— Aquí tienes, Lana — el misterioso mencionó su nombre. La dejó sin respirar durante milisegundos, el bombardeó fue rápido. Su voz grave, su pelo, su esencia... no sabía que causaba aquel efecto, pero, lo cierto es que en su mente se había convertido en algo dolorosamente atractivo y sí, también placentero a la vista. Suspiró con lentitud, la estaba analizando como si escudriñara sin disimulo ni vergüenza.
— ¿El qué? — fue su escueta respuesta.
— La botella de agua — respondió, a la vez señaló el envase de plástico, seguía manteniendo firme la mirada. Sintió las mejillas ruborizarse como dos cerezas, ni siquiera la recordaba —. Bebe, debes estar sedienta — instó interesado y tomó asiento en el borde de la cama, le tendió la botella y el contacto cuando de sus dedos causó una desconocida conexión—. ¿Cómo te sientes?
— Estoy bien, gracias — le hizo saber, empezó a beber como si se le fuera la vida en ello, el líquido renovó cada órgano vital.
— Interesante — respondió observándola, se acarició la barbilla, no iba en broma. Lana frunció el ceño, ¿qué le hacía pensar eso?
— ¿Por qué me miras tanto? — preguntó, la estaba sonrojando o, mejor dicho, se estaba sonrojando y era algo que no podía manejar.
Él no dijo nada pues estaba midiendo las palabras.
— No lo sé — contestó —. Me pareces adorable.
Ella abrió los ojos bien grandes como sandías.
— ¿Cómo?
— Que me pareces adorable — volvió a repetir, parecía estar divirtiéndose.
— ¿En qué sentido? — volvió a inquirir curiosa, pensó en un cachorro sonriendo con la lengua fuera, solo esperaba que no la viera de esa forma.
— Eres bonita — declaró sin más, sin inmutarse, con facilidad.
Su cerebro se revolvió como ropa en la lavadora, no entendía nada. Sabía de su encanto, aunque no en esas circunstancias.
— Gracias — desvió la vista. La intensidad del contacto visual se podía percibir —. Pero... ¿cómo te puedo resultar bonita en este estado?, ¿estás bien?
El chico observó serio.
— Probablemente no, creo que he enloquecido — se encogió de hombros. La joven torció los labios, que extraño estaba siendo todo.
Él lanzó una sonrisa y posó la mano en la camisa desabrochando el segundo botón. Acortó un poco la distancia en un intento de agarrar confianza y observó aquel rostro pecoso.
— Uno, dos, tres, cuatro... — Quería seguir contando sus pecas, sin embargo, el motivo de detención fue Lana.
— No acabarás hoy, son muchas — estuvo a punto de reír, pero se limitó, quería ser recatada.
— Me importa lo más mínimo no acabar hoy — fue sincero, abrió la boca un poco y pasó la lengua por la comisura de los labios, luego lanzó una sonrisa vaga.
Lana estudió su rostro con lentitud, mentiría si dijera que el chico no le resultaba atrayente.
— ¿Pasa algo? — ella frunció el ceño al verlo negar con la cabeza como si fuera incapaz de digerir algo, no debía ser nada malo ya que sonreía.
— Es tu voz.
— ¿Mi voz? ¿Por qué?
— Suenas como algo que no es de este mundo Lana, es como... si tuviera los auriculares en modo; audio espacial activado — recargó los codos sobre el regazo y cruzó los dedos, una amigable curva hacia arriba trazaba sus labios.
Pestañeó varias veces perpleja, abrió la boca sin emitir sonido, no halló qué decir, jamás en la vida había escuchado algo similar. Nerviosa ante la situación trazó una línea e intentó poner la voz firme, entonces fue honesta:
— Tienes mucha labia.
— Quizás.
— A ver... — suspiró con paciencia, sorprendida ya que todavía le quedaba —...Te pongo en situación. Me acabo de despertar en un hospital después de haber perdido la consciencia y lo primero que veo es; a ti, queriendo bromear conmigo, ¿me ves con cara de pasarlo bien?
—No — seguía con esa sonrisa un tanto pícara —. La verdad es que, me pareces más bonita ahora que cuando te tuve tendida en mis brazos. Además, tú solita has dicho que estoy bromeando contigo, en cambio en ningún momento he dicho que lo fuera.
¿Qué forma de ligar era esa?
Se le aceleró el pulso, ese chico era... ay Dios, parecía una bomba de relojería. ¿quién se creía que era? Aunque sí, su corazón se puso contentó al escuchar «me pareces bonita».
— Gracias... — mordió el labio interior —. ¿Quién eres? ¿por qué estás conmigo?
— Soy un santo bajado del cielo — por su forma de obsérvala pensó que era de todo menos una persona consagrada a Dios —. Y estoy contigo porque me preocupa tu estado — justificó —. Te desmayaste delante de mí en la calle, Lana. — Aclaró sin dejar de sostener la vista. La joven suspiró, no sabía si lo que le robaba el aliento era su voz mencionando su nombre por tercera vez, su sarcasmo o el hecho de que el desmayo había sido religado delante de sus narices —. Dicen que las casualidades no existen, ¿qué piensas?
Por algún motivo aparente lo percibió con doble intención. Las palabras no le salían, ¿a dónde quería llegar diciendo eso?
— ¿A qué te refieres? ¿al destino? ¿eso quieres decir?
— No creo en el destino — afirmó. Sintió un jarrón de agua fría cayendo por su cuerpo, estaba molesta, la opinión del desconocido generaba mucha importancia —. Pero creo en las señales.
— ¿Cómo te llamas?
El misterioso regaló media sonrisa.
— Jean - Philippe, señorita.
Le pareció un bonito nombre. Volvió a examinarlo, dichos ojos no se inmutaban pues continuaba anclado en su rostro, si seguía de esa manera estaba segura de que podría llegar a perforarla.
— El destino mezcla las cartas y nosotros las jugamos, Jean — le respondió esta vez sonriendo victoriosa. Él pasó saliva, lo había dejado asombrado, mentiría si dijera que no, esa chica había causado admiración y extrañeza en la misma medida. Jean se había quedado sin ideas, Jean se había vuelto loco.
A ella sorprendentemente no le dolía tanto la cabeza.
El joven acortó la escueta distancia que se mantenía asida cuando reaccionó, hasta el punto de apreciar cada partícula del universo en su rostro pecoso. El cosmos estaba en sus benditas miradas, aseguró apreciar la materia y la atracción...
...Gravitatoria...
— Entonces a partir de ahora creeré en el destino por ti, Lana. — Susurró y acarició su rostro. Quedó perpleja, el olor mentolado fresco hizo que causara algún efecto. Le había devuelto las esperanzas de creer, las palabras resultaron envolventes, así como poderosas e incluso sublime cómo él.
Lo miró con admiración, el tacto de semejantes falanges sobre su piel se le antojó atrevido. Lana juró elevarse hacia el espacio de una forma extraordinaria, había una extraña verdad en la mirada de Jean- Philippe.
Fue entonces cuando presintió que habría una colisión, que sus sentimientos se expandirían como las estrellas lo hacían junto al cosmos.