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—Oh, Rebeca... —murmuré.
—Su Alteza —sonrió él—. ¿Está bien...?
—No preguntes por mí. Eres tú el que debería estar preocupado —dije—. No tenía idea... de que tendrías que ser... Lo siento mucho.
—Por favor, no se disculpe, Su Alteza. No es su culpa —dijo él—. Estaba menos vendado que Abel, quien todavía no había despertado. Pero se veía muy pálido y parecía haber envejecido un par de años en poco tiempo.
—Solo... —balbuceé—. De todos modos, no tiene sentido disculparse, pero no puedo dejar de culparme.
—Su Alteza, usted no pasó por menos. ¿Qué le hicieron allí? —preguntó él.
—... No querían matarme. Querían usarme a mí y a mi poder —dije—. Así que, incluso si me lastimaron, no fue...
—No, Su Alteza. Marcarla con fuego es extremo —intervino Ruby—. Su carne fue quemada. Esa marca no es pequeña. Y no importa cuán pequeña pudiera ser, sería extremadamente dolorosa de cualquier manera. He visto la marca. No es pequeña en absoluto.
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