— Señorita D'Angelo, mi nombre es Alessio Di Fiore, y seré el jefe policial de su caso en el que, según tengo entendido, está acusada de múltiples asesinatos y otro repertorio de delitos, ¿cierto? — su compañero logró lucir firme aún cuando Stefano leyó en su lenguaje corporal que estaba tenso.
Stefano dejó de mirar a su compañero para observar la reacción de ella frente a las acusaciones. Sus ojos aún estaban firmemente sobre él, ni siquiera tuvo intención de alejar su mirada cuando se supo descubierta. En cambio, sus ojos se dirigieron perezosamente al oficial de policía que hablaba frente a ella, y Stefano pudo verlo claramente: una de las esquinas de su boca se torció hacia arriba, fue tan imperceptible que pudo creer que sólo se lo había imaginado, en algún rincón oscuro de su mente imaginó que ella podría estar riéndose de ambos.
La punta de su lengua se asomó entre sus labios, humedeciéndolos.
Alessio tomó otra respiración profunda cuando las cadenas de hierro chocaron entre ellas mientras jugaba con sus esposas, indiferente.
Silencio.
— Tanto yo, como el psicólogo criminalista.— Alessio dirigió un gesto hacia su compañero.— el señor Stefano Cacciatore. —sus ojos ambarinos se iluminaron.— Hemos sido reclutados por las competencias de los Departamentos para obtener más detalles sobre sus crímenes.
— Presuntos.— interrumpió D'Angello.
Su voz femenina fue más aterciopelada de lo que se hubieran imaginado originalmente, algo grave por el desuso.
— ¿Disculpe? — Alessio levantó la vista del papel en el que había elaborado su guion conjetural, la nuez de Adán moviéndose en su garganta.
— Mis presuntos crímenes. Aún debo ser condenada, señor Di Fiore—- no hubo desdén en su voz, no el esperado de un criminal al que Alessio había incitado verbalmente, fue el suave recordatorio de un peligroso anfitrión.
Stefano tenía la suficiente experiencia con criminales femeninos, como con mujeres en su vida privada, como para asegurar que ella no estaba intentando dar una advertencia peligrosa tintada por el timbre de la seducción. Algo en su aura fría helaba la sangre, un instinto propio de las pulsiones de vida que instaban a estar lejos de ella, de lucha o huida. Una voz dentro de lo profundo de sus pensamientos inconscientes se preguntó si sus víctimas también habían experimentado ese pavor helado y aplastante. Recordó el terror de la mueca vacía del cadáver de la foto, sus cuencas oscuras y la boca cocida, ¿le molestaron sus gritos? ¿odiaba la forma en que la miraban?
Stefano tomó ese último pensamiento, y enfrentó su mirada mientras su compañero acomodaba nuevamente su guion con las preguntas que había preparado previamente, si Arabela sintió molestia ante su desafío Stefano no tuvo modo de saberlo.
— Ah, uh-sí, por supuesto. Comenzaremos con las preguntas, podremos hacer énfasis en tu colaboración si está dispuesta a contestar con la verdad.—ella ni siquiera lo miró.— ¿Conocías a alguna de las víctimas?
Stefano apretó la lapicera entre sus dedos, la punta dejando un gran manchón de tinta en el medio de la hoja del anotador que sostenía con una de sus manos. Alessio levantó la vista expectante, fue una decepción evidente la que cruzó su rostro y el psicólogo quizá habría tenido tiempo de burlarse de ello, más tarde, si al menos lo hubiera notado. Su atención estaba girando en torno a la mujer frente a él.
Un latido de silencio, el policía suspiró.
— ¿Cuándo comenzaste a tener estos aparentes instintos asesinos?
D'Angelo lo ignoró.
— ¿Por qué todas tus supuestas víctimas son hombres?
Alessio apoyó uno de sus codos encima de la mesa, conteniendo el impulso de tomar en puente de su nariz entre sus dedos. Arabela no pareció darse cuenta ni siquiera de ello, su mirada estaba totalmente concentrada en el hombre de ojos diferentes parado a unos pies de distancia del molesto policía. Stefano no estaba seguro de que ella hubiera siquiera pestañeado durante todo ese tiempo.
¿Cuánto había transcurrido entonces? Pudieron pasar tan sólo unos cuantos minutos que se sintieron una caída eterna hacía el infernal nether.
D'Angelo lo ignoró.
— Por su padre, quizá.— Stefano intervino por ella, aún mirándola.
El insoportable silencio fue cortado por su voz, y Alessio envió un gesto de advertencia, el malestar adueñándose de sus facciones, su resistencia al abandonar el guion que habían elaborado juntos. Ella no era alguien con quien se pudiera dar pasos improvisados.
Stefano se paró de su lugar, ni siquiera acomodó su libreta de anotaciones mientras se acercaba a la mesa. Arrastró las palabras con indiferencia, como si ella se tratara del simple sudoku que obtenía de sus periódicos cada mañana. Fáciles de resolver y leer.
— Todos fueron hombres, jóvenes de cabello castaño, con vidas sociales muy activas.— él se detuvo frente a la mesa, apoyando sus palmas.— Seguramente una jovencita con traumas paternales encontraría una inclinación a vengarse del hombre que nunca la quiso, de los hombres que no encontraron motivos para quedarse a su lado.
D'Angello lució radiante, una sonrisa que mostraba sus dientes, colmillos afilados para matar. Ella pareció domesticar un impulso salvaje, sus ojos aun lucieron el brillo de un auténtico depredador mirando a sus presas más dóciles y recientes acercarse a sus fauces abiertas. Stefano lo vio en su rostro, supo que incluso un felino tendría mayor consideración con su alimento que un cetáceo odontoceto mostrando aquel tipo de estímulo bestial que se divirtió encontrando el arte del placer en el acto de matar.
— Mi padre murió hace muchos años, un hombre muy cariñoso, por cierto.— respondió tan fácilmente que pareció que estaban sosteniendo el nuevo tema de una conversación previa.— Lo que quiero decir, señor Cacciatore.— su lengua acarició las sílabas de su nombre como si estuviera saboreándolo, haciéndolo girar alrededor de su boca como si fuera un buen vino.— Tu hipótesis carece de valor conjetural.— su lengua rosada salió disparada y se deslizó por su labio inferior suavizando las grietas.
— Manifestando ira por su partida entonces.
Arabela levantó una de sus cejas, con aparente curiosidad. Stefano también vio burla en su mirada, pero pensó ni por un instante de volver al silencio: ella por fin estaba hablando.
— Adolece de motivos suficientes para justificar ardua tarea.— fue su respuesta, las palabras lentas contrastaron con la intensidad que ella demostró inclinando su cuerpo hacia la mesa.
Stefano intentó reprimir la sonrisa burlona que le hubiera regalado en circunstancias totalmente distintas, también se inclinó en dirección a ella. La miró a la distancia de un suspiro, a la altura de sus ojos.
— En cambio, tu labor póstumo pudo deberse al hecho de que no pudieras entender o aceptar su muerte, y quisiste experimentarla nuevamente para saciar el vacío que te provocó.
Olía a antiséptico, almizcle y lluvia. Podría ser recordado fácilmente como el aroma de un perfume anodino que envolvió el aura de un ser prohibido para el disfrute mundano.
Entonces ella sonrió abiertamente, su sonrisa torcida fue la de una bestia voraz, alegría, furia y un hambre que prometió consumirlo de un solo bocado. Fue un festín que ella disfrutó en el silencio de su celda, bebió de la expectativa que vio en sus ojos diferentes, molesta por no poder obtener nada más de él que acusaciones.
Una cobra hipnotizando a su presa, bailando a su alrededor.
— Cerca, pero no lo suficiente.— murmuró jugando con él, intentando extraer otro comentario ingenioso que alimentara la conversación.
Alessio empujó a Stefano de manera imperceptible, llamando su atención, la burbuja se rompió. Fue el primer gran gesto que hizo que Arabela mirara por fin al policía, un brevísimo atisbo de violencia invadió su mirada antes de echarse hacia atrás en su silla, tomando su pose lánguida y desinteresada. Él arrugó los papeles del guion entre sus manos, despojando a Alessio de sus posesiones, el temperamento del psicólogo controlándose ante la innecesaria interrupción.
— Vamos.— Stefano se giró hacia la puerta impartiendo una orden que no daba lugar a objeciones, recordó por qué no era sano que ellos trabajaran juntos.— Ahora.
El policía fue el primer en tomar el picaporte de la puerta, y su compañero no dignó una última mirada hacia su nueva paciente mientras se alejaba. Sin embargo, su voz los detuvo.
— Solo hablaré con él.
Stefano levantó una de sus cejas mientras giraba su cuerpo para mirarla, no creyó lograr un avance tan significativo en una primera sesión tan breve e improvisada.
— Dile a Giovanni que si quiere información, sólo hablaré con el señor Cacciatore. Sin supervisión, ni guaridas. Sólo él y yo.
Su egocentrismo profesional no lo invadió ni por un minuto, no quiso atribuirse un logro que, posiblemente, ni siquiera era suyo sino de ella.
D'Angello sonrió. Un depredador mostrando sus colmillos afilados ante un tipo de presa que no retrocedió de miedo ante su exhibición.
Stefano pensó en cuántos pecados debía pagarle al diablo y en cuántas cuotas debería partir su alma para servirle.
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