harás, mamá? Dime, ¿cómo le harás para que me vuelva dependiente de esas malditas pastillas otra vez?

—¡Lo harás! Si tengo que obligarte a hacerlo, no dudes que lo haré.

—¿Y cómo vas a poder? Al final del día, tu equipaje estará fuera de esta casa, al igual que tú.

—Si pretendes sacar mis cosas de este lugar, debes tener por seguro que yo hablaré. Le diré que no eres más que una golfa que engañó a su esposo.

—Si hablas este secreto que has escondido por tanto tiempo, puede que yo caiga, pero tú también estás en desventaja, porque al igual que yo, tu vida aquí no vale nada.

Narra Kemal.

—Tranquila, respira.

Le dije a Samira al verla en ese estado.

—Es mi culpa— pronunció perturbada e inclinó su eje, llorando, con desconsuelo— mamá no pudo aguantar la presión de mi desobediencia y sufrió un infarto. Soy una mala hija, Kemal.

—Ey, no— intenté sostenerla para que no cayera— no es tu culpa.

—Sí, Kemal, lo es— dijo— porque independientemente de los problemas que tengo con mi padre, ella es mi madre, y yo muchas veces la culpe de las acciones de él.

—Tranquila, mi amor, yo estoy contigo— la abracé a mi pecho— todo va a estar bien. Ya verás que tu madre se va a poner bien.

—Necesito tomar un avión, no... no puedo quedarme aquí— sus manos no dejaban de temblar, y su maquillaje se encontraba esparcido en su cara por las gruesas lágrimas derramadas.

Separó su cuerpo del mío y se bajó a la altura del piso de mármol y un intentó desbloquear su teléfono móvil, pero fue en vano porque actuaba con torpeza por la magnitud de la noticia negativa.

Me bajé a su altura.

—¿Te acompaño? No me gustaría dejarte sola.

—Prefiero ir sola, Kemal— me dijo— no quiero que papá haga un escándalo porque no te he presentado con él.

—No deberías ir sola, yo quiero estar contigo en este momento tan difícil.

—No te preocupes, estaré bien. Nos vamos a mantener en contacto, y regresaré pronto.

—Al menos déjame acompañarte al aeropuerto— propuse.

—Gracias, Kemal.

En el intento de tranquilizar a Samira, lo logré, y de igual manera intenté no pensar en lo destrozada que había dejado a la mujer de mi vida.

Como me hubiera gustado estar a su lado en estos momentos, abrazándola, besando cada rincón de su piel, pero como hacerlo si yo fui el causante de todas las lágrimas que derramó y que posiblemente en ese mismo momento estaba derramando.

Suspiré internamente; me sentía tan destrozado, tan estúpido, porque estaba renunciando al amor de mi mujer.

Me cuestionaba todo el tiempo. Me preguntaba si estaba haciendo lo correcto. La respuesta era sí, pero ¿Por qué mi subconsciente estaba hablándome, diciéndome que no, que esto era un error? Y siempre que pensaba en ello para tener fuerza de voluntad, recordaba cómo ella me restregó en la cara que se casaría con él, que lo nuestro no podía ser, que ella estaba enamorada de Emir, y que lo nuestro había sido un error. Que éramos hermanos, y que todas esas veces que hicimos el amor no significaron absolutamente nada para ella. Y eso me lo dijo horas antes de casarse con él.

—¿Puedes caminar?— pregunté.

Ella asintió mientras la ayudaba a ponerse de pie. Emir de repente apareció en nuestro campo de visión.

—Kemal, te estaba buscando. ¿Dónde estabas?— preguntó Emir mirándonos a ambos.

Le contesté: —Ocurrió una situación con la madre de Samira, se enfermó y está en el hospital.—

—¡Oh, eso está muy mal. Lo siento mucho, Samira—, dijo Emir.

—Gracias—, respondió Samira. —Kemal, no perdamos más tiempo. ¿Puedes comprar mi boleto de avión?—

—Por supuesto.—

Emir propuso: —Puedes ir en el helicóptero de la empresa, así llegarás más pronto.—

Samira se negó: —Gracias. No quiero ser una molestia.—

Emir insistió: —No creas eso. Sería un placer poder ayudarte. Deberías prepararte, voy a pedir que lo traigan aquí.—

Ella le dedicó una sonrisa, su expresión era de gratitud.

—Está bien, iré a prepararme—, dijo Samira antes de retirarse.

Cuando Samira se retiró, pude hablar sin ser interrumpido.

—¿Estás seguro de que no será un problema? Sabes que Kerim Evliyaouglu podría molestarte—, le pregunté a Emir.

—Ellos no están en el país. Y si lo estuvieran, no me importa su opinión.—

—¿Cómo puedes hablar así de tu padre, Emir?—

—Kemal, por favor, no vengas a sermonearme con tus argumentos moralistas. Sabes que Kerim y yo no tenemos una buena relación. En fin, eso no es importante ahora. Llamaré a las personas para que nos traigan el helicóptero si no es mucha molestia—, dijo Emir mientras se giraba y caminaba. Luego volvió a volverse en mi dirección. 

—Kemal, quiero que sepas que le voy a suspender la tarjeta de crédito a Bahar hasta que logre apaciguar su estado de ánimo.

Mi corazón se sacudió en mi pecho cuando dijo su nombre y la tristeza volvió a punzar mi corazón como una maldita daga afilada. Tragué saliva.

Silencio 

—Ella ha estado muy inestable últimamente y no me puedo arriesgar. Necesito negociar con ella. Supe que no había tomado los medicamentos que le recetó el psiquiatra...

Fruncí el ceño.

—¿Medicamentos?

Asintió.

—Son antidepresivos— reveló— los toma hace diez años, pero por comentarios de tu madre, supe que no se los toma. Mamá encontró las pastillas en la basura. Ella pensó que no los necesitaba, sin embargo, empezó a comportarse de la misma manera inestable que hacía diez años.

—¿Por qué tomó esos antidepresivos?

—Sé que no lo sabes, pero...— hizo una leve pausa —ella estuvo embarazada de mí y lo perdió. Hubo días en los cuales intentó hacerse daño así misma... Y otras cosas más. Buscamos una solución pero dejó de tomar esos antidepresivos y volvió al principio.

No pude evitar sentir dolor de estómago cuando comprendí que Emir estaba viviendo en una mentira, producto de los engaños de Bahar a causa de lo que hubo con nosotros en el pasado.

No tenía idea de cuánto dolor había soportado. Si estaba triste por cómo se habían ocurrido las cosas entre Bahar y yo, entonces, en ese momento empecé a sentirme miserable.

Algo me llegó a la cabeza.

¿Por qué si Bahar no quería a nuestra hija había sufrido tanto por ese aborto inducido? Porque mamá me había dicho que ella lo suspendió por cuenta propia. Sin embargo, eso me había dejado pensando.

Tal vez la culpa no la dejaba vivir o actuó por impulso y luego se arrepintió de abortar.

—Solo te lo quería decir para que no hubiera inconvenientes. Ya sabes que Bahar siempre viene a ti cuando quiere cumplir sus caprichos. Y créeme que va a aprovechar cada oportunidad que tenga de buscar aliados.

—Comprendo.

Seis horas después.

Ozgur ozdemir.

Dejé el auto en el estacionamiento y caminé hacia un pequeño establecimiento que se encontraba en el puerto. El pequeño negocio estaba situado en un pequeño yate, el cual había estado abandonado y rescatado por el dueño del establecimiento. Era un pequeño restaurante donde tomábamos el té y servían platos de pescado a la parrilla.

Moría de hambre y la ansiedad de mi separación con Gül y las esperanzas de que lo nuestro podría tener buen desenlace me tenían emocionado y a la misma vez nervioso, tanto así que no podía controlar mis pensamientos y mi corazón palpitaba inquieto como si quisiera destruir mi esternón y revelarle al mundo con sus latidos que no solo palpitaba por ella en la clandestinidad.

Me senté en una de las mesas acomodadas fuera y mis dedos empezaron a tamborilear en la mesa.

Estaba pensando en cómo había logrado que Gül me dijera una respuesta afirmativa. Parecía mentira que eso había ocurrido y tenía miedo de no poder lograr sacarla de ese infierno, tenía miedo de que cambiaría de opinión con respecto a escapar.

Sin embargo, intenté sacarlo de mis pensamientos porque tenía una tarea importante que hacer: debía desaparecer del mapa a esa mujer que estaba extorsionando a mi patrona. Y si quería que las cosas me salieran bien, tenía que adelantarme en esto para que estuviera hecho lo más pronto posible.

—Ozgur—, escuché una voz masculina, era la voz de mi compañero de trabajo, Celcuk, a quien había citado para planearlo todo.

—Tomá asiento—, le ordené con frialdad.

—Después de tanto tiempo y tantas hazañas, no tienes la cortesía de saludar—, inquirió con carisma.

—Calla y toma asiento, no tengo tiempo para tus estupideces—, le dije. Escuché cómo la silla de madera se arrastró por el suelo y mi mirada se desvió hacia él. Tenía la barba en exceso y el cabello amarrado en una coleta despeinada. Estaba totalmente demacrado.

—Finalmente me llamas—, habló. —Ya me hacía falta una pequeña porción de emoción en mi vida.—

—Estás horrible. ¿Acaso estás deprimido?— le pregunté.

Sonrió levemente.

—Escucha—, me señaló. —Está bien que tu sentido del humor es raro pero no te burles de tu amigo Celcuk.—

—Bien, lo siento. Es que no he dejado de pensar desde que llegaste que no estás pasando por un buen momento.—

—Por supuesto que no—, negó. —Ya ni siquiera estoy trabajando. Creía que ya estaba jubilado. En cinco años no me llamaste. Pensé que tu jefe estaba muerto.—

—No, no lo está, para tu fortuna.—

—Y bien, ¿para qué me has citado?—

—Necesito que me hagas un trabajo, es el más importante de tu vida—, le dije.

Celcuk arqueó las cejas.

—¿De quién se trata?—

—Es una mujer—, respondí, sacando una fotografía de la mujer.

Cuando Celcuk la vio, me miró a los ojos con incredulidad.

—¿Quieres que me deshaga de una mujer que podría ser mi madre? ¿Qué sucede contigo?—

—Puede ser tu madre, pero no lo es. Deja tu sentimentalismo. Si quieres el dinero, debes de actuar dejando de lado tus sentimiento.

—¿De cuánto dinero estamos hablando?—

—Tres millones de dólares.—

 

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