La paranoia de Lith era como una enfermedad, extendiéndose e infectando a todos aquellos que trabajaban para él o con él. Incluso los miembros del Cuerpo de la Reina estaban a segundos de atacarlo con sus varitas mágicas.
—Hola, mamá. He vuelto. —Abrió sus brazos para un abrazo mientras cruzaba el umbral.
—¡Lith! Qué maravillosa sorpresa. No esperaba verte en absoluto. —Elina dejó caer la pluma con la que estaba revisando las cuentas de la granja y corrió a recibirlo.
Era una mujer elegante en sus últimos treinta años, pero gracias a los tratamientos de Lith no aparentaba más de treinta. Estaba bien dotada en todos los lugares correctos, con un cuerpo en forma esculpido a través del trabajo duro.
El cabello de Elina le llegaba a los hombros, y era de un hermoso color castaño claro, con tonalidades de rojo resaltadas en toda su longitud. La luz del sol que entraba por las ventanas hacía que su cabello pareciera tener llamas danzando en su interior.
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