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IX: Ambrosía

"Pueden confiar en que la prosa de los asesinos sea siempre elegante"

Vladimir Nabokov

Stefano alzó una de sus cejas, definitivamente ella ahora tenía toda su atención.

— ¿Otros chicos?.— repitió, su tono de voz tan gélido como aquella primera nevada del año.— ¿Además de los trece encontrados?

Ella sonrió de manera encantadora con aquellos labios esculpidos por el mismo Dios, sabiendo que lo tenía en la palma de su mano, que el juego jamás había dejado de ser suyo, que realmente sólo estaba dejando que él jugara, que todos en la institución jugaran, mientras controlaba la realidad como si tuviera influencias en el más allá.

Su sonrisa solo creció, sus caninos blancos asomándose como los de un lobo. Pudo notar que tenía el labio inferior partido.

— Su nombre es Fiorella.

— Fiorella... — movió la mano, instándolo a seguir. Las cadenas tintineando.

— Fiorella Rossi.— Stefano sintió que podría estar acusando a su compañera en un interrogatorio policial, pero esta circunstancia fue terrible, mucho peor.

No quería pensar en si el producto que acababa de adquirir valía el precio a pagar.

D'Angello se inclinó hacia adelante, radiante. Oh, él tenía su atención ahora, embelesada y lamiendo cada palabra que decía.

— ¿Y tu relación con ella? — D'Angello humedeció sus labios, la lengua clavándose en el corte allí.

— Amor de la infancia.— Stefano intentó mostrarse despreocupado.

D'Angello, evidentemente insatisfecha, le hizo un gesto para que continuara.

— Nos conocimos en la escuela de policías, ella era... una niña curiosa. Solo comenzamos a ser estables en nuestro último año.

— ¿Y?

— Y después de un par de años entendimos que no era bueno para ninguno de los dos. Decidimos mutuamente ir por caminos separados.— se encogió de hombros, restándole importancia.

— ¿Le dijiste que era mutuo?— Los ojos de D'Angello brillaron con genuina diversión.

— ¿Lo siento?

— Está enamorada. Te mira como una cachorrita perdida.— D'Angello casi se reía. Stefano la observó fijamente. De repente, todo el humor desapareció de su rostro. Sus ojos planos, su rostro inexpresivo excepto el genuino disgusto curvando su labio.— Es patética.

Stefano prefirió hacer caso omiso a sus provocaciones, supo que estaba buscando ver sus reacciones para entender cuánto poder de extorsión tenía en él esta serie de confesiones que acababa de regalarle. La realidad era que sí, Fiorella formaría parte de sus preocupaciones de ahora en adelante: la culpa de haberla vendido al diablo a cambio de un poco más de información. Él encontró la primera advertencia de su capacidad mundana para negociar con aquel ente sobrenatural: sus manos, como nunca antes, habían estado tan apretadas y tensas que sus propias uñas se habían clavado en las palmas, las medialunas sangrantes gotearon sin control tiñendo la carne.

—Ahora mi pregunta.— dijo Stefano, se concentró en el dolor de sus palmas antes no detectado para no olvidar su propia inestabilidad.

Hizo un gesto, asintiendo lentamente. Sus ojos no eran suaves, por así decirlo, sino que se habían pasado desde el filo y la agilidad del cuchillo de mariposa hasta la fuerza bruta de una hoja sin corte. Más sutil, fácil de pasar por alto entre lo mundano.

— ¿Fueron premeditados sus presuntos asesinatos? — preguntó el detective, el lápiz entre su mano sangrante.

— Ahora, Stefano, seguramente entiendes que no puedo responder eso con la conciencia tranquila. La naturaleza de las confesiones incriminatorias es muy compleja, como estoy segura de que sabes muy bien, por lo que lamentablemente tendré que pasar esa línea de investigación en particular.— Hablaba con un tono tan uniforme, tan perfecto en sus modales. Era casi como si no estuviera discutiendo el asesinato de varios hombres. — Sin embargo, para demostrar lo amable que quiero ser con usted.— Stefano arqueó una de sus cejas ante su comentario.— Podría hablar de mi espléndida experiencia en La nuova vitta.

Eso llamó poderosamente la atención del detective. No había ningún tipo de antecedentes de D'Angello hablando acerca de su paso por el Orfanato.

— ¿Tu paso por La nuova vitta?

— Sí.

Parecía que sabía lo valiosa que era esta información.

— ¿Fue ahí donde comenzaron tus tendencias violentas? —preguntó Stefano finalmente, hubo cierta expectativa en el nuevo camino tomado.

D'Angello hizo una pausa, ya fuera pensando o simplemente por efecto dramático, Stefano no lo sabía.

— Ah, Nicolás Antonucci tenía un conejo, su pelaje era muy suave. Era tan... confiado. Todos los niños lo acariciaban y lo miraban correr por el orfanato. Sin embargo, nunca me gustó. No...— parecía casi perdida en la memoria. Fue fascinante.— Un día la cosa me mordió cuando traté de acariciarla. El pelaje se veía tan suave que quería tocarlo. Eso no me gustó mucho.

Fue realmente fascinante observar a una persona perderse en el abismo de su propia mente, ella no poseía una gota de cordura.

— Lo colgué de las vigas. Gritó tan fuerte, gimió y gimió por su precioso conejo. Me las arreglé para evitar un viaje de fin de semana, ya ves, así que tenía el orfanato para mí sola. La Sra. Lorena había bebido demasiados tragos como para darse cuenta de que una niña dulce y un conejo jugaban. Aunque sospechaba de mí, supongo, pero nunca pudo probarlo.— ella apoyó su mentón entre sus dedos enlazados, aparentemente reviviendo la experiencia: puro éxtasis.—Nunca olvidaré sus malditos gritos, Stefano. Fue hermoso.

Él no tuvo dudas.

— ¿Cuántos años tenías?.— preguntó Stefano, su voz fue lacónica.

— Seis.— pero la suya, su voz aún era entrecortada, ligera. Sonaba como ese punto débil después de despertar, donde no puedes distinguir la diferencia entre el sueño y la realidad.

— ¿Tiene alguna mascota, señor Cacciatore? — Y así, estaba de vuelta en la habitación. Cualquiera que sea el erotismo que estaba experimentando en privado, de repente se había ido. Estaba completamente presente una vez más.

Stefano lució escéptico a responder una pregunta tan banal.

— ¿Un gato? — indagó ella un poco más.— ¿Un perro? — Stefano asintió con su cabeza lentamente. —Ah, un perro.— ella sonrió.— ¿Cuál es su nombre? Y no me mientas, Stefano. Lo sabré cuando me mientas.— Las últimas palabras estaban entrelazadas con amenazas, un tapiz artístico de violencia prometida.

— Teo.— declaró sin darle crédito a sus palabras, mientras D'Angello continuaba con sus movimientos hacia adelante. Apoyó la cabeza en las manos entrelazadas a la mitad de la mesa.

— ¿Raza?

— Husky.

— Ah, que curioso.— Se mordió el labio, carmesí comenzó a gotear de la herida allí.

Le recordaba vagamente a Adrianne, su sonrisa bordeada de vino.

— ¿Qué aspecto tiene?-— preguntó D'Angello, la cabeza inclinada hacia un lado como una cobra curiosa, lista para atacar.

¿Cuál es su juego? Stefano se preguntó a sí mismo, imitando su expresión inquisitiva sin querer. Su magnetismo era realmente asombroso. Espantoso.

— Enorme, blanco y negro.— su descripción comenzó siendo escueta, pero una imagen de Teo invadió su mente durante un segundo.— Él tiene este- uh... — sopesó, tratando de encontrar la palabra para describir a su compañero. Los ojos de D'Angello siguieron sus movimientos.— ¿Ojos diferentes? Cuando fui a la perrera les pareció divertido traerlo a él para equiparar parecidos.

Una sonrisa poseyó su boca sin darse cuenta, evocando un pequeño momento de su intimidad. La alegría genuina pareció manifestarse en los ojos de D'Angello. Era casi entrañable. Casi humana. Casi.

Stefano borró su propia sonrisa inmediatamente y ese breve atisbo de humanidad desapareció tan pronto como apareció, extinguido por la infinita oscuridad dentro de sus pupilas. Fue observar el destello de una ninfa asomándose a través del bosque prohibido, el pasaje irreal entre el mundo sensible y el intangible. Un cuento de hadas. Una perversión de la realidad que no se podía permitir que se mantuviera. Ella pareció tan perturbada como él.

— ¿Cuándo comenzaron tus impulsos asesinos? — preguntó Stefano.

Estaba golpeando su anillo de plata contra la mesa sin cuidado, un tap tap tap que resonó alrededor de la celda. Los ojos de D'AngelLo observaron brevemente el movimiento antes de fijarse en él una vez más.

— Alrededor de la pubertad.— una pausa, un breve momento de contemplación. — Al menos, ahí fue cuando comencé a pensar en asesinar hombres. Antes de eso, solo había experimentado con animales: hámsteres, peces, perros callejeros: cualquier cosa que pudiera tener en mis manos, en realidad.

Stefano detuvo su propio impulso de comenzar a escribir tan rápidamente como hubiese querido.

— Recuerdo a un pequeño niño, no su nombre, solo... él. Él había hecho algo para enojarme, robar mi juguete o mi postre o cualquier otra cosa trivial en la que los niños piensan. Me limité a mirarlo, a su pequeño y delicado cuello, a su cuerpo. Él era tan... frágil. Quería matarlo. Asesinarlo realmente. No me di cuenta en ese momento, por supuesto, pensé que todos se sentían así de enojados.— Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios. — Ni siquiera puedo recordar su nombre. Gracioso, ¿no? Cómo nos moldean estas experiencias. Lo que recordamos; lo que no hacemos.— ella lo miró intensamente antes de continuar.— Espero que me recuerden, Stefano.— sus ojos se clavaron en él.— Espero que recuerden mis manos alrededor de sus gargantas, el cuchillo en sus espaldas.— Stefano paseó la mirada por su rostro femenino, absorbiendo cada palabra.— Espero que yo haya sido lo último en lo que pensaron antes de morir.— sonrió y su labio se partió en serio, su lengua se lanzó para probar el cobre.

Un nosferatu finalmente saciado.

Hubo un sonido fuerte detrás de Stefano, aunque no se movió. Simplemente miró a D'Angello, a sus labios, a sus ojos, a ese rostro angelical que escondía los pecados creados por el mismo Dios. La adrenalina bombeaba por sus venas mientras observaba a la dueña de las pesadillas de tantos cadáveres.

— Se acabó el tiempo.— dijo Fiorella. Ninguno de los dos se movió. — ¿Stefano?

Los ojos de D'Angello brillaron ante el uso de su nombre, finalmente arrastrando su mirada de rayos X hacia la intrusa.

Stefano se puso de pie al notar el nuevo objetivo de su escrutinio, recogiendo sus papeles con rapidez. Sintió algo de urgencia inundando sus venas, la preocupación latente por su compañera.

— Siempre es un placer, señor Cacciatore.

Arabela D'Angello estaba de pie por primera vez en su presencia, su atrayente y femenina figura aún perfecta a pesar del tiempo sin el ejercicio adecuado. Se puso de pie con todo el refinamiento de una mujer de alta posición social, acostumbrada a estar rodeada de mujeres que se ríen y hombres que se burlan y sabiendo que era mejor que todos ellos. El aire de superioridad era positivamente asfixiante. Pudo lucir demacrada siendo víctima de la desidia a la que era expuesta, pero aún lució como el estándar de belleza femenina a cumplir.

Y entonces, para sorpresa sombría de Stefano, D'Angello estiró sus dedos y estrechó su mano pequeña en la de él. Él se inclinó, sus ojos observándola todo el tiempo. Vagamente, Stefano reconoció el leve sonido de las cadenas cuando D'Angello se movió. Tal vez fue su imaginación, pero Stefano podría jurar que ella le sonrió de manera coqueta durante un momento.

Sus dedos índice y medio frotaron indecentemente la palma de él, acariciando la constelación de medias lunas que se clavaban en su piel, aún húmeda. Stefano contuvo un siseo de dolor. Él dio un paso atrás, D'Angello levantó la barbilla nuevamente, sosteniendo sus manos detrás de su espalda en la vanidosa imitación de una buena y pequeña prisionera. Le dedicó a D'Angello una última mirada de desconcierto a la que ella simplemente sonrió, todo incisivos, caninos y sangre. Stefano se dio la vuelta, empujando a Fiorella sin una segunda mirada.

***

Esa excusa llorona de mujer — ¿Fiorella? — Arabela la observó con tal desprecio que pareció incluso menor de su edad, encogiéndose hacia atrás debido a una mirada tan mordaz.

Arabela simplemente se irguió un poco más, con los ojos entrecerrados hasta que todo lo que era visible eran los charcos negros de sus pupilas. Fiorella parecía como si quisiera decir algo, las palabras posadas tan ansiosamente en la punta de su lengua. Arabela quería una razón, una excusa. Quería que entrara en su dominio solo un poco más, solo hasta que estuviera a su alcance para cortar su suministro de aire con un rápido tirón de sus cadenas. Terminaría antes de que nadie supiera que había comenzado. Arabela lamió sus labios ensangrentados. Brevemente pensó en cómo Fiorella, esta patética mujer, lo había tocado; tan fácilmente con tanta intimidad. Arabela nunca había tenido eso, no con nadie. Nunca un acto tan fácil e irreflexivo como tomarse de la mano, o que los ausentes lleguen a casa sanos y salvos. No. Y la maldita rubia lo había tocado, lo había jodido. Tal vez fue antes de que Arabela lo conociera, sí, pero ese tiempo ya pasó. El pasado yacía en la indigencia mientras el futuro continuaba siempre hacia adelante: la flecha del tiempo avanza, sin importar las consecuencias. Con una última mirada, Fiorella cerró la puerta, evidentemente decidiendo que cualquier intercambio que pudiera ocurrir no valía la pena. La puerta se cerró con un sonido sordo que resonó en la pequeña habitación de cemento. Lástima. Sí, Arabela disfrutaría viendo cómo la luz desaparece de los ojos de Fiorella Rossi. Tan pronto como Fiorella se fue, ella miró su mano que había estado tan delicadamente escondida de miradas indiscretas. Sus nudillos magullados fueron una desafortunada consecuencia de haberse puesto un poco... brusca con Bianchi la noche anterior, aunque no se arrepintió de nada. Lo haría una y otra y otra vez por lo que había dicho. No, no fueron los morados y azules en flor lo que llamó su atención.

Era el escarlata brillante en las yemas de sus dedos.

Arabela permitió que una sonrisa genuina pasara por sus labios ensangrentados mientras levantaba sus delgados dedos hacia su mirada. El señor Cacciatore realmente debería frenar ese hábito autodestructivo, clavándose las uñas en la palma de la mano como un adolescente reprendido.

Presionó sus dedos contra su nariz, oliendo el dulce aroma de cobre y hierro. Apenas pudo reprimir un gemido cuando la inhaló.

Trazó esos dos dedos ensangrentados a través de sus labios, permitiendo que ambos se mezclaran en un acto íntimo del que una de las partes no estaba al tanto. Arabela no pudo preocuparse acerca de ello cuando su lengua salió disparada para saborearla. Siempre había sido un poco ansiosa y ahora no era la excepción, no con la tentación de él en sus labios. Un gemido escapó de su garganta, bajo y gutural cuando sumergió sus dedos en su boca, arremolinándola allí como un buen vino.

Stefano Cacciatore sabía como la ambrosía.

Hey! Espero que lo estés pasando bien.

Marina_Graycreators' thoughts
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