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II

Al poco tiempo, llegó. Estacionó su auto frente a la su casa y abrió el maletero. De ahí sacó una maleta enorme y cerró el maletero.

Con el juego de llaves que le había dado su madre varios años atrás, Swindle entró a la casa. Era igual de cómo la recordaba (demasiado pequeña para su gusto). Caminó por la sala y entró a su habitación. Era igual de cómo la recordaba (demasiado mediocre para su gusto). Dejó ahí su maleta y se dirigió a la habitación de su madre. Ella, la geriátrica Molly Jones, estaba acostada en su cama, dormitando. A su lado, estaba una enfermera que miraba distraídamente su celular.

Molly oyó unas pisadas que se acercaban y abrió los ojos. Apenas vio a su hijo, extendió los brazos e hizo todo lo posible para no romper a llorar.

—¡Ringo, mi Ringo, viniste!

Swindle se acercó a ella y la abrazó largamente.

—Aquí estoy, Gully —Swindle siempre llamaba a su madre de esta manera (porque Gully es el diminutivo de gullible)—. Aquí estoy. Ya acabé mis negocios, y ahora me voy a quedar aquí a cuidarte.

Al oír esto, Gully Jones no pudo seguir reprimiendo sus lágrimas.

—¡Ringo, mi Ringo, estoy tan feliz!

—Lo sé, Gully, lo sé.

Swindle soltó a su madre y se sentó a un lado de ella.

—Y dime, Gully, ¿cómo están mis hermanos? —Swindle Jones era el menor de cuatro hermanos, y casi nunca hablaba con ellos. Se podría decir que eran unos completos desconocidos para él. Lo poco que sabía de ellos era lo siguiente:

· Sus nombres eran John, Paul y George;

· Habían estudiado respectivamente literatura inglesa, historia del arte y psicología;

· Cada uno de ellos tenía más de una maestría;

· Pero eso no impidió que terminaran trabajando como docentes en la universidad donde habían estudiado;

· Su trabajo era estable, pero su salario era tan mediocre que los tres no podían darse el lujo de dejar la casa de su madre.

—Pues trabajando, ya ves.

Swindle asintió con la cabeza distraídamente y bostezó.

—Bueno, Gully, yo voy a dormir un poco. Cualquier cosa voy a estar en mi habitación.

—Ay, Ringo, mi Ringo, tú descansa. No te preocupes por mí.

—No podría hacerlo ni aunque quisiera —dijo Ringo y besó la frente de su madre—. Buenas noches.

Swindle se dirigió a su habitación y abrió su maleta. Sacó un par de cambios de ropa y miró los fajos de billetes que conformaban el 99% de su equipaje. Tomó unos cuantos fajos, los guardó en su saco y cerró la maleta. Se quitó la ropa, se puso su piyama y escondió la maleta debajo de su cama.

Y suspiró. Apenas llevaba diez minutos en casa de su madre y ya estaba aburrido.

Se acostó en su cama y durmió.

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