—Entonces, ¿quieres trabajar en la universidad? —preguntó John asombrado.
—No te lo recomiendo —le dijo Paul a su hermano Swindle—; ya ves lo poco que nos pagan. O tu ¿qué opinas, George?
—Que haga lo que quiera. Con tal de que no nos despidan.
—Y ¿por qué quieres trabajar aquí? —preguntó John—. ¿Cuál es el truco?
—No hay truco —dijo Swindle con las manos abiertas y una expresión de "¿por qué sospechas de mí?"—, solo quiero encargarme de los planes educativos. Hay mucha gente que quiere estudiar, y no hay suficientes carreras para todos.
—Sí, pero no hay dinero ni instalaciones para todo eso.
—No hay problema; puedo arreglar los horarios, podemos expandir las instalaciones o construir nuevas, y estoy dispuesto a invertir en la universidad.
Tanto John, como Paul y George miraron a su hermano sorprendidos.
—¿En serio? —preguntó John—, y ¿qué te hizo cambiar de parecer?
—Sí, es que en la biblioteca me encontré con un hombre mayor que estaba haciendo una tesis sobre James Joyce.
—Ah, sí, el profesor Rick Carter —dijo John—. Es una eminencia en el tema.
—Sí, y si gente como él puede seguir estudiando, entonces cualquiera puede hacerlo.
—Ok —dijo John—, te llevaremos con el rector, el Dr. Robert Jones, pero ahí estás tú solo. Nosotros solo somos profesores y no tenemos influencia con él.
—No te preocupes —Swindle le dio a su hermano unas palmadas en el hombro—; estoy seguro de que todo va a estar muy bien.
Sus hermanos, entonces, llevaron a Swindle a la oficina del rector, y Swindle entró y quedó maravillado con ella. Las paredes estaban repletas de pinturas, fotografías, diplomas y libreros antiguos. En un rincón había un varios sillones y, a un lado, una mesa con una botella de whisky y cuatro vasos de cristal. Al fondo, había una ventana que daba a los campos de futbol y, frente a ella, un enorme escritorio de caoba con un pisapapeles con la leyenda "Dr. R. Jones, rector" y un Dr. R. Jones, rector. Él era un hombre de alrededor de 80 años, y estaba revisando unos documentos. Sus brazos temblaban al tratar de mantener la hoja extendida frente a su rostro, y, a pesar de traer puestos unos lentes, sus ojos se entrecerraban en un intento de distinguir las palabras que tenían en frente.
Swindle dio un par de golpecitos a la pared. El rector levantó la mirada y dejó los documentos en el escritorio.
—Sí, ¿en qué lo puedo apoyar? —preguntó.
—Señor rector, estoy dispuesto a donar $1'000,000 a su universidad si me permite trabajar en la creación de planes educativos.
—¿Disculpe?
—Las donaciones de van a llegar de diferentes cuentas a diferentes nombres, pero eso es lo de menos. Esta universidad ya cuenta con cierto prestigio, y las carreras y posgrados que propongo podrían servirle mucho para conectar con las nuevas generaciones. Aquí tengo la lista.
Swindle sacó varias hojas de su saco y se las entregó al rector. Él las tomó y leyó las primeras propuestas con mucho trabajo; después, miró a Swindle incrédulamente.
—Está loco. Salga de mi oficina.
Swindle tomó unos fajos de billetes que tenía en su saco y los dejó en el escritorio.
—Puedo adelantarle $10,000.
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