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Sorprendida, estaba a punto de negar con la cabeza cuando la señora Hernández me guiño el ojo y agrego:

-Es muy molesto tener calambres, casi no se puede hacer nada durante los primeros meses, incluso se corre el riesgo de sufrir un aborto… -Álvaro estaba a punto de ir a trabajar cuando la señora Hernández exclamo: ¡Señor Álvaro, sufrir de calambres es muy molesto, más tarde debería darle un masaje! Incluso he comprado unos aceites, están en su habitación.

Debo admitir que la señora Hernández estaba haciendo un trabajo increíble como aliada. De pronto, Álvaro dejo a un lado los papeles que llevaba y pregunto:

- ¿Te duele mucho?

Tarde un poco en reaccionar, pero me di cuenta de que se refería a que si me dolían las piernas debido a los supuestos calambres. La señora Hernández me estaba haciendo señas para que dijera que si, por lo que forcé una sonrisa y dijo:

- ¡Si!

Álvaro frunció el ceño y dijo:

- ¡Ven conmigo!

Mientras él iba de camino a la habitación yo me gire para mirar a la señora Hernández.

-Disculpe, pero yo no tengo calambres… -tenía otros síntomas, pero los calambres no eran un problema todavía.

Entonces la señora Hernández me miro exasperada.

- ¡No importa, igualmente los tendrá en el quinto o sexto mes, solo vaya a la habitación ahora!

Al tiempo que iba subiendo las escaleras sentía las piernas cada vez más pesadas pues ya no sabía que esperar. Cuando llegue, Álvaro se estaba bañando. Me puse a mirar alrededor de la habitación y encontré que sobre la mesita de noche había un aceite esencial; ¡no podía creerlo, la señora Hernández de verdad era un estuche de monerías! También me di cuenta de que a pesar de que estuve de viaje durante unos días y de que surgió el rumor entre Nicolas y yo, Álvaro no fue lo suficientemente cruel como para tirar mi ropa.

En eso, salió del baño con el pelo mojado y el agua se deslizaba sobre su pecho desnudo hasta llegar a la zona de la cintura, que estaba envuelta en la toalla.

- ¡Date una ducha! -ordeno, su voz fue la razón por la que salí de mis pensamientos.

Me gire y me encontré con su mirada, por alguna razón me sentía culpable y deje de mirarlo, entonces me escabullí hasta el baño. El sonido generado por la ducha era muy fuerte pero aun así podía escuchar el ruido que provenía de la habitación, pude escuchar que un teléfono sonaba, pero no le di importancia, ya que creí que sería el de Álvaro, hasta que salí de la ducha y lo encontré con el mío pegado a la oreja. Me acerque a él y pregunte:

- ¿Quién es?

Pero no dijo nada, en cambio, me entrego el teléfono con frialdad. Al ver la pantalla vi el nombre de Nicolas y fruncí el ceño.

-Hola, señor Herrera. -cogí la llamada y me aparté de Álvaro, que el verlo de reojo, me di cuenta de que estaba concentrado en su teléfono.

-Ya me ocupé del rumor, también te digo que en caso de ser necesario daré una rueda de prensa -dijo Nicolas con total seriedad.

Era muy raro escucharlo hablar tan serio y con tanta formalidad.

-Está bien, ¡muchas gracias! -respondí.

-De nada. -dijo, pero parecía un tanto distraído -por cierto, si me gustas te convertiré en mi mujer de manera respetable, no así.

- ¡Buenas noches! -dije, porque Álvaro ya me estaba mirando con impaciencia. Después de colgar deje mi teléfono a un lado y me encamine hacia Álvaro -hablo sobre el rumor, dijo que… -de pronto se me ocurrió que en realidad no tenía porque explicar nada, entonces me senté al borde de la cama y empecé a secarme el pelo con la toalla.

De repente, la arrebato de mis manos y cuando menos lo espere, empezó a secarme el pelo el mismo; a pesar de todo, el silencio seguía reinando en la habitación.

Pronto mi pelo estuvo casi seco así que arrojo la toalla al suelo y ordeno:

- ¡Túmbate!

Álvaro tenía un poco de aceite esencial en la mano y estaba de rodillas sobre la cama esperando a que me acostara.

De inmediato me sonroje.

-En realidad no tienes que hacerlo, yo… -me quede callada porque puso su mirada en mí.

En silencio, empezó a masajearme las pantorrillas, era una situación incómoda, quería decirle algo, pero no sabía que o cómo hacerlo, pues nada me parecía apropiado para la situación.

- ¿Sigues enfadado conmigo? -pregunte.

- ¿Te duele?

Pensé a que se refería a que, si me dolían las pantorrillas así que de inmediato contesté que no, después de todo eso era algo que se había inventado la señora Hernández.

-En realidad no. -de repente, se puso de pie, pero lo agarre del brazo e implore: - ¡Álvaro, si estas enfadado conmigo grítame, pero no me ignores por favor!

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