—Organizaré que nuevos guardaespaldas te estén esperando, y tus movimientos necesitarán mi aprobación —declaró el padre de Shandra.
Las noticias le llegaron como un golpe en el estómago. Detestaba tener su libertad restringida, pero la idea de que cada uno de sus movimientos fuera vigilado y de estar constantemente vigilada por los guardaespaldas la hacía sentir como una prisionera.
—Papá, esto no es justo. No soy una prisionera —protestó Shandra, su voz cargada de frustración.
¿Cómo podría volver a Nueva York con su padre vigilándola constantemente y los guardaespaldas respirando en su nuca?
Todo era demasiado abrumador para Shandra, y ella no podía aceptarlo. Necesitaba la oportunidad de regresar, tenía que tenerla.
Su padre permaneció inmóvil ante sus lágrimas, su voz severa mientras hablaba,
—Tú te has buscado esto, así que deberías dejar de quejarte y sacar lo mejor de ello —Hizo una pausa, su mirada se desvió hacia los dos guardaespaldas, y ordenó—. Acompáñenla al jet.
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