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Ecos del Caos

Capítulo 4: Ecos del Caos

El vasto cuerpo planetario de Ápeiron latía con un ritmo irregular, una sinfonía cósmica que resonaba en la oscuridad del espacio. Aunque había comenzado a comprender su nueva existencia y sus capacidades divinas, las energías que fluían dentro de él eran impredecibles. Cada pulsación de la Energía del Principio parecía desatar ondas de creación y destrucción que moldeaban el mundo, pero también lo debilitaban.

El Libre Albedrío y las Elecciones de un Dios

Ápeiron reflexionaba. Las entidades y criaturas que había creado, aunque aún jóvenes y sin forma definida, comenzaban a mostrar atisbos de voluntad propia. Aun cuando eran fragmentos de su energía, sentía que se distanciaban de él con cada momento que pasaba.

—Soy su creador —murmuró, su voz resonando en las profundidades de su ser—, pero no debo ser su amo. ¿Qué valor tendría su existencia si no pudieran decidir su propio camino?

La claridad de ese pensamiento lo tranquilizó. Había entendido que su papel no era imponer un destino, sino proporcionar un mundo donde las elecciones fueran posibles. Este concepto lo fortaleció, pero también lo llenó de incertidumbre. ¿Qué ocurriría si el caos que habitaba en sus creaciones se desbordara? ¿Y si el equilibrio que buscaba fuera imposible de alcanzar?

La Primera Tormenta

Mientras meditaba, una perturbación recorrió las capas externas de su cuerpo. Desde los océanos recién formados hasta las montañas incandescentes, todo comenzó a temblar. La energía liberada durante la creación de Nezrith y Nyxoth había desatado una reacción en cadena. En el cielo, nubes negras se congregaron, girando en un vórtice imponente. Relámpagos de colores antinaturales rasgaron el firmamento, mientras los mares se agitaban en un frenesí caótico.

Ápeiron sintió el peso de la tormenta. Era como si su esencia estuviera siendo desgarrada. Comprendió que este caos no era meramente un fenómeno natural; era un reflejo de su propia lucha interna. Cada entidad que había creado representaba una faceta de su ser, y esas facetas aún no estaban en armonía.

—Esto no puede continuar… —pensó, sintiendo que el desorden ponía en peligro su estabilidad.

En un intento desesperado por contener el caos, Ápeiron dirigió la Energía del Principio hacia las regiones más afectadas. Sin embargo, la energía era volátil, y su inexperiencia con ella le jugó en contra. En lugar de calmar la tormenta, su intervención intensificó los desequilibrios, creando fenómenos aún más impredecibles.

Las Creaciones Ante el Caos

En las profundidades de su mundo, las entidades primordiales comenzaron a reaccionar. Lumivón, que había permanecido en un estado de contemplación luminosa, extendió un rayo de luz hacia el vórtice oscuro, intentando disiparlo. Su acción iluminó los cielos, pero también provocó una reacción de su opuesto. Nezrith, la Voz de la Oscuridad, se manifestó como una sombra inmensa, absorbiendo la luz y equilibrando temporalmente el conflicto.

En los mares embravecidos, Thalassia emergió, su cuerpo fluido y brillante ondulando con el ritmo de las olas. Con cada movimiento, intentaba calmar las aguas. Mientras tanto, en las tierras recién formadas, Galradur desplegaba su poder para solidificar los suelos inestables, buscando dar soporte a las regiones más frágiles del mundo.

A pesar de sus esfuerzos, la tormenta seguía creciendo. Fue entonces cuando Nyxoth, el Caos Eterno, intervino, su voz resonando en todas partes y en ninguna a la vez.

—Esto es inevitable, padre. El caos es el inicio de toda creación. No lo combatas; aprende a vivir con él.

Ápeiron escuchó, y por primera vez, no intentó resistirse. Dejó que la tormenta siguiera su curso, observando cómo las energías se entremezclaban y transformaban. Comprendió que no todo caos era destructivo; algunos desequilibrios eran necesarios para que surgiera algo nuevo.

El Costo del Control

Sin embargo, la aceptación no estaba exenta de consecuencias. Las energías que había liberado para contener la tormenta habían debilitado su esencia. Sentía su conciencia fragmentarse, su fuerza disminuir. Sabía que no podría sostener su vigilia mucho tiempo más.

—Si este es el precio para preservar el equilibrio, lo aceptaré —se dijo a sí mismo, preparándose para lo inevitable.

Sus creaciones también comenzaron a sentir los efectos. Las entidades primordiales, que habían desplegado grandes cantidades de energía para estabilizar el mundo, mostraban signos de agotamiento. Sus formas se desvanecían, retrocediendo hacia un estado más básico. Las bestias míticas, que habían comenzado a explorar su entorno, se refugiaron en las regiones más seguras, entrando en un letargo profundo.

Ápeiron comprendió que esto era necesario. Si él mismo iba a caer en un sueño prolongado, sus creaciones también debían descansar. De lo contrario, el caos podría reinar sin control.

La Profecía del Sueño

Antes de que su conciencia se apagara por completo, Ápeiron dejó un último mensaje grabado en el corazón de su mundo. Era una promesa y una advertencia para las generaciones futuras, un recordatorio de que el equilibrio siempre debía ser buscado, incluso en medio del caos.

—A quienes despierten tras mi sueño —dijo, su voz resonando en las profundidades del cosmos—, recuerden que este mundo no les pertenece. Fue creado para que lo habiten, pero su destino está en sus manos. Protejan el equilibrio, pues solo a través de él encontrarán la verdadera libertad.

Con esas palabras, su conciencia comenzó a desvanecerse. El sueño lo envolvió, profundo y reparador, mientras el mundo que era su cuerpo entraba en un período de calma inquietante. Las tormentas cesaron, y el paisaje quedó inmóvil, como si el tiempo mismo se hubiera detenido.

El Letargo de las Creaciones

Las entidades primordiales y las bestias míticas también cayeron en un sueño profundo. Lumivón, reducido a una pequeña esfera de luz, quedó suspendido en el cielo. Nezrith, ahora una sombra tenue, se escondió en las profundidades del mundo. Thalassia, transformada en una simple gota de agua, se sumergió en el océano más profundo. Y así, cada creación volvió a su forma base, esperando el momento en que su creador despertara para guiarlas nuevamente.

El mundo de Ápeiron, aunque aparentemente en calma, albergaba un potencial inmenso. La energía del principio seguía fluyendo, oculta en las entrañas del planeta, esperando ser utilizada por aquellos que tuvieran el valor y la sabiduría para aprovecharla.

Un Nuevo Comienzo

Lejos, en los confines del cosmos, fuerzas desconocidas observaban. El sueño de Ápeiron marcaba el inicio de un nuevo capítulo en la historia del universo, un período de incertidumbre y posibilidades infinitas. Mientras su cuerpo planetario descansaba, otras entidades cósmicas comenzaron a moverse, atraídas por la energía que él había desatado.

El destino del mundo y de sus habitantes aún estaba por escribirse, pero una cosa era segura: el equilibrio sería puesto a prueba, y las elecciones de las futuras generaciones determinarían el curso de la Quinta Era.

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