—¿Te gusta otra chica? —pregunté.
—¡No! ¿Por qué preguntarías eso? —respondió él casi ladrando.
—Solo para asegurarme de que todavía me amas —murmuré.
—... ¿Por qué no descansas un poco?
—Ah, casi olvido decirte. El doctor también dijo que deberías usar una habitación separada. Yo también te lo dije, ¿verdad? Esto es contagioso, así que es mejor que te alejes tanto como sea posible —dije.
—No —rechazó firmemente—. No voy a ir a una habitación vacía.
—Habrá muebles...
—... No me refiero a eso.
—¿Necesitas un peluche?
—... ¿Estás bien, cariño?
—No puedo permitir que tengas a otra persona en esa habitación. Eres mía, así que no puedo permitir eso —murmuré.
—Sí, soy tuyo. Y tú eres mía —rió—. Y no voy a dejar esta habitación. No puedo dormir bien si no estás a mi lado.
—Solo quieres cuidarme, ¿verdad? —pregunté.
—¿Hace falta decir eso? Por supuesto, te cuidaré. Eres mi esposa —dijo—. ¿No me cuidarías también si yo me enfermara?
—¡Por supuesto! ¿Por qué no lo haría?
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