Con una sonrisa diabólica luciendo orgullosa en su cara, Alex saltó y aterrizó en el techo del castillo. Sus ojos se llenaron de travesura mientras imaginaba la sorpresa en la tan estoica cara de Zeke en el momento en que apareciera frente a él.
Una breve carcajada escapó de su garganta, y luego, sus ojos se tornaron en un dorado pálido. —¡Ahí voy, Zeke! —murmuró, y entonces se convirtió en un borrón y desapareció del lugar donde estaba parado.
Al siguiente momento, un fuerte sonido acompañado de un pequeño temblor sacudió el castillo. Alex se había estrellado contra la ventana, creando su propia entrada para poder aparecer en la habitación de Zeke por sorpresa. La ventana y las paredes a su alrededor se derrumbaron como si un meteorito del tamaño de un hombre se hubiera estrellado contra ellas.
Aterrizando con tranquilidad en el suelo, Alex levantó su rostro con suficiencia mientras algunos de los escombros seguían cayendo detrás de él como un efecto dramático de fondo.
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