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23 de Octubre (2)

El estrafalario de Mateo, una vez más, aclaró las cosas. Gritaba a voz en cuello desde un megáfono más grande que su cabeza.

—¿En serio no conoces las cámaras de infrarrojos, Kali? ¡Haz el favor de salir de ahí, y hablemos como gente sensata!

Realmente pensé que un piloto profesional estaba al mando. Pero no, el helicóptero se sacudía de un lado a otro, pilotado por un imbécil con el cuerpo de un niño de nueve años, que apenas alcanzaba los pedales. Y que, todavía, quería operar un megáfono al mismo tiempo.

¿Y justo ÉL hablaba de sensatez?

—¿Y por qué tendría que creerte, miniatura de gánster? —fue la contestación más sincera que se me ocurrió.

—¡Última advertencia!

Una ametralladora de seis cañones, adosada al costado izquierdo de la máquina, giró por un instante a alta velocidad, sin llegar a disparar; luego, fue frenándose poco a poco. Idiota o no, el mellizo iba en serio.

Y justo a un chico se le dio por pasar con su Vespa por el camino. Paró en seco, el rostro blanco por la impresión.

Era ahora o nunca.

El shuriken erró la cabezota de Mateo Camerotti por bastante, pero ocurrió lo que buscaba: que se agachara buscando cobertura, haciendo que el helicóptero diera aún más bandazos. Tenía unos segundos de ventaja.

—¿Esto se pilota igual que un monopatín eléctrico?

—¿Eh?

El chico no me vio venir, algo normal cuando tienes una aeronave armada justo sobre tus narices. Creo que tampoco sintió el golpe en la nuca que lo dejó inconsciente.

Solo espero que no haya sufrido daño cerebral.

Me subí y aceleré. La motoneta sí que se conducía de forma bastante parecida al monopatín: girar el puño para acelerar, apretar las palancas para frenar, conducir en zigzag para evitar ser convertida en colador. Pan comido.

Seguí escapando. El largo camino de tierra daba paso a una avenida, y luego, a un pequeño parque lleno de árboles. El ruido de los motores y los bocinazos me impedían escuchar bien el silbido del motor de la aeronave de mis verdugos, mientras me atravesaba en medio del tráfico. Pero sabía que ya estaban cerca.

Llegué al dichoso parque, finalmente. Pero los Camerotti no iban a dejarme huir así como así. La primera ráfaga de ametralladora atravesó la copa de unos pinos, levantando pequeñas nubes de astillas y tierra suelta en paralelo a mi ruta. Empecé a moverme entre los árboles, metiendo la Vespa entre el terreno abrupto y lleno de raíces. Mi montura amenazaba con desarmarse de manera espontánea. Y faltaba lo peor.

Llamar simplemente "barrio" al Pinciano era subestimarlo. Salvando la zona verde, todo el sector estaba lleno de edificios enormes, y las calles, o eran anchas, o directamente avenidas, por lo cual no tenía cobertura alguna. Tenía dos opciones: acelerar por las avenidas para salir de allí lo más rápido posible (al menos, lo máximo que me dejara ese insecto de metal con ruedas), o cortar camino por cuantas calles pudiera, esperando que me perdieran de vista.

Elegí la segunda opción. La zona céntrica sería mi escondite perfecto. Suponía que no se atreverían a jugar al tiro al blanco en medio de la gente.

Suponía mal.

El sonido característico volvió a acercarse.

Miré hacia atrás. Lucía y Mateo parecían estar teniendo una discusión sobre quién debía estar a los mandos de la máquina. Y la maldita ametralladora empezaba a girar de nuevo.

Una andanada de disparos casi me tumba, pulverizando una fila de adoquines a mi costado, junto con el toldo de una cafetería, un par de mesas, cuatro sillas, y dos transeúntes. Algunos disparos más rozaron los balcones, y más arriba aún, perdiéndose en el aire. Esas balas perdidas podían costarle caro a quien tuviera la mala suerte de cruzarse con ellas.

El helicóptero se elevó y me pasó como un rayo. Pero sabía que volvería.

Las habilidades de Mateo no daban para que pudiera mantenerse sobre mi cabeza y a la vez tener puntería, así que tendría que repetir esos ataques cortos y rápidos, hasta acertarme.

Yo ya estaba viendo cables, farolas, antenas…cualquier objeto que pudiera resultar un obstáculo para ellos. No solo por mí, sino también por el resto de la gente. Por suerte, divisé una avenida donde transcurría la ruta principal de un tranvía.

Y eso significaba cables eléctricos elevados. MUCHOS cables eléctricos elevados.

El helo volvió, esta vez de frente. Aceleré de nuevo. Había pocos vehículos en la calle.

Mejor así.

La aeronave se acercaba. ¿Qué habría entre nosotros? ¿Tal vez trescientos metros? Alcancé a ver la maldita ametralladora rotatoria comenzando su movimiento.

¿Hora de ejecutar un salto mortal hacia atrás desde el asiento de una Vespa?

Hora de ejecutar un salto mortal hacia atrás desde el asiento de una Vespa.

Caí sobre un balcón, rompiendo un par de macetas y un pedazo de baranda. La ráfaga de ametralladora destrozó el scooter casi con saña, pero esta vez no hubo más víctimas que un poco de pavimento y algunos ladrillos. Y, más importante, Mateo chocó su pequeña máquina de la muerte contra una antena parabólica de dimensiones importantes. El helicóptero se elevó por el impacto, para luego girar como un trompo durante un par de segundos, todo esto sin dejar de disparar. Pude ver por un instante como las manos de Lucía se unían a las de Mateo en la palanca, luchando para no perder el control.

Pobres diablos.

Durante un instante, parecía que lo iban a lograr. Pero, por si no se entendió, les recuerdo que yo estaba buscando la zona con más obstáculos posibles para ellos y su máquina. El pequeño helicóptero esquivó por poco el tronco de un cedro de más de quince metros de altura... pero enganchó los cables del tranvía, perdiendo de nuevo la estabilidad, y cayendo a plomo. Fue la última vez que lo vi, antes de sentir la explosión y los gritos, segundos después.

Era hora de hacer un poco de parkour de supervivencia. Moverme por los techos fue algo arriesgado, porque a pesar de que tenían un helo completamente destruido y llameante en el suelo, y pedazos de aspas repartidos por media cuadra, la gente todavía observaba los tejados como si fuera a aparecer otra amenaza más.

En cambio, escabullirme hasta una tienda de moda infantil no fue tan difícil. Afuera sonaba un montón de alarmas de seguridad (1), sirenas de policía, y la mayoría de la gente estaba en la calle, incluyendo a los empleados de la tienda. Además, los probadores estaban relativamente cerca de la entrada.

Recién ahí pude cambiarme la ropa y ver el alcance de mis heridas. Tomé la pequeña botella de agua oxigenada que llevaba en el bolsito del cuello, junto con el cloranfenicol, un par de gasas, y el hilo y la aguja curva de suturar. Gruñí un poco al coserme.

Afortunadamente, la bala ni siquiera había dejado herida de entrada y salida; sólo había sido un roce, dejando un poco de piel rota y nada más. Algo doloroso, pero desdeñable.

Ya se me curaría en un par de días.

Así fue como huí de Roma, vestida a la moda, con falda de Burberry con motivo de ositos, un suéter dos tallas más grandes que la mía, y gorra tipo beisbolista. Y por supuesto, una mochila rosada capitoné en la que apenas entraba Indra.

Afuera de los bares, las multitudes se empezaban a apelotonar frente a los televisores. Algunos entraban, otros lloraban frente a la tele, algunos otros maldecían en ese particular estilo de los italianos.

El informativo de la RAI emitía una noticia de último momento.

"El Papa Francisco, asesinado. Se desconoce desde donde provino el disparo mortal, pero se piensa que puede estar relacionado con un ataque terrorista efectuado desde un helicóptero, esta mañana. Los romanos lloran, mientras intentan entender el porqué de esta tragedia" (2).

Ah, malditos Camerotti. Jodiendo hasta el último momento.

 

Notas al pie:

(1) Si bien los comercios estaban abiertos, y, por consiguiente, tenían sus alarmas de robo desactivadas, también había un montón de alarmas de incendio activas, además de las alarmas antirrobo de los coches estacionados...

(2) Aunque parezca insólito, el alcance máximo de una bala de 7.62 mm OTAN (como las que usaba la ametralladora M-134 Minigun portada por el helicóptero de los Camerotti) es de entre 3800 y 4300 metros, dependiendo del tipo de munición y a quién le preguntes. Por supuesto, estas distancias se alcanzan solo al ser las balas disparadas con cierto ángulo... lo que es totalmente posible si estás apretando el gatillo, mientras das bandazos en un helicóptero sin control.

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