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Interrupción constante

La penumbra de la caverna bebía la luz trémula de las antorchas, sedienta de claridad. Humedad y frescor se tejían en el aliento de los intrusos, mientras el susurro constante de las criaturas pequeñas y ocultas rondaba por la oscuridad.

Jonsa y Alir caminaban en la vanguardia, Mujina transitaba a un paso de su soberano, mientras Los Búhos custodiaban la retaguardia.

Cada sonido distinto era una llamada para la batalla, estaban más que preparados para ella, sin embargo, la quietud de su soberano los mantenía en la misma calma.

—Me siento incómoda —dijo Alir con un tono bajo, pero no lo suficiente para evitar que llegara a los oídos de Orion y su Sicrela.

Jonsa asintió, pero prefirió callar, no era una sensación agradable la sentida, pero tampoco insoportable. Algo cayó sobre su hombro, una gota, supuso, pero al tocarle con la yema de los dedos, le provocó un gran ardor. Ahogó el gritó, manifestando su dolor con una expresión de furia.

Orion elevó su vista, su ceño fruncido dibujando una silueta de sorpresa ante la presencia inadvertida y misteriosa. La penumbra era espesa como si el mismo aire se hubiera solidificado para ocultar lo que acechaba en lo alto, pero su instinto le gritaba que no estaban solo.

Los Búhos arrojaron un par de cuchillos, teniendo la certeza del impacto al escuchar el fuerte chillido. Jonsa, cuyos reflejos habían sido templados por el arduo entrenamiento de su Sicrela, desenfundó su espada con la elegancia mortal de un maestro. Los metales cantaron mientras eran liberados del abrazo seguro de sus vainas, y, al unísono, las dos damas guardianas se sumaron a la danza, sus armas deslizándose en mano con gracia y fulgor peligroso. Unidos en su defensa, retrocedieron con la coordinación de quienes han compartido incontables batallas, poniendo distancia entre ellos y la oscuridad que ocultaba a su desconocido adversario.

Desde lo alto, un objeto inesperado se precipitó al suelo, aterrizando con un golpe sordo frente a Orion, quién con interés y el fuego de su antorcha analizaba a la criatura. Era larga, robusta, y su piel parecía estar hecha de piedra, sus ojos eran como el propio abismo, y sus dientes eran largos y picudos, sobresaliendo de su boca reptiliana. Tenía un cuchillo clavado en una de sus seis patas, justo entre sus largas garras.

—Trela D'icaya —gritaron los islos al unísono, mientras trataban de volver a él con rapidez.

[Lanza de luz]

La criatura hizo por moverse, pero la resplandeciente vara le atravesó el cráneo, muerte instantánea.

*Tu habilidad [Lanza de luz] ha subido de nivel*

—¿Por qué no la sentí? —se cuestionó, mientras observaba el líquido rojo deslizarse por la fría tierra rocosa.

Mujina se acercó a su soberano, indispuesta a volverle a dejar. Alir y Jonsa hicieron lo propio, la vergüenza no se borraba de sus caras, y la forma en cómo manejaban los fuertes sentimientos era apretando las empuñaduras de las espadas.

Orion hizo caso omiso a sus preocupaciones, estando más interesado en la criatura desconocida.

—¿Conoces su raza?

—No, Trela D'icaya. Lo siento.

Se tomó un momento, para unos segundos después identificarla con la ayuda de su interfaz, algo que a veces olvidaba que podía hacer.

•~•

- Nombre: Nunca obtenido.

- Raza: Rondador.

- Afinidad elemental: Piedra.

- Sangre: Normal.

- Estado: Muerto.

- Habilidad especial: Excavación veloz.

- Cuerpo especial: Cuerpo rocoso.

~•~•

*El cadáver identificado posee recursos para la alquimia*

Ordenó el avance con ligera renuencia interna, convenciéndose de que su misión era lo primordial, ya después de culminarla, podría mandar a un par de soldados para hacerse con los cadáveres que dejarían o dejaron a su paso.

La negrura era completa, una vorágine de sombras donde la débil luz de las antorchas se rendía ante el embate persistente de las tinieblas. Los subalternos de Orion, con la respiración contenida, tensaban sus sentidos hasta el límite, imaginando más que viendo las criaturas que podrían estar al acecho en la vastedad de aquel pozo sin estrellas. Con cada paso, el silencio del abismo parecía absorber hasta el más mínimo susurro de valentía.

Anda y su grupo hacia un esfuerzo mayor por desvelar los secretos que se ocultaban tras la negrura, pues eran exploradores antes que guerreros, para aquello había nacido su escuadrón. Recabar y regresar con información era su propósito, entregándola en manos de su señor antes de que las sombras de posibles adversarios pudieran manifestarse en claro peligro. No obstante, la tarea se resistía a ser conquistada.

La amenaza se insinuó en la sutil danza de su piel, una maraña de bellos que se alzaba al son de una premonición súbita, un susurro del instinto más primitivo. Las pupilas de Jonsa, dilatadas hasta el umbral del dolor, buscaron desesperadamente desentrañar la oscuridad que le rodeaba, pero era un manto demasiado espeso para ser traspasado por meros mortales. Entonces, la certeza de una presencia acechante inundó su ser apenas un latido antes de que la realidad se desgarrase en peligro palpable. Con una agilidad nacida del temor y la necesidad, su espada cantó al ser liberada de su prisión de cuero, una lúgubre melodía de acero que fue interrumpida por la masa imponente de la bestia oculta en las sombras. El impacto fue un golpe brutal contra su cuerpo, una embestida que lo arrojó a la tierra. El suelo se abrazó a él en un doloroso saludo, pero Jonsa, cuyo espíritu ardía con una resolución indomable, se levantó con la misma celeridad con que había sido derribado.

Por su parte, Alir —igual de fiera y valiente en la lucha— fue derribada con la misma brusquedad, enfrentándose al embate repentino de una larga y gruesa cola. Con los mismos movimientos fluidos que los guerreros de su estirpe habían perfeccionado a lo largo de incontables generaciones, Alir se reincorporó, dispuesta a retomar y reforjar el terreno perdido, cada músculo y cada pensamiento enfocado en no ceder más ante el enemigo oculto tras el abismo sin fin.

—No te transformes —ordenó Orion, mientras hacía aparecer una espada en sus manos, traída directamente desde su inventario.

Acatando la orden con serena conformidad, Mujina sofocó el ímpetu ferviente que bullía en sus venas, una anticipación que típicamente precedía su metamorfosis, retornando su sangre a su estado normativo. Sus ágiles y silenciosos pasos le ayudaron a esquivar a la bestia, de apariencia pesada, que resultaba ser increíblemente rápida. Su espada fue clave en su defensa y ataque, dibujando medias lunas con intenciones mortales.

Con la rapidez que los caracterizaban Los Búhos formaron un cerco alrededor de una de las tres criaturas que aparecieron, todas pertenecían a la raza: rondador.

[Lanza de luz]

Las tres deslumbrantes impactaron en el cuerpo rocoso del rondador cercano, silenciando su aliento en momento fugaz. Sus sentidos, que lentamente recuperaban su gloria del pasado, le hicieron levantar su espada mucho antes que su mente entendiera lo que sucedía. La boca del rondador impactó contra la hoja del arma, y la fuerza de la embestida le hizo retroceder, más no caer. Se percató de las cuarteaduras creadas en la hoja por la saliva del adefesio, debiendo ocupar su habilidad [Fabricante] para reciclar los materiales, para de inmediato extraer de su inventario una nueva espada, y con ella darle muerte al osado.

—¿Cuántos son? —preguntó, podía ver cinco y uno muerto.

—Siete, señor Barlok —dijo Anda, alzando la voz.

Alir y Jonsa, tras una lucha frenética y feroz, finalmente habían logrado abatir a otro de los siniestros rondadores. Emergieron victoriosos, aunque por un margen peligrosamente estrecho, evitando por poco las garras rasgantes y las mordeduras venenosas de su indome adversario. Mientras tanto, en un acto de lealtad inquebrantable, Mujina se enfrentaba valientemente a una bestia distinta, un horror de sombras que se lanzaba hacia ella. A pesar del peligro inminente, ella no retrocedía ni un paso, decidida a no ceder ni un ápice en la protección de su soberano, cuya seguridad era el faro que guiaba cada uno de sus movimientos en la oscuridad envolvente.

—Nuestras armas son inútiles, apenas logran mellar su coraza —exclamó Throka, su voz impregnada de una ansiedad que apenas podía disimular.

—La gema en su frente —aconsejó Denis con premura al hacerse con la valiosa información, esquivando el latigazo de la enorme cola que se había acercado con intenciones asesinas.

Las antorchas tiradas en el suelo poco a poco perdían su cálido fuego, retornando la perversa y completa oscuridad a la caverna.

[Grito de guerra]

[Aliento ígneo]

El estruendoso clamor quebró el silencio como un trueno, congelando la sangre de todas las criaturas acechantes; sin embargo, la destreza ígnea de su habilidad apenas redujo a cenizas a un solo adversario. Durante un efímero lapso de unos diez segundos, la llamarada voraz iluminó la caverna con una claridad cruda y reveladora. Los reflejos de luz desenmascararon la engañosa percepción inicial: no se trataba de meros seis rondadores, sino de una legión.

[Espadas danzantes]

Bloqueó el camino, mientras sus ojos se posaban en las bestias cercanas. Los Búhos habían encontrado su debilidad, la gema, y al destruirla conseguían debilitarla tanto que no tenían problemas en asesinarla.

La habilidad de Alir con la espada fue superior a la de Jonsa, notándose en la variedad de ataques y la rapidez en la postura para defenderse. Ambos habían combatido más como humanos que como islos, y aunque tenían la tentación de despertar su sangre, optaron por no hacerlo, la orden de su soberano fue clara, y jamás le desobedecerían.

Mujina recibió un corte en su brazo, pero la hazaña le costó la vida a la criatura, y a diferencia del grupo de Anda, ella no tenía la necesidad de buscar dañar o destruir su gema para asesinar al rondador, tenía la fuerza, y el filo de su espada era suficiente para atravesar su piel.

Orion asesinó a los restantes con la ayuda de su habilidad [Lanza de luz], logrando que volviera a subir de nivel.

Fueron a por las antorchas, impidiendo que se apagaran, y esperaron por las nuevas víctimas, pero los rondadores no aparecieron. Habían escapado por los agujeros recién hechos de los que ahora se percataban, aunque no podían culparse, la luz de los palos con la punta en llamas apenas si ayudaba a observar a unos pasos de ellos.

Orion no ordenó el avance inmediato, no al menos hasta recuperarse por completo con la ayuda del anillo de la eternidad que portaba en uno de sus dedos, uno de sus más preciados objetos.

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