—¡Eleanora! Ven aquí, ahora —la voz de Evangeline rebotó en las paredes de la casa de Eleanora, que apenas había conseguido deshacerse de Gaia.
—Ya estoy aquí. ¿Por qué estás gritando? ¿Mi casa parece un mercado de pescados para ti? —se encogió Eleanora, que se había desplomado en el sofá, ante la voz enérgica, hablando con cautela.
—¡Ja! Es peor que un mercado de pescados. Al menos esas personas trabajan duro para ganarse el dinero. Pero tú... ¿Qué te hace pensar que puedes aparecer de la nada e intentar usurpar mi derecho? ¿Cómo estás capacitada? —desafió Evangeline.
—¿Cómo no estoy capacitada? Eres un poco mayor que yo pero aparte de eso... —Eleanora cruzó sus brazos delante de ella y levantó su barbilla.
—¿Aparte de qué? Ni siquiera has terminado tu educación y no tienes recuerdo de tu propio pasado. Pero incluso si tuvieses, no te has criado en Estania, ¿cómo puedes pensar siquiera en servir a sus habitantes? —habló Evangeline con desdén.
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