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—No tenía opción, iban a matarla si la dejaba ahí.

—Tienes mas tiempo que yo en este negocio, Jefferson, y sabes los métodos que hay que utilizar, y en especial conoces sobre la seguridad y que hacer en momentos como este. ¿Cómo cometes un error tan simple? No me molesta que hayas venido a este estado, me molesta que hayas venido directamente a nosotros. Sabes lo que puede pasar ahora, ¿verdad?

—Lo siento, Akira. Te llamé, pero no respondiste. No quería traerla directamente, pero no tuve de otra. Estoy seguro que no me siguieron, no hay manera.

—Si algo le sucede a mi hija y a mi esposa por esta necedad que acabas de cometer, pagarás las consecuencias. Serás como mi padre, pero acabas de poner en peligro a mi familia y eso no lo perdono.

—No volverá a ocurrir, Akira. Tan pronto consiga una casa de seguridad saldremos de aquí. Espero permitas que se quede mientras tanto.

—No me molesta que se queden, pues ya el daño está hecho. Aparte será mejor que lisa este con su madre. Hace un año no se ven y debe extrañarla mucho. Permitiré que se queden los dos, pero encárgate de traer más seguridad a la casa.

—Esta bien, como quieras. Grácias por todo.

—Estás en tu casa, Permiso.

Fui al cuarto y vi a mis princesas acostadas en la cama. Desajusté mi corbata y me quité el gabán, para luego acostarme detrás de lisa y abrazarla.

   Lisa

—Regresaste, Akira— desperté al sentir sus manos alrededor de mi cuerpo.

—Sigue durmiendo, preciosa.

—¿Hablaste con Mr. Jefferson?

—Si, corderito. Se quedarán un tiempo indefinido, será lo mejor para ti y para Kaori.

—¿Estás de acuerdo? Suenas algo molesto.

—Lisa, acaban de ponerte en riesgo junto a nuestra hija, ¿Cómo no estar molesto?

—Pero, ¿Crees que esos hombres den con este lugar? Estamos muy lejos.

—El que busca encuentra, preciosa. Si ha estado siguiéndonos desde que estábamos en Tokio, hasta San Francisco, no dudes que dé con este lugar también. Hay que estar pendiente de todo— por lo menos hablar del tema de su padre no ha cambiado su actitud, eso me tranquiliza.

—No te preocupes, vamos a estar bien. Gracias por dejar que mi madre se quede; aunque aún ella no está de acuerdo con nuestra relación. No sé cómo hacerle entender.

—Tranquila, no pienses en nada más ahora— besó mi cuello.

—Akira, no hagas eso.

—No haré nada, tranquila. Es tan hermosa nuestra princesa. Es igual de dormilona que su madre.

— Al menos sacó algo de mi, lo demás es todo de ti.

—¿Mi corderito está celosa?— besó mi cuello nuevamente.

—Basta. ¿Cuándo empezaré a trabajar jefe?

—No me digas jefe, soy tu esposo. Mañana mismo, ya mandé a encargar tu uniforme, se supone que mañana te lo lleven al Hotel.

—Entendido, jefe— reí.

—Parece que la gatita está provocando otro castigo.

—No, ya voy a dormir. Que descanses— cerré mis ojos, a lo que Akira rio.

A la mañana siguiente despertamos los tres. Kaori despertó varias veces en la noche, pero se volvía a dormir. Akira estaba exhausto, no despertó en toda la noche. Necesitábamos el descanso luego de aquella noche caótica que tuvimos, por suerte mi cuerpo sentía un poco más  aliviado. Me levanté para arreglarme y hacer algo de desayuno. Kaori ya había despertado, se veía tan risueña como siempre. Es tan hermosa que no me canso de admirar su belleza.

Al bajar me encontré con mi madre, no me dirigió palabra alguna, solo se acercó a Kaori y la abrazó. Ignoré que no me saludo y yo si lo hice.

—Buenos días, mamá— caminé a la cocina y preparé desayuno para todos. Al estar buscando los cubiertos, sentí las manos de Akira en mi cintura.

—¿Cómo amaneciste, cielo?— pregunté.

—De maravilla— besó mi hombro.

—¿Estás así desde muy temprano?— podía sentir su erección en mis glúteos.

—Es tu culpa, hueles tan bien— sentir su respiración en mi oído, me dio un escalofrío por todo mi cuerpo.

—Tienes que calmarte, acuérdate que está mi mamá y Mr. Jefferson en la casa, no quiero nos vayan a ver así.

—Solo un poquito— me besó y lamió mi cuello, mientras se pegaba más a mi.

—Vas a ensuciar tu ropa si sigues así.

—Te deseo ahora, lisa.

—Mas tarde. Se va a enfriar el desayuno, cielo — él estaba demasiado caliente, debía detenerlo.

—Mi hija te dijo algo, ¿acaso no la escuchaste?— escuché la voz furiosa de mi madre a nuestras espaldas y se me erizó la piel.

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