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La tienda de dulces

Al llegar al mercado, el grupo se percató de que el mercado estaba tan lleno como siempre. El doble ascenso había provocado que el mercado este hasta reventar en estos últimos años. Era normal ver atascos en los pasillos y las colas para entrar en las pinturas no eran pocas. Por suerte a Adam el dinero no le faltaba y podía ir a la tienda de dulces más cara de todo el mercado solo para no tener que perder tiempo en la cola.

En el camino no fueron pocas las personas que miraron a los niños con túnicas grises con miradas de curiosidad y sospecha. Sin embargo, los guardias no se preocupaban: ya conocían a Adam desde hace tiempo, por lo que estaban más preocupados por los forasteros que venían codiciando participar en la guerra de las estanterías del cuarto piso medio.

Si bien las estanterías que controlaban este tipo de zonas podían solucionar los problemas generados por la codicia de los bibliotecarios, era molesto para ellas hacerlo, por lo cual muchas veces terminaban ignorando sus reglas si tantos bibliotecarios se amontonaban por un hexágono. Ese era el motivo por el cual había guardias por los pisos con mucha población de bibliotecarios, además que ser guardia debería tener algunos beneficios secretos que Adam desconocía.

Nadando entre el mar de personas, Adam finalmente pudo encontrar la tienda que buscaba, por suerte no había mucha cola y tras esperar un poco pudo ingresar a la pintura de la tienda de dulces.

La tienda estaba hecha de madera marrón y tenía una decoración muy lujosa. Había mostradores por todos lados guardando: pasteles, facturas, bombones y golosinas. Dado que en realidad no había muchos niños, el verdadero negocio de la tienda de dulces era la pastelería, la venta de bombones y facturas, pero también había dulces en varios barriles dispersos por la tienda.

La tienda contaba con dos partes, el área de recepción para clientes y el área de la cocina donde se preparaba la comida, pero el aroma a pasteles ricos cocinándose siempre inundaba el área de recepción, lo cual motivaba a los clientes a comprar de más.

Adam conocía esta tienda por su infancia: cuando era un niño solía venir a buscar algo que no tuviera el sabor a los hongos de la cueva, tratando de evitar el sabor monótono de los champiñones.

Cuando Adam entró, un saludo de recepción se escuchó desde la parte de atrás de la tienda:

—Estimado cliente, bienvenido a la pastelería de Don Pastore. ¿Qué desea celebrar en esta ocasión?

Acto seguido, un hombre gordo de cabello marrón salió del área de la cocina. El hombre estaba vestido con una túnica negra algo manchada y un sombrero de pastelero. El pastelero tenía una mirada amable y un bigote negro de estilo inglés muy prolijo y cuidado en su boca. Al notar a Adam, Pastore, con una sonrisa, dijo:

—Pero si es Adam, hace tiempo no te veía por mi tienda, muchacho. ¿No me digas que finalmente voy a cocinarte un pastel de regalo por haber obtenido la túnica negra?.

Adam tenía la cara roja por la vergüenza: no podía creer que el pastelero de verdad recordara su nombre, él no recordaba el nombre del dueño de la tienda. Lo que Adam no sabía es que no había muchos niños en estos pisos y los pocos que había no podían comprar caramelos de forma tan seguida como el joven lo hacía, por lo cual a Don Pastore le era muy fácil reconocerlo; además de que era pelirrojo y no había tantos pelirrojos en estos pisos.

—No, pero falta poco: todavía no es el momento de festejar…—Respondió Adam con pena, sabía que la tradición de los bibliotecarios era comprarse regalos a ellos mismos cada vez que alcanzaban alguna meta realmente importante en sus vidas—En realidad vine a comprarle dulces a mis descendientes lejanos.

—Ya veo, pueden tomar lo que quieran…—Respondió el pastelero con una sonrisa amable— Agarren alguna de esas cajas y llénenlas con los dulces que desean.

El pastelero señaló unas cajas cuadradas no muy grandes que contenían varios frascos de vidrio, se suponía que los clientes tomarían un solo frasco, pero Don Pastore sabía que Adam directamente se llevaba una caja de frascos llena de dulces cada vez que venía.

Adam recordando el pasado tomó tres cajas y le dio una caja a los dos niños, la caja contenía el espacio para nueve frascos, para Adam era fácil cargar la caja llena, pero para los niños podía ser un poco complicado lograrlo… pero por los dulces lo harían.

—¿Podemos poner lo que queramos?—preguntó Hermes mirando los barriles llenos de dulces por toda la tienda.

—Si, si...—Respondió Adam procediendo a buscar sus dulces favoritos—Yo también me llevaré una caja, así que solo toma lo que quieras y ponlo en el frasco

Hace tiempo que Adam no venía, por lo que estaba algo emocionado: tal vez sea por ver a los niños corriendo como locos por la tienda, pero realmente se sentía como si hubiera vuelto a un pasado más feliz mientras recorría los pasillos llenos de barriles con dulces.

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