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2. Cuando me tocaste

Segundo recuerdo de Experimento Rojo 09

Otra vez soñé con ella, soñé la ducha, soñé su sonrisa. Quería verla otra vez, pero desde ese día no volví a encontrarla, al menos no en mi sala y mucho menos las veces en que pude ver de cerca las puertas cristalinas, con la intención de poder mirara en el pasillo, viniendo hacía mi sala.

Pero no sucedió. Ni el día siguiente, ni el siguiente, mucho menos después de un semana... y después de un mes. Iba las noches a mi ducha para bañarme, y me imaginaba ese momento en el que levantó su mirada azul y me vio. Tenía unas ganas enormes de que nuestras duchas se descompusieran o las duchas de la sala 1 para que ella y su infante viniera a mi sala...

Quería verla.

Aun a pesar de que le respondió a mi examinadora que no podría intimar conmigo, aun así quería verla otra vez.

Estaba tan lejos de mí alcance. Había visto tantos examinadores, tantos examinados llegar y salir de mi sala a pesar de que no eran examinadores de los experimentos de la sala 7, pero a ella nunca la había visto, ¿y por qué no puedo volver a verla? ¿Por qué no viene a mi sala tan solo una vez? A pesar de que una vez no sería suficiente para mí, me haría feliz. Ver su pequeño y ovalado rostro, blanco como la crema que venía en mi ensalada la mañana de ayer, quería ver todas esas extrañas manchas en miniatura que tenía sobre el área de su nariz y mejilla, y también esa mancha que, a pesar de que ella se limpió los labios y el mentón, esa mancha no desapareció.

Y sus ojos azules... Cuando me devolvieron a mi cuarto, lo primero que hice fue sacar el libro de imágenes que mi examinadora me dio cuando yo era aún un infante, y buscar ese mismo color de sus ojos en el libro, desde entonces arranqué la hoja donde hallé un color similar al de ella y lo guarde debajo de mi almohada.

Quería recordarla.

Su voz era algo que no empezaba a recordar mucho, y cuando quería recordar con claridad su tono dulce de voz para sentir lo que sentí en ese instante, terminaba frustrándome. Empezaba a olvidar su voz y eso no me gustaba.

Había algo que no comprendí esa vez, cando ella dijo que solo era examinadora de los infantes, eso quería decir que cuando su infante pasar a la siguiente etapa, ¿ella no se quedaba con él y cuidaba de otro experimento menor? Desde que pasé a la etapa infante había tenido la misma examinadora, pero podría decir que al principio mi examinadora Erika no me trataba como lo hacía ahora, tampoco me tocaba como en la actualidad lo hacía o intimaba conmigo de diferentes formas.

Muy pocas veces me animaba a repetir mentalmente su nombre, a mi examinadora no le gustaba que la llamara por su nombre, siempre que lo hacía decía que era una falta de respeto, así que dejé de pensar en su nombre.

— ¿Experimento rojo 09, estas despierto?

Aquella voz grave y masculina, me hizo pestañar, dejé de ver enseguida el techo, dejando de pensar en ella también para empujarme con mis brazos fuera de mi almohada y sentarse frente a esa mirada marrón que ya conocía y la cual me observaba desde el umbral de mi cuarto.

Reparó en mi pecho desnudo y mis piernas antes de estirar una desagradable mueca y negar con la cabeza. Yo también reparé en él, en su piel extrañamente morena, en ese cabello despeinado y en esa chaqueta negra que llevaba puesta.

Él era el guardia de las mañanas y mediodías en mi sala de entrenamiento.

—Vístete rápido, dentro de un rato vendrá la suplente de tu examinadora—informó, se apartó y dejó caer la cortina blanca.

No paso mucho cuando salí de mi cama, esa en la que, si crecía un poco más mi cuerpo dejaría de caber en ella. Una vez bajado, comencé a tenderla, alisando las partes que quedaban arrugadas y acomodando mi única almohada dura, tal como a mi examinadora le gustaba. Al terminar, tome mi bata, la que siempre me quitaba cada que me iba a costar, y la que colocaba bien doblada sobre la mesilla junto a mi cama. Me vestí, e igual la alise.

Ayer mi examinadora no dijo nada acerca de que la suplantarían por haberse enfermado, pero hace unas horas atrás, cuando recién desperté me dijeron que ella estaba enferma y que yo sería cuidado por otra mujer.

No me molestaría ser cuidado por alguien más, mi examinadora se enfermaba a menudo, así que ya antes era cuidado por otros examinadores desde mi primera etapa adulta. Estaba acostumbrado.

Tomé asiento frente a la mesa cuadrada, sacando del pequeño cajón debajo de esta, un diccionario, no hacía mucho que mi examinadora empezó a traerme diccionarios para aprender de ellos, pero no me gustaba leerlos porque solo llenaban mi cabeza de más preguntas.

La primera sección que leí, fue toda la sección A, y me quedé en la sección G, hoy que no vendría mi examinadora continuaría con el diccionario. Sabía el significado de todas esas palabras porque estaban escritas en esas hojas y era interésate leerlas, pero aun así no las conocía.

Y quería conocerlas.

Quería experimentarlas. Muy pocas pude entenderlas, por ejemplo las palabras que venían en los cuentos que mi examinadora me trajo y nunca me leyó, palabras que se usaban para expresar sus sentimientos a otras personas, o la forma en que uno se sentía en ese momento. Una de esas palabras, era con la que distinguía a esa examinadora de ojos azules.

Preciosa. Sí, esa palabra le quedaba perfectamente.

Preciosa, muñeca, hermosa, bonita, pero la que más me gustaba era la primera que me vino a la mente en ese instante en que nuestras mirada se conectaron.

Abrí el diccionario, hojeé todo el montón de hojas hasta llegar en la sección en la que me había quedado, solo que no pude leerlo. No, no pude, el interés por leer el diccionario se perdió de mi cuando esa cortina fue abierta de inmediato y...

Una figura apareció, levantándome la mirada del diccionario para llevarla en su dirección. Esos ojos que parpadearon dos veces para quedarse clavados sobre mí, reconocí de inmediato ese color que los envolvía, ese azul resplandeciente y hermoso que hizo que mi corazón se acelerada y que mis pulmones tuvieran la necesidad de dejar de respirar.

La reconocí, reconocí su nariz pequeña y perfilada a la que apenas podía ver su puente, bañada en manchas marrones muy pequeñitas, y reconocí esos labios largos y rosados que aun manteniendo esa misma pequeña mancha debajo de su labio inferior, se estiraron en una sonrisa dulce que estremeció entero.

Fue como en uno de mis sueños.

Ese cosquilleo creció en mi estómago y todos esos músculos que lo componían empezaron a saltar. Me sentí perdido al verla ahí, debajo del umbral, frente a mi cuarto, pensé en ella todos los días desde que la vi y sentía que solo era otro sueño. ¿En verdad estaba soñado? ¿Me había quedado dormido? Sus labios se movieron un poco cuando ella se adentró más, dejando que la cortina se cerrara y cubriera el exterior.

Me dio una rápida mirada, aumentando esa sonrisa cerrada que marcó más sus mejillas. Esta vez no tenía un chongo en la cabeza, su cabello marrón y ondulado estaba suelto, acomodado detrás de su espalda, le daban una forma mucho más suave a su rostro.

Entonces no era un sueño... todas las veces que la soñé, ella llevaba su chongo despeinado, esta vez era diferente.

Era real.

— Ah... Erika me pidió que la suplantara—explicó, retirando un instante su mirada de mí para mirar su calzado que no tenía tacón—, espero que no te moleste tener a una examinadora temporal diferente a la tuya.

Mis labios se abrieron, estaba sorprendido. ¿Ella sería mi examinadora por estos días? ¿Por cuántos días? ¿Cuántas veces la suplantaría? Quise preguntarle, pero tampoco quería saberlo, no quería saber que estaría muy pocos días conmigo...

—No me molesta—hice saber, sintiéndome ansioso y nervioso, no dejaba de verla, de contemplar esos azulejos que cada vez más se acercaban a mí.

—Bien, eso me relaja—suspiró.

Me sostuvo la mirada unos segundos como si esperara a que dijera algo, solo hasta que dejó de caminar quedando frente a mi mesa para empezar a dejar unos libros extraños junto a mi diccionario y un frasco cristalino repleto de extraños palillos de todos los colores: entre todos ellos había uno azul. También la vi descolgarse una mochila grisácea que dejó en el suelo. Tampoco me había percatado de ella.

—Estás leyendo un diccionario, ¿qué palabra aprendes?

Su pregunta me hizo pestañar, pero quedé mudo e incluso inmóvil con todos mis músculos comprimidos y agitados cuando la vi rodear parte de la mesa para colocarse a mi lado e inclinarse sobre el diccionario. Se me saltó el corazón, no solo porque su hombro rozó el mío, sino porque su aroma llegó hasta mí, y no dude en respirarlo profundamente, clavándome su aroma a frutas...

—Gato, gatillo, garrapata...—Mis ojos se clavaron en su perfil, ese perfil que solo de tenerlo cerca me había hecho jadear.

No estaba entendiendo lo que me sucedía, pero hasta mis rodillas temblaban cuando esa delgada garganta se movía mientras ella pronunciaba las palabras del diccionario, cerré mis ojos por un segundo escuchando su voz repitiéndose en mi mente... adueñándose de mis nervios, agitando más mi corazón.

—Si hay algo que no logras entender del diccionario, pregúntamelo, puedo ayudarte a entenderlo mejor— Y se apartó, cosa que no quise. La vi alejarse más hasta tomar la silla del otro lado de la mesa, donde se sentó—. Oí que Erika no te enseñó a pintar, ¿te gustaría pintar o hacer otra cosa? Tengo muchas dinámicas pensadas para hacer juntos, pero primer quiero saber qué quieres tú.

¿Algo que yo quisiera hacer? Nunca me habían preguntado eso...

— ¿No vas a revisarme? —pregunté enseguida, recuerdo que lo primero que mi examinadora hacía era revisar mi cuerpo, medirme, pesarme, hacerme las pulsaciones y luego darme el desayuno, después de eso era el resto de tareas rutinarias que hacíamos para agotarme.

—Sí, y tengo entendido que ustedes los adultos se bañan todos los días excepto los sábados, así que también te bañare... pero antes me gustaría que nos conociéramos un poco—terminó diciendo, sus manos, esas manos delgadas y blancas tomaron los libros que antes abrazaba a su pecho, y los acomodó uno sobre otro.

Atisbé, mientras los acomodaba, que en su mano derecha llevaba un anillo dorado. Sabía lo que era un anillo porque fue una de las palabras que aprendí del diccionario.

— ¿De qué formas?

Ella detuvo sus manos sobre la mesa y miró hacía mi cama un momento, reparé en ese mohín en sus labios húmedos, hacían verla trompuda, un gesto que solo hizo que no pudiera quitarle la mirada de encima.

—Podemos comenzar preguntándonos cosas—soltó levemente, pero parecía un poco dudosa por la forma en que hundió sus cejas.

— ¿Qué tipo de preguntas?

—Las que quieras, aquí no hay por qué quedarse callados— replicó, sus palabras se reprodujeron en mi cabeza, le tomaría la palabra.

— ¿De cualquier cosa? — dudé, y ella asintió.

— ¿Tienes alguna pregunta en mente?—Se inclinó un poco sobre la mesa, recargando sus codos sobre esta misma, hice lo mismo, para estar más cerca de ella.

—Sí, quiero saber tu nombre y edad—mi respuesta pareció dejarla anonadada, pero un segundo bastón para que ella pestañara y a su vez estirada una corta sonrisa.

—Wou, ni lo dudaste—bufó, carraspeando otra vez—. Soy Pym Jones Levet, un nombre muy raro, lo sé. Am... Tengo 24 años, por ahora.

Sentí que alucinaba, era más grande que ella, por un año nada más. Aunque todavía no aparentaba esa edad debido a que mi cuerpo y rostro no estaban del todo maduro, mi examinadora Erika dijo que mi última maduración me haría parecer todo un hombre. Desde el periodo neonatal crecí muy rápido, mi cuerpo se desarrolló mucho, no sé porque al entrar en el periodo adulto, mi crecimiento comenzó a disminuir drásticamente que hasta mi examinadora parecía un poco molesta con eso.

Me pregunté si ella celebraba su cumpleaños también, tal como mi examinadora celebraba el suyo y que decía que le regalaban obsequios, no lo sé. Pero de ser así tuve muchas ganas de saber qué día cumplía ella años, así cuando llegara la fecha en el calendario que tenía guardado bajo mi cama, le regalaría algo...

A nosotros no nos daban nada cuando cumplíamos años, nuestro cumpleaños— como ellos les llaman— era un día normal, con las mismas actividades de siempre.

— ¿Me dejaras llamarte por tu nom...?

—Alto ahí, señorito —Alzó sus manos en dirección a mí, deteniendo mis palabras enseguida—. Es mi turno de preguntar, una pregunta por persona, esa es la regla del juego, ¿bien? —Asentí, contemplando sus labios carnosos lamerse y provocar una extraña corriente abrazar mi cuerpo—. ¿Qué es lo más te gusta hacer?

¿Por qué estaba preguntándome eso? Sin duda, creí que me preguntaría también mi edad o a lo mejor ya lo sabía por mi examinadora. Pensar en una respuesta me provocó seriedad.

—No me gusta nada de lo que hago—Y era cierto, no tenía que mentir, y tampoco quería mentir en este raro y entretenido juego.

— ¿Por qué no te gusta? —quiso saber. Su rostro se ladeo un poco, un gesto de intriga se añadió en ella, quise acercarme más para contemplar esas manchas en su rostro

—Alto ahí mujer, es mi turno—recordé, ella apretó su sonrisa y asintió, dándome el lugar—. ¿Dejaras qué te llamé por tu nombre o debo llamarte examinadora suplente?

—Llámame como tú quieras—pronunció, mis ojos se depositaron en esas numerosas pestañas oscuras que adornaban sus grandes ojos azules—, ahora dime, ¿por qué no te gusta lo que haces?

—Porque me molesta el dolor—las palabras salieron espesas de mi boca, y no era porque me molestara responder, por otro lado a ella pareció afectarle mi tono, o tal vez mi respuesta, no lo sabía, me retiró la mirada tras un pequeño trance, y se enderezó, dejando de inclinarse en la mesa—. No lo soporto y todo lo que hago es rutinario. ¿Qué son todas esas manchas en tu rostro?

Sus pobladas pero delgadas cejas se alzaron con extrañez, levantó sus orbes contrayendo sus parpados y abrió esa boca carnosa, le costaba entender a lo que me refería. Algo que no vi en mi examinadora hacer fue ese movimiento de labios que ella hizo, tuve el deseo rotundo de detener sus labios, pero no porque no me gustara como los movía, sino porque quería tocarlos.

En serio que quería tocarlos. Levantarme de la silla y estirarme para alcanzar su rostro, no solo quería tocar sus labios, quería tocar esa cara tan suave y frágil que no dejaba de mirar, de estudiar, de contemplar.

—Las manchas pequeñas de tu nariz y tus mejillas, creí que eran suciedad.

— Ah ya, esas son pecas, son parte de mi rostro, las tuve desde que nací—se tocó sus mejillas, sin dejar de mirarme con curiosidad—, ¿nunca antes habías visto pecas?

Lo entendí, no eran manchas, entonces lo que estaba debajo de su labio tampoco era una mancha, pero era la peca que estaba más a partida del resto y un poco más marcada y oscura. Me pregunté cómo se sentiría tocarlas, cómo se sentiría tocar su bonito rostro.

—No—exhalé la respuesta, sintiendo los latidos de mi corazón más fuerte de lo normal cuando una pregunta salió de mi boca—, ¿puedo tocarlas?

Pareció en shock con la mirada clavada en mí, ¿era una mala pregunta la que hice? ¿Era incorrecto? Pero ella dijo que podía ser cualquier tipo de pregunta, y que no me quedara callado.

— ¿To-tocarme las pecas? —reaccionó enseguida con un tartamudeo, asentí—. Sí—tan solo respondió todo mi cuerpo actuó, me levanté apartando la silla de golpe para rodear la mesa debajo de esa nerviosa mirada que pestañaba—, aunque no es gran cosa, no notaras ni una diferencia en la textura.

Llegué a su lado viendo como ella giraba su silla para estar frente a mí, subió mucho su rostro, permaneciendo sentada y atenta a mis movimientos. En serio pensé que me detendría o retiraría sus palabras y me mandaría a sentar, pero ni siquiera inmutó cuando mis brazos se movieron y mis dedos se estiraron ansiosos a los lados de su rostro, no sabiendo como tomarlo.

El único rostro que llegué a tocar fue el de mi examinadora, y solo un par de veces, apenas recordaba la textura de la piel de sus mejillas, pero la textura que más recordaba eran la de sus labios sobre los míos y sobre la piel de mi cuerpo... Mis dedos temblaron, se movieron en tanto se acercaban mis manos a esas mejillas, y cuando las yemas de mis dedos hicieron contacto con su fresca piel, el tacto de nuestras diferentes temperaturas hizo que suspirara, por el contrario hizo que ella jadeara, y su mirada se tambaleara a todas direcciones.

—Eres suave, mujer.

Ella respiró entrecortadamente, pero no exhaló nada.

Seguí acariciando sus mejillas, suaves y frescas, dejando que mis pulgares se pasearan sobre esas pequeñas pescas a las que no sentí diferente, eran parte de su piel, me gustó el contacto, la forma en como su piel se sentía debajo de mis dedos, toqué su nariz, y ella se tensó cuando uno de mis dedos se paseó por el pequeño puente y bajó hasta por encima de esos carnosos labios en los cuales me detuve, y tuve esa necesidad de acariciarlos.

No quería detenerme. Pero no sabía si podía tocarlos, si tenía el permiso o no de hacerlo.

Me tomé un momento para inclinarme y contemplar las estructura de sus labios, la forma tan delicada de ellos, con la mano ahuecando una de sus mejillas y la otra congelada cerca de su mentón con mi pulgar acomodado a una pulgada de su labio inferior, acariciando por esa peca que se separaba del resto. ¿Cómo se sentiría tocar su labio? ¿Sería igual de suave que su piel? Aunque llegué a sentir los labios de mi examinadora de otras formas, nunca tuve ganas de hacerlo, pero con ella, con... Pym, quería tocárselos, ¿eso estaba bien o era malo?

—E-e-ese es un lu-lunar—susurró, y su aliento me acarició el rostro y fue suficiente para que algo se tensara en mi cuerpo, debajo de mi estómago.

Tragué con fuerza, mi garganta estaba seca no supe en que momento me dio tanta sed, pero lo extraño era que no quería agua o algún otra bebida.

— ¿Un lunar?

—Sí, es una mancha permanente que también tuve desde nacimiento— volvió a susurrar, y me agradó el estremecimiento que sentí con la calidez de si aliento.

Parpadeé un momento para calmar mi necesidad de llevar mi pulgar a su labio inferior, volví a contemplarla, contemplar sus ojos que estaban a centímetros de mí y los cuales cuando se conectaron con los míos me sentí atrapado.

Eran hermosos, su color era hermoso, la forma en que sus pestañas contorneaban sus grandes orbes haciendo lucir que llevaba alguna clase de maquillaje de ojos como los que mi examinadora se ponía. Me retiró la mirada, colocándola solo un segundo en mis clavículas para después volver a mirarme. Se me estremecieron los huesos cuando lo hizo, cuando hizo que algo calentara con fuerza mi pecho. Quise saber cuál era el nombre de esa mirada y cual la sensación que causó calidez en mi cuerpo y la que me hizo inmediatamente sentir otra vez ansioso, y esta vez fui yo el que alejó la mirada de esos azulejos.

Repasando en pestañeos el resto de su rostro mientras mentalmente me decidía a tocar sus labios o apartarme, pero no quería apartarme.

Mientras mi pulgar se mantenía cerca de su labio inferior, mi otra mano subió hasta su ceja izquierda y la acarició. De inmediato la sentí temblar debajo de mi agarré, eso me hizo volver a acariciarle la otra y dejar que mis nudillos resbalaran en la forma de su sien hasta la quijada, sin evitarlo me decidí. Mi pulgar se levantó, se acogió sobre su labio inferior y cuando lo toqué, cuando mi dedo lo tocó y acarició, esos labios se separaron y ella jadeó.

Mordí mis labios, eran aún más suaves que los labios de mi examinadora, incluso mucho más acolchonado que mi almohada. Apostaba a que sabían deliciosos...

Iba a seguir acariciando su labio cuando ella se apartó de golpe, dejando a mis dedos crispados en el aire.

—Cr-creo que ya fue su-suficiente de preguntas—Respiró hondo y exhaló mientras se movía apresuradamente delante de mí, acomodando su silla nuevamente frente a la mesa. Mis ojos la examinaron, examinaron esas mejillas que empezaban a sonrojarse —. Podemos comenzar con algo más.

Ni siquiera volteó a verme, y que no lo hiciera hizo que un extraño hueco se adueñara de mi estómago, era la primera vez que sentía ese vacío, solté el aliento y me retiré, volviendo a mi lugar, sabiendo que no le había gustado que le tocara sus labios.

— ¿Qué tal si pintamos? — Levantó uno de los cuadernos que trajo consigo, y me lo extendió mirándome por un instante, lo tomé después de unos segundos dejando que mis dedos rozaran los suyos y sintiendo esa descarga eléctrica que me gustó sentir—. Después de esto, podemos hacer otra cosa.

— ¿Qué otra cosa? —pregunté, no aparté ni un milímetro la mirada de su rostro, vi como tomaba el frasco y dejaba que todos esos lápices de diferente color se esparciera sobre la mesa frente a mis ojos. Eran de todos los colores.

—Lo que tú quieras, traje muchas manualidades para todo el día, puedes elegir—Cuando dijo aquello, se inclinó sobre uno de sus costados, alcanzando la mochila y levantándola—. Incluso traje algunas botanas para romper un poco tu dieta estricta hiperproteica.

— ¿Te quedarás conmigo todo el día? — apresuré a cuestionar, quería saberlo.

Ella asintió dejando recarga su mochila sobre su regazo, esas piernas ocultas debajo del resto de la bata blanca.

—Tengo entendido que sí, y descansaré un poco aquí, ¿no era lo que tu examinadora hacia?

¿Descansaría en mi cuarto? Eso me gustó, la idea me gustó mucho. ¿Dormiría en mi cama? ¿Dormiría conmigo? No podría dejarla dormir en el suelo.

Negué como respuesta a su pregunta, mi examinadora se iba después de pasar 12 horas conmigo, muy pocas veces se quedaba una hora extra para entretenerme.

— ¿Te quedabas 24 horas con tu experimento?

—No todas, me iba cuando se dormía en gran mayoría, y me quedaba sólo cuando le daba insomnio. A ustedes también les da insomnio a menudo, ¿cierto? —curioseó, yo asentí, casi siempre no podía dormir—. Algo así me explicaron, no sé mucho acerca de los experimentos rojos y menos en los adultos.

—Todavía no soy un adulto—aclaré—. Pero quiero serlo, quiero ir a un bunker y ser emparejado.

(...)

Me enseñó a dibujar y también a pintar, y no podría decir que me gustó mucho dibujar pero pintar era algo que me agradó mucho, sobre todo que me entretuvo entretenido, pintando hoja tras hoja. Lo que pintaba tomaba una forma tan diferente a lo que al principio pensé que eran solo líneas y manchas, y ella me explicaba de qué trataba cada dibujo una vez terminado de colorearlo.

Era entretenido escuchar sus historias a pesar de que no sabía con exactitud a que se refería con un cielo, sol caluroso y paisajes verdes, pero me agradaba, sentía que el tiempo se pasaba más rápido de lo habitual, y sólo no quería dejar de escucharla.

Lo que más me gusto de sus manualidades, aparte de aprender algo que no me enseñaron, fue tenerla cerca de mí, a mi lado, con su dulce y delicioso aroma impregnándose a mi cuerpo.

Y después de eso, de varias hojas que pase coloreando, trajo mi almuerzo, no creí que ella almorzaría conmigo porque mi examinadora prefería hacerlo con otros examinadores. Que alguien me acompañara y todavía, me compartiera de su comida, me hizo sentir diferente...

Extraño, porque estaba acostumbrado a un asiento vacío y al silencio, ella comía y me hacía preguntas, sin permitir que el silencio se hiciera alrededor. Cuando sus labios se movían para soltar su voz en otra pregunta o en algún comentario del sabor de su comida, mi pecho se calentaba con suavidad.

Tan solo habíamos pasado unas horas juntas, y no quería que se cumplieran las 24 horas porque sentía que entonces desaparecería. Quería que el tiempo del reloj colgado en la pared de mi cama, se congelara, así nos permitirá estar más tiempo juntos.

Ella en verdad me agradaba mucho, y tan solo pensar que regresaría con su infante contraía mi pecho. Ya no quería a mi examinadora, la quería a ella. ¿No podía tenerla como examinadora? ¿Se podía cambiar a nuestra examinadora?

La mía no me agradaba, no me gustaba, nunca sonreía, casi nunca me dejaba preguntar, no me enseñaba a pintar y menos dibujar, no comía conmigo ni me compartía de su platillo, no conversaba, no me preguntaba sobre lo que quería hacer.

A Pym le había tocado sus suaves mejillas y labios, y no había recibido ni un castigo por tocarla e incomodarla, si yo tocaba alguna parte del rostro de mi examinadora, ella me golpeaba. Si hablaba, si decía algo que no le agradaba, igual me golpeaba.

— ¿Qué te parece si vamos a la ducha de una vez? — su pregunta la procese. Una ducha... Juntos.

Me pregunté que se sentiría ser bañado por ella... Que sus manos tocaran mi piel, ¿cómo se sentiría? Seguro me gustaría, me gustaría ser tocado por ella. Me incitó a responder con un movimiento de su cabeza mientras se sacudía las manos dejaba su plato vacío sobre el mío.

—Pero no me has hecho las pulsaciones, pesado ni medido—aclaré eso era importante, así sabría si estaba madurando cono adulto. Además, mi examinadora después del desayuno me medía y me pesaba antes de iniciar con otras cosas.

Ella sonrió, mi mente dibujó su sonrisa, la marcó en las paredes de mi cabeza.

—Cambiare tu día rutinario completamente— me dijo, retirando su silla y dejándose caer sobre sus rodillas—. Vamos a bañarte y después haremos todo lo demás.

Me incliné hacia un costado cuando escuché un pequeño quejido debajo de la mesa que terminó vibrando y sacudiendo los libros de dibujo y los platos, ella se había golpeado la cabeza y ahora se la sobaba con una mano, mientras que con la otra abría el segundo cajón del mueble pequeño donde guardaba mis diccionarios.

En ese segundo cajo guardaban también los productos de limpieza.

— ¿Esto es lo que utiliza Erika para bañarte? — La miré sacando el shampoo y un jabón, pero también miré algo más, por la forma en que se encontraba agachada, la apertura de la bata en la parte de su cuello... se expandió.

Podía ver la piel de sus clavículas, y ver lo delgadas que eran estas, me aceleró la respiración, mis ojos bajaron por esa apertura, encontrando debajo sus delgadas y marcadas clavículas la tela oscura de una camisa que apenas se abría un poco más, despegándose de la piel y sombreando una parte de ella de la que tuve más curiosidad de ver pero entonces hizo un movimiento que logro que todo su cabello castaña cayera sobre sus hombros y cubriera esa apertura.

—Sí—respondí haciendo mueca, yo quería ver el color de su ropa. No conocía otro color que no fuera el de las batas blancas o los jeans de mi examinadora, y quería saber que se ocultaba debajo de sus batas—. Y las toallas están bajo mi cama.

—Muy bien— soltó, empezando a salir debajo de la mesa con los productos acumulados entre sus brazos—. Toma dos toallas y pongámonos en marcha.

Su sonrisa esta vez provocó algo diferente en mí.

Mi cuerpo se sintió valiente al reaccionar, caminé hacia mi cama, pero no podía decir que caminaba como otras veces hice, esta vez sentía las piernas endurecidas, y no era lo único endurecido en mí, mis brazos cuando se estiraron a tomar dos toallas que permanecían dobladas bajo el espacio de mi cama, también lo estaban. Y era desconcertante.

Me abrumaba.

Nunca había sentido todo mi cuerpo actuar así, sentirme tan nervioso y empezar a sudar con sólo escuchar que iríamos a las duchas. Me había revisado la temperatura en un abrir y cerrar de ojos, pero no tenía fiebre así que sudar de esa manera era extraño, y sentir que el corazón me atravesaría el pecho también.

Salimos de mi cuarto, ni siquiera volteé a mirar las puertas cristalizadas de mi sala, ni mirar otra cosa que no fuera su perfil, contemplarla, apreciar cada milímetro de ella, recorriendo su pequeño puente de nariz y terminando en esos carnosos labios de una boca que mis dedos ansiaban tocar otra vez.

Cuando llegamos al umbral de la ducha de los hombres, que a estas horas estaban vacías, ella colocó un letrero redondeado rojo justo en la entrada, tan solo ver como lo pegaba todo el aire en mi pecho se esfumo.

Mi examinadora lo ponía cada que intimaría conmigo, dijo que el letrero era para que otros no nos interrumpieran, y nos dieran privacidad.

— ¿Me lo harás en la ducha? —mi pregunta salió en un tono ronco y bajo que aún en el silencio se escuchó claro, y eso la detuvo a mitad del camino, yo ya me había detenido antes, justo al lado del letrero rojo. Se giró, entornando sus orbes azules sobre mí, curiosos y confundidos. Un gesto que solo cosquilleaban las yemas de mis dedos y me hacían tener más ganas de tocar sus mejillas.

— ¿Haré qué? —curioseó.

— Intimar conmigo en la ducha.

Un segundo se quedó con la mirada en blanco, pero al siguiente cuando comenzó a pestañar, esas mejillas pecosas se sonrojaron, y empezó a negar con la cabeza.

— ¿Po-por qué lo dices?

Me sentí confundido...

—Porque pegaste el letrero rojo—señalé junto a mí, ella abrió sus labios y miró el letrero un instante antes de fruncir su frente—. Cuando lo pones, significa que intimaras conmigo.

—Wou, no, no, no, no—repitió la palabra, y rápidamente se devolvió hacía mí quitando el letrero enseguida—. Pensé que era para privacidad. Erika me dijo que era para la privacidad.

—Es privacidad—rectifiqué, y no sé porque terminé sintiéndome decepcionado de que lo quitara de la entrada y todavía revisara a los lados como buscando si alguien nos había visto—, para que nadie nos interrumpa cuando intimamos.

Ella lanzó una corta risa, restregando su cabello con nerviosismo.

—Que vergüenza, hay tantas cosas que todavía no sé de los adultos rojos —avisó, devolviendo la mirada a mis ojos—. Gracias, yo no sabía bien su significado.

Mejor no se lo hubiera dicho. Eso fue lo que pensé, me arrepentí de inmediato sintiéndome mal por querer engañarla.

Nos adentramos a las duchas vacías, éramos los únicos aquí, y esperaba que lo fuéramos. Ella se acercó a la primera banca, depositando todas las cosas ahí, yo hice lo mismo acomodando las toallas para, enseguida, deshacerme de la bata, pero algo me detuvo tan solo tuve la bata sobre mi pecho.

— ¡Espera! —su chillido me hizo bajarla hasta el estómago para ver de qué forma mantenía sus ojos cerrados y estiraba sus manos en dirección a mi entrepierna—. Y-y-y-yo te iba a pedir que colocaras una toalla alrededor de tu cintura antes de que te quitaras la bata.

No la entendí, terminé sacándome la bata de mi cuerpo y dejándola sobre la banca, enseguida la encontré a ella tomando apresuradamente una de las toallas y extendiéndomela, la tomé, aún más confundido que antes.

—Pero no la necesito, se va a mojar.

—Por eso trajimos dos toallas—alegó, sus ojos se abrieron clavándose únicamente en mi rostro y en ni otra parte de mí—, una para cubrir tu entrepierna mientras te tallo, y la otra será para secar tu cuerpo entero.

— ¿No quieres verme desnudo? —No entendía que problema tenía con cubrir mi miembro, sí ella ya había visto otros.

—No, claro que no estoy acostumbrada—No sabría decir que aspecto tenía ahora su rostro enrojecido, pero me sentí una clase de emociones contradictorias, una que se debía a que ella no quería verme desnudo, y la otra, a lo preciosa que se veía en este momento.

—Pero con tu infante sí —expuse. ¿Qué había de malo en verme desnudo? ¿O era porque yo era más grande que ese infante, o acaso no le gustaba algo de mí cuerpo?

—Pero es una enorme diferencia, tú eres un hombre, él solo es un niño—concluyó, arrebatándome la toalla y estirándola para pegarla a mi vientre.

Que su dulce voz me llamará hombre, estremeció hasta el más pequeño de mis músculos y órganos. Rodeó mi torso y eso no lo esperé, detuve el aliento y sentí esa nueva tensión apoderarse de mi cuerpo cuando vi lo cerca que estaba su rostro de mi pecho, y esos labios que faltaban centímetros para tocarme...

Lo anhelé como loco.

Ahogué un gemido que ella no escuchó, y la contracción en mi vientre se profundizo cuando esos nudillos acariciaron parte de mi estómago, un roce apenas pero suficiente para dejarme expuesto a lo desconocido.

Mi cuerpo lo había disfrutado, mi piel había deseado ese contacto y cuando lo tuvo se sintió tan bien... que quería repetirla.

Hizo un nudo con la toalla una vez que me la acomodó sobre mi cadera, y se apartó, pero esas sensaciones eléctricas y estremecedoras seguían en mi cuerpo, sumiéndome en una clase de burbuja a la que quise encontrarle nombre.

—Ya está—Con una leve sonrisa tomó el balde y se apresuró al enorme tubo del que colgaba los grifos, le seguí por detrás, dando un leve toque a mi estómago, esa parte donde sus nudillos acariciaron inconscientemente. Abrió un par de llaves y el agua salió de uno de los grifos, un agua fresca que pronto se entibio—. Te voy a enseñar a bañarte.

— ¿No vas a bañarme tú? —fue lo único que pude decir. Ella negó mientras inclinaba su cuerpo a delante y tomaba el jabón y los talladores.

—Te enseñaré como tallarte y luego lo harás tú, por supuesto te ayudaré con la espalda—dijo, mojando los productos y colocando jabón en los talladores para luego darme uno—, pero es hora de que empieces a valerte por ti mismo, de que te sientas como una persona y no como un objeto.

Como una persona, y no como un objeto...

No supe cómo interpretar eso porque yo era un experimento, no un objeto ni mucho menos una persona, al menos eso me habían enseñado. No supe que decir mucho menos cuando la vi acercarse a mí para llevar sus pequeñas manos a mi estómago y darme un leve empujón. Ese contacto que me hizo suspirar entrecortadamente, fue suficiente para hacerme retroceder y lograr que el agua empapara todo mi cuerpo en segundos.

Alzó una sonrisa al ver mi rostro, tampoco sabía qué tipo de gesto tenía, seguía procesando sus palabras. Me empujó otra vez, logrando que incluso el agua la empapará a ella también, eso la hizo sonreír más y hacer una sacudida de su cabeza al sentir el agua sobre ella.

Estiró su brazo hacía mi cuerpo, y sentí pronto el tallador de su mano tocarme el hombro, le seguí el movimiento escuchando mientras tallaba mi hombro y brazo, que eso era lo que debía de hacer, hizo lo mismo en diferentes partes de mi cuerpo, hasta que se detuvo en mi abdomen, donde una pequeña y apenas visible mancha carmesí se dejaba ver, con la forma de unos labios.

—Esto es... —se detuvo, su dedo tocando esa zona de piel hizo que una descarga eléctrica se adueñara de mi cuerpo. Acarició, una y otra vez, y lo espasmos se acumularon en mí y ahí... más abajo—, ¿con qué te manchaste?

Otra caricia y tras un estremecimiento, respiré hondo.

—Es una mancha del labial de mi examinadora—exhalé con complicación. Su toque provocaba retorcijones abrumadores en mi interior, cosas en mí que no sentí antes, me confundía, pero más que nada, me gustaba mucho, me nublaba—, todavía no se me quita.

— ¿Ella te besa el cuerpo? —inquiere. Asentí sintiendo su dedo aún, aunque vi que no me puso atención, siguió viendo esa marca.

—Sí, también los labios.

Y eso detuvo las caricias de su dedo, incluso detuvo su mirada en la mancha antes de subir lentamente la mirada, observándome en blanco. Parpadeó una vez, reaccionó y tragó con dificultad.

—No sabía que podíamos besarlos, no venía eso en el reglamento—musitó, a pesar del sonido fuerte del agua golpeando el suelo bajo mis pies, pude escucharla con claridad, y como esa dulzura de voz recorría apenas el resto de la ducha.

Mi examinadora comenzó a besarme desde hace unos meses atrás, la primera vez que lo hizo no supe que era lo que hacía pero el toque de sus labios con los míos me había agradado al principio, me enseñó a abrirlos a cómo mover mis labios sobre los suyos. Al principio fue solo eso, luego sucedió un beso muy extraño, su lengua entrando a mi cavidad bucal y saboreando la mía: ella dijo que esos besos eran los mejores y a cualquiera lo seducían para intimar. Ella me enseñó lo poco que sabía de mi cuerpo, para que se utilizaba mi miembro, para que se utilizaba mi lengua en la intimación.

—También me ha hecho otras cosas, dice que me ayuda a practicar para cuando me emparejen en el bunker—mencioné, y quise preguntarle algo, algo muy atrevido.

¿Quieres besarme también? Bésame, porque yo también quiero probar tu labial.

Pero había un problema, y es que ella no estaba usando labial.

Aun así, quería probar sus labios.

—Eres el primero que me dice que ha sido besado por su examinadora—hizo saber, pero luego comenzó a sacudir su cabeza, haciendo que esos mechones castaños y mojados se sacudieran—. Olvidemos esta charla y sigamos con la ducha.

Asentí de inmediato, viendo ahora como se tomaba el cabello y se hacía un raro nudo con un par de mechones para sostenérselo, su rostro se afinó aún más cuando ni un mechón se embarraba en su blanca piel del rostro. Descendió a mí otra vez, y tallando esa mancha en mi abdomen y hablando sobre la manera en que debía tallarme mi cuerpo, no pasó mucho cuando me pidió que comenzara a tallarme el brazo derecho, y lo hice mientras la sentía rodear mi cuerpo hasta acomodarse detrás de mí.

Cuando ya no vi ni una parte de ella, moví mi cabeza para lanzar una mirada sobre mi hombro y contemplar apenas su mirada, clavada en alguna parte de mi espalda.

Entonces, volví a jadear con fuerza, un jadeo que escupieron mis labios sin discusión cuando esa mano se apoyó en una parte de mi espalda y esos dedos se aferraron en un toque tan profundo que se deslizó por todo ese tracto de piel y subía nuevamente logrando que la tensión desarmara mi cuerpo en una descarga placentera que estremeció los músculos de mi vientre y los tensó todos, endureciendo mi...

Eso no podía ser.

Bajé la mirada estupefacto, dejando de tallarme el brazo para dirigir mi mano a la toalla y estirarla con la intensión de revisar mi entrepierna. Tan solo lo vi la solté de inmediato, sintiéndome asustado, ¿por qué estaba actuando así? ¿Por qué sentía esa tensión ahí abajo? No tenía tensión acumulada en mi cuerpo como para sentirme de esta forma tan agitada y con la necesidad de liberarlo... ¿por qué estaba erecto?

—Acá también tienes una mancha de labial—apenas escuché su voz, melodiosa acelerando mi corazón—, espero que se quite.

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