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Tanto que podría morir

La mano de Rojo deslizándose tan delicadamente en la piel de mi brazo, y esos dedos aferrándose a él con indescriptible miedo, me cortó aliento. Me hizo reaccionar a ese shock que sus mismas palabras habían provocado en mí, y parpadear un número de veces en los que mis ojos se remojaron con la confusión que hundía mi mente, incapaz de procesar todo lo que escuché.

Ya nos conocíamos, ¿mucho antes de que conociera a Adam? ¿Y Adam lo sabía? ¿Sabía que Rojo me quería? ¿Y yo quería a Rojo en ese tiempo o no? Llevé mis manos a tomarse del colchón cuando sentí esa desesperación a punto de ser transpirada por mi piel. Era insoportable, tantas preguntas brotando al mismo tiempo, y ni una respondida.

Cuanto deseaba recordar todo.

Lo único que tenía claro era que Rojo me contó que ya lo había visto muchas veces en su sala de entrenamiento, pero que Rojo dijera que Adam ya sabía de lo que él sentía por mí, me daba a entender que entonces ambos ya habían cruzado palabras, ¿no es cierto? ¿Por qué no me dijo eso? ¿Por qué no me dijo que me conoció mucho antes que él me conociera? ¿Qué más no me dijo? ¿Había otra cosa que estaba evadiendo mencionar?

Maldición, esto era muy confuso. Sentía que estaban ocultándome mucho ellos dos, y eso solo estaba comenzando a irritarme.

No era la única que parecía anonadada por las palabras de Rojo, pero por el contrario de mi asombro, Adam llevaba un su rostro congestionado, sus cejas temblaban con su fruncir frustrado y confuso, y esos labios separados mostrando sus apretados dientes. Sus pupilas temblaron y brillaron de rabia, se alzaron un poco más y luego se clavaron en mí un instante antes de volver a posarse con mucha más fuerza en Rojo.

— ¿Cómo puedes decir que la quieres, si ni siquiera sabes lo que se siente ser querido? —siseó la pregunta, levantándose del suelo y dando un paso atrás con una postura tensa y amenazadora—. No conoces nada de eso, no se te enseñó.

— Pym me quería — su confesión amenazó con detenerse. ¿Yo lo quería? ¿Entonces sentía algo por él? Rojo apretó su agarre en mi brazo, pero sin lastimarme, sentí ese mismo miedo que mostró al principio, y supe a que se debía. Rojo no quería perderme, ¿cierto? Temía que Adam me arrebatara de sus manos—. De ella aprendí a querer.

¿De mí? Y fue inevitable entornar la mirada a sus orbes carmín con sorpresa, esa mirada suya que terminó cayendo sobre mí y que al instante volvió a clavarse en Adam cuando él abrió la boca.

—Pero lo malinterpretaste—espetó él, atrayendo mi mirada en dirección al suelo, confundida y atenta a su voz—. Y lo aclararé porque Pym no lo recuerda, pero que ella te tratara bien y protegiera no significaba que le gustaras, y tengo entendido que te lo aclaró. Pero a como lo estoy viendo...—él hizo una pausa para mirarme con severidad un momento y luego, dirigir otra vez la mirada detrás de mí—, te estas aprovechando de que no me recuerda, para hacer con ella lo que quisiste en un principio, ¿no es así?— inquirió él. Parecía seguro con lo que preguntaba y con la dirección a la que llevaba el tema.

Por otro lado, yo estaba absorta en mis pensamientos en donde todas y cada una de sus palabras entraban para ser procesadas, procesadas con una lentitud dolorosa. Repugnante, muy confusa.

Era cierto que le dije a Rojo que no recordaba absolutamente nada, pero no lo creía capaz de aprovecharse de mí, sí fuera así, desde un principio las acciones de Rojo hubieran sido otras, ¿no? Pero Adam se refería a que él se quería aprovechar de mí sexualmente.

Un recuerdo terminó estallando en mi cabeza, esa vez en que Rojo me acorraló contra la pared y me besó con intensidad. En la ducha sucedió lo mismo, e incluso la atracción sin igual que sentí con él en la oficina, donde terminamos intimando.

Cielo santo. Esto era muy confuso, ¿qué significaba? ¿En verdad se aprovechó de que no recordaba nada para enamorarme?

—Yo sabía que no le gustaba de esa forma... —disminuyó el volumen de sus palabras—. Pero no porque no recordara me aprovechaba de ella.

La voz de Rojo me estremeció los huesos, se había escuchado baja, engrosada en un tono bestial, rotundamente peligroso, tan peligroso que me torció el rostro para verlo. Lo estudié, estaba cabizbajo, viendo algún lado del colchón, con sus colmillos apretados y los labios un poco torcidos, varios de sus mechones le colgaban aún mojados por ese sudor que recorría desde la cima de su frente y se deslizaba libremente por sus facciones apretadas,

— Solo me comporté con ella como siempre me comportaba con ella, no hice ni una diferencia—explicó y esta vez, su voz terminó baja, sin ser peligrosa, solo débil, provocando estragos en mi interior.

¿Cómo siempre se comportaba conmigo? ¿Entonces estaba diciendo que nos besábamos también? Mis puños se apretaron a cada lado del colchón, buscando no explotar, pero poco faltaba para hacerlo si esto seguía así.

—Sí lo hiciste, no te olvides de tus feromonas—la interrupción de Adam no solo me dejó pasmada en mi lugar, sino ver como Rojo había enviado esa feroz mirada a él—. Sé cómo se siente tu cuerpo, hasta puedo saber lo que quiere. Quieres acostarte con Pym, ¿no es así? — incitó Adam, alzando su mentón amenazadoramente. Odiaba que hiciera eso, que tentara a Rojo, y sobre todo, cuando él se encontraba aún en mal estado, con mucha fiebre y una debilidad muy visible.

Esto era suficiente.

—Ya basta— no grite, ni si quiera alce la voz, aunque quería hacerlo. Sin embargo, ¿de qué serviría gritar? Una pelea no nos llevaría a ningún rumbo—. Creo que soy yo la que debe hacer las preguntas, ¿no te consta Adam?

Levanté la mirada, sin enojo, sin rencor, solo como una petición hacía él, hacía ese rostro hundido con frustración que esperaba a que le diera la razón. Verlo frente a mí, y sentir a Rojo detrás, me hacía sentir acorralada: entre la espada y la pared. ¿Cómo saber quién decía la verdad y quién no? ¿Cómo reconocerlos? No los recordaba, no recordaba nada y sentirme así era injusto. Injusto era lastimar a Adam a pesar de no recordarlo, a pesar de que cuando me tocaba solo sentía una profunda incomodad que me hacía apartarme de él, desear no ser tocada por él, y eso solo me hacía sentir peor, injusta porque tuve algo con él.

Pero tampoco era mi culpa no recordarlo, tampoco fue mi culpa que me empezara a gustar Rojo. Ni siquiera sabía que Adam existía, ¡ni siquiera sabía que manteníamos una relación amorosa! Que manteníamos una relación y dormíamos juntos. No, no, y solo saber eso me frustraba más.

—Entonces hazlas—me pidió Adam, pero seguí perdida en mis pensamientos. No podía engañarme, no podía engañar a Adam con darle una oportunidad cuando realmente, esta Pym, quería estar solo con Rojo.

Así que deseaba que todo lo que él dijo de Rojo fuera una equivocación...

—No lo haré contigo aquí—pauté con detenimiento, logrando que ese gestó se arraigara más, con fuerza y sorpresa, soltando un exhalación corta y elevando con impresión esas comisuras de sus labios.

Sí, le preguntaría a Rojo pero sin Adam de intermedio.

— ¿Entonces le crees? —escupió la pregunta.

—Si le creo o no, solo me incumbe a mí—Traté de sonar seria—. Además, Rojo acaba de despertar, sigue en malas condiciones, y están peleando sobre algo absurdo.

— ¿Algo absurdo? —bufó amargamente, dando un paso atrás para observarme de tal forma, como si le decepcionara—. Se trata de ti, de que te des cuenta de lo que está pasando, no quiero que bastardos como este se aprovechen de ti.

— ¿De lo que está pasando? —alcé un poco más la voz—. Los experimentos quieren matarnos, ¿y ahora estamos peleando por mí? Cuando deberíamos planear como salir de este lugar, además, voy a recordarlo todo Adam, tarde que temprano.

—Y mientras tanto, dejaras que este animal se acueste contigo, ¿no?—Su afirmación golpeó mi cabeza, me dejó anonadada ante esa cínica sonrisa que se estiró con perversidad aún más cuando ladeo el rostro—. ¿No es por eso que te guardaste los malditos condones?

La boca se me cayó, y no fue absolutamente lo único que resbaló de mi rostro para golpear el suelo de la impresión y lo seca que me dejaron no sus palabras sino esa incendiada mirada de Adam y ese brazo levantado cuya mano sostenía una larga tira amarilla que sacó de uno de los bolsillos de su pantalón.

Instantáneamente mis manos volaron a mis bolsillos solo para saber que él, me los había sacado, lo probablemente, cuando me llevó a la otra habitación.

— ¿Esa era la razón por la que me pediste tiempo para pensarlo? ¿Primero, querías acostarte con este animal y luego darme la oportunidad a mí de enamorarte?— farfulló con esa sonrisa ahuecada.

No, no era esa la razón, de ninguna manera lo era. Si había pedido tiempo, no fue porque le daría la oportunidad sino porque no sabía cómo hacerle saber que quería estar con Rojo. Tenía miedo de decirle y que al final él, le disparara a Rojo.

Supongo que fui una idiota por no decirle en el momento que alguien más me gustaba y no podía ignorarlo. Solo me dejé guiar por el miedo. Ahora... Las cosas habían empeorado y se malinterpretaron. Por mi culpa.

—Mejor no digas nada y vete, Adam— me atreví a decir—. Solo vas a empeorarlo.

— ¿Disculpa? —Ofendido, retorció sus labios y miró el techo por un nanosegundo—. Soporté mis celos cuando encontré los condones en tu bolsillo. Me dije que podías hallarte confundida y debía entenderte en vez de enfurecerme, porque no me recordabas. Pero, ¿solo quieres ignorar mi advertencia?

—No lo estoy ignorando, ¿sí? —exclamé, sintiéndome abatida, ya no podía ocultarlo—. Que todo lo que no recuerdo me caía solo con palabras, me vuelve loca, Adam. No sabía que existías cuando ya había sentido algo por Rojo, y aun cuando me dijiste que teníamos algo no podía ignorar a Rojo ni lo que sentía por él. Y no te voy a mentir—tomé un instante para respirar y tragar, antes de continuar—. Esta Pym, quiere estar con él.

—Entonces acostarte con él es lo que llevabas pensando por mucho tiempo, ¿no, Pym?

Nunca vi el veloz movimiento que hizo con su brazo, pero si sentí ese algo cayendo sobre mi cabeza. Ese algo que me hizo temblar, me endureció, me lastimó el pecho. Cuando baje un poco la cabeza, la tira de preservativos terminó resbalando de mi coronilla hasta mis muslos, quise tomarla, pero solo no pude, seguí en trance.

—Eres un imbécil—el gruñido de Rojo me hizo exhalar el dióxido entrecortadamente. Su mano, tomó la tira de condones y la apartó de mi regazo para colocarla en la mesilla.

Lo sentí moverse luego de un segundo, así como lo sentí quejarse ahogadamente de dolor. Giré con preocupación, solo para encontrar que intentaba salir de la cama en la que se encontraba sentado, con la intención de levantarse y encarar a Adam— ya que su mirada se encajaba en él, con una euforia de ira—, pero sus piernas mismas le fallaron, se doblaron sus rodillas, haciéndolo golpeara contra el suelo,

Su nombre brotó al instante de mis labios, me coloqué de rodillas rápidamente hacía su cuerpo, para tomarlo de los hombros y ayudarlo a levantar, aunque él ya empezaba a incorporar su espalda, clavando la mirada otra vez en él, en la forma en que Adam deslumbraba su ardor y daba, después de un suspiro de decepción, un paso a nosotros.

—Lastimarla así aunque no te recuerde, sinceramente no la mereces— gruñó bajo, casi como otro quejido. Se miraba muy mal, demasiado fatal, su cuerpo temblaba, su piel estaba hirviendo, la forma en que Rojo respiraba era demasiado complicada.

Ni hablar de lo pálido que estaba, sus labios secos, sus parpados caídos y las mejillas únicamente sonrojadas. La salivación que era lo único que no podía ser capaz de encontrar, pero si por la forma en que Rojo tragaba una y otra vez al respirar, eso, y el resto eran síntomas de la tención acumulándose en él, más de lo debido.

Si no hacía algo, él podría... morir.

— ¿Y tú sí? — repuso con fastidio—. Debería aplaudirte, enfermero, conseguiste que Pym deseara acostarse contigo después de todo, y con protección, ¿eh?

Y lo hizo, sus palmas chocaron una con otra varias veces provocando el desagradable sonido hueco que exploró no solo el interior de la habitación, sino mi cuerpo, quemándolo, despreciándolo de pies a cabeza.

Rojo gruñó, su cuerpo se empujó hacia adelante en amenaza, con la intención de echarse sobre Adam pero ni eso pudo hacer de lo débil que estaba.

—¡Ya termina con esto, Adam! — grité, aferrándome a los hombros de Rojo mientras lo ayudaba a levantarse para recostarlo en la cama, pero era tan pesado, que solo pude ayudarlo a levantarse un poco, mientas él se aferraba al colchón para escalarlo y quedar con medio cuerpo recostado en la cama. No paso mucho cuando él mismo intento empujarse, con la mirada perdida en el colchón—. Estas actuando como un niño.

— ¿Cómo quieres que no enloquezca? Si veo como lo ves, cono lo cuidas, como le hablas, y ahora te guardas condones para él, ¡haces que los celos me carcoman, Pym! —graznó, exaltando sus brazos a los lados y sacudiendo esa cabeza, cuyos mechones terminaron ondeándose por la fuerza.

— ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Golpéame la cabeza para recordar otra vez? —chillé en respuesta—. ¡Solo trato de no enloquecer también! —La voz se me rasgó del enojo que él mismo había hecho explotar en mí—. ¡Y ya basta, no quiero hablar de esto, Rojo necesita atención!

— ¿Quiere callarse todo el mundo? —El chillido femenino de Rossi nos tensó, Adam quien fue el que más palideció, volteó detrás de él, hacía la puerta que ahora permanecía abierta y ocupada por el cuerpo delgado y curvilíneo de Rossi. Una Rossí de ceño hundido y labios torcidos en mueca—. ¿Esto es ahora una novela dramática?

— ¿Qué estás haciendo aquí? —se quejó Adam. Y Rossi pareció querer responder pero cuando vio en nuestra dirección, sus ojos se abrieron en una mirada de horror para luego ella moverse rápidamente dentro de la recamara—. No ha terminado tu turno.

— ¿Por qué no le has bajado la tensión?—Tropezó cuando llegó a nosotros, y no tardó nada en inclinarse sobre la cama y llevar sus manos al rostro de Rojo para inspeccionarlo. Pero tan solo lo tocó, él se sacudió para alejar su agarre y se recorrió sobre el colchón hasta recargar la espalda en el respaldo de la cama—. ¿Por qué están perdiendo el tiempo cuando el experimento está en este estado? —Jamás la había visto tan molesta y menos gritar de la manera en la que lo hizo, incluso abrió tanto sus ojos entornados a Adam, que creí que se le saldrían de un salto—. ¿En serio Adam? Te creí más madurito.

—Este no es tu problema—chitó él, apretando su quijada mientras la veía—. Tú no deberías estar aquí.

—Tu tampoco, ahora largo—Su voz disminuyó, pero esa sin duda había sido una orden, pero al ver el endurecimiento en Adam, esa mirada que la quemaba con odio, Rossi apretó los dientes con desesperación y se acercó a él—. Estas estorbando a un examinador de hacer su trabajo. Adam, él es un enfermero termodinámico, ¿sabes lo importantísimo que es?

— ¡Bien! —replicó él en un grito, restregando su mano contra su rostro y gruñendo después—. Pero sal, tengo algo último que decir...

—Estamos hasta el infierno, ¿y tienes algo que decir? —resopló ella.

—Sal de aquí Ross, lo haré rápido.

—Eres increíble Adam Hayler—soltó ella con cansancio, antes de que, a zancadas, volviera al umbral y saliera del cuarto, no sin antes advertirlo—. Sera mejor que lo hagas rápido.

—Lo haré—el suspenso que dejaron sus palabras llenó la habitación de un silencio desesperado. Y aún más desesperado cuando apartó la mirada de la puerta y la depositó en mí, con un par de orbes enrojecidos y un brillo desilusionado.

Ay no. Mis labios temblaron cuando vieron su mentón temblar, cuando vieran que estaba a un pestañeo de tal vez, lagrimar. Arrepentido, esa era la manera en la que me veías ahora, y yo ya no quería escucharlo, no sabía ni en que pensar de él, y no podía ponerme a pensar cuando detrás de mí, estaba Rojo, debilitado, en mal estado.

No podía ni concentrarme en nada más que no fuera la salud de Rojo, solo quería que se marchara, que dejara las cosas como estaban, empeoradas. Porque tal vez, al final ya no podría hacer nada más por repararlas. Esa era la verdad, esta Pym que no recordaba su pasado, quería a Rojo, por muy cruel que se entendiera, al final...

Yo quería a Rojo.

— Ese experimento te está manipulando Pym, se aprovecha de ti— repitió, retrocediendo hasta tocar el marco de madera de la puerta y girarse en una posición en la que solo vieras un poco su perfil iluminado—. Solo no le des lo que quiere hasta que recuerdes. Solo eso puedo pedirte, Pym. Aunque sé, que ya no tengo derecho a pedírtelo.

Bajé un momento la cabeza con la mirada en su calzado, en ese par de botas sucias que titubeaba en apartarse o quedarse en su lugar, y solo hasta que se movieron y salieron al pasillo, y todavía cruzaron la derecha hasta desaparecer, mi cuerpo recuperó la movilidad. Troté a la puerta con la respiración rajada, tomándola de un borde para cerrarla, para colocar el seguro, y lanzar un largo suspiro que había estado reteniendo. Y que a pesar de que lo solté para volver a respirar, mi cuerpo se sintió asfixiar.

Mi cabeza estaba repleta de pensamientos desordenados, y solo trataba de aferrarse a uno de ellos, solo por hoy, solo por este momento aferrarse a un solo pensamiento. Después explotaría para pensar en todo lo demás y hallar la verdad.

— No me estoy aprovechando de ti.

La voz de Rojo, desgastada y ronca me hizo apartar mis manos sobre el picaporte y tras una profunda respiración en la que mis pulmones se llenaron de insatisfacción, me aparté. Giré paso a paso lentamente, posando la mirada en sus orbes endemoniados que me observaban con temor, como si supiera que estaba a punto de hacer algo que lo lastimaría. Él ya no estaba recargado contra la pared, su postura cambió, había sacado las piernas fuera del colchón para que tocaran el suelo con firmeza. Una de sus manos se aferraba a la mesita de noche, y hacía una fuerte presión para levantarse, que todo su brazo temblaba de una forma tan visible que podía pensar que en cualquier instante su brazo entero se partiría en dos.

—No te estoy manipulando con mis feromonas—repitió en un hilo de voz a causa de su debilidad—. Sa-ber que perdiste la memoria también me afectó, ya no me recordabas, no recordabas nada de lo que hicimos juntos. Pero no porque no recordarás, me aproveché de ti.

Instantáneamente a mitad de sus palabras aventadas con la mayor claridad que le fuera posible, mis piernas se movieron en su dirección, paso tras otro hasta acortar la distancia. Estaba escuchándolo, pero no le estaba prestando atención realmente, solo podía ver su estado tan débil y pesado que indicaba que tarde o temprano, si no mejoraba, volvería a desmayarse, y eso era lo que no quería que sucediera.

Sus parpados se abrieron cuando notaron que no me detenía, que aunque casi estaba trotando hacía el colchón, el rostro que llevaba, serio y fruncido parecía dañarlo, tanto que vi esos secos labios tratando de apretarse.

—Pym— me llamó, su voz dio un vuelco a mi corazón—, yo te quiero, no me estoy apro...

Se calló, pero no porque quiso, sino porque le sorprendió mi acción. Y era que cada parte de mi cuerpo había actuado, no había parte de mí que pudiera controlarse por más tiempo a esa estremecedora emoción de ver la profundidad de sus ojos y de escuchar su voz nuevamente, y ese temor de no escucharlo ni ver su mirada otra vez. Salté, sin poder evitarlo, sobre su regazo colocando mis piernas a cada lado de su cuerpo para no lastimarlo, salté con mis brazos estirados para alcanzarlo y rodearlo del cuello en un abrazo temeroso y ansioso.

Un abrazo que tomó fuerzas para aferrara aún más a ese tembloroso cuerpo que se tensó y se comprimió con el tacto del mío. Tantas ganas había tenido de abrazarlo con fuerza, tantas ganas de sentirlo nuevamente junto a mí, no quería soltarlo. No después escucharlo respirar, escuchar su crepitante voz llamándome, esa voz que exploraba mi cuerpo en sonidos graves y roncos y la cual me tenía hipnotizada enteramente, atrapada así como ese par de endemoniados orbes que deseaba cada segundo tenerlos sobre mí.

Lo escuché jadear mi nombre cuando deposité mi cabeza un momento junto a su pecho, justo ese lugar donde su corazón latía desenfrenado, como aquellas veces en que se había acelerado cuando me acercaba a él.

Confiaba en él, en esos latidos frenéticos, y en lo que provocaba en él. Confiaba en sus acciones, y en sus miradas, él no me quería por sexo, eso lo sabía, con cada pequeña reacción, con cada pequeño significado de lo mucho que se sacrificaba para protegerme, todo eso era suficiente para saber que Rojo me quería. ¿Yo lo quería a él también, antes de perder los recuerdos? ¿Y si no lo quería, él se aprovechó de que no recordaba, para enamorarme? ¿Todo lo que dijo Adam era cierto? Quería preguntárselo, pero ahora él debía mejorarse.

—No vuelvas a auto-mutilarte— murmuré la petición, y sentí como su cuerpo se tensaba más. Más aun cuando me atreví a depositar un beso suave en su pegajoso pecho masculino que retuvo el aliento. Subí, dejando un leve camino de beso hasta llegar a sus carnosos labios que no toqué cuando él retrocedió su cabeza, dejando que mi mirada llegara a la suya para hallar esos carmines rogándome.

—Pym...— repitió mi nombre, sus brazos apenas me tomaron de la cintura, sus dedos se anclaron a ella y se deslizaron en un abrazo protector que me estremeció—. Pregúntame.

—Tenemos que bajarte la tensión, eso será cuando tu fiebre se baje—insistí, llevando mis manos a sus hombros y alejándome apenas unos centímetros para mirarle a los ojos, estudiando ese par de párpados que poco faltaban por cubrir más de la mitad de sus ojos y tal vez, cubrirlos por completo. No había tiempo de preguntas y respuestas cuando se trataba de su corazón—. Luego, me vas a explicar todo.

—Antes— pausó, tragando saliva y acortando la distancia con mi rostro solo para dejar que su frente se recargara en la mía, un instante en que incluso, acercó su nariz para rozar la mía un par de veces—, pregúntame algo que quieras saber.

Un silenció se construyó alrededor, lo miré e inspeccione, él estaba dispuesto a responderme a pesar de su mal estado, y mordí mi labio inferior, sin poder detenerme más.

— ¿Utilizaste tus feromonas en mí? —solté la pregunta, lentamente, sintiendo ese vuelco en el estómago, y ese nerviosismo por sentir que estaba a punto de saber algo que tal vez no me gustaría.

—Sí— Mis labios se separaron con su respuesta, y mis músculos los recorrió un escalofrió cuando una de sus manos tomó mi mentón con delicadeza—. Es imposible controlar que mi cuerpo produzca feromonas, pero solo llegan a funcionar si estoy fuertemente atraído por alguien y ese alguien también siente atracción por mí— respiró hondo y exhaló, una exhalación que fue como caricia a mi rostro, desapareciendo todo rastro pequeño de frio—. Mis feromonas también me controlan. Pero no por eso soy un animal que está en celo con cualquier hembra, Pym.

¨ No es como ellos dicen, olí las feromonas de ese experimento, como he olido el de otros más, pero no por eso me siento atraído. Cuando un macho encuentra a su hembra, se ata a ella, así me he sentido contigo. Desde que te vi, ya no quise que otra hembra me tocara, mucho menos que a ti te tocara otro hombre. ¨

Esas últimas palabras se repitieron en mi cabeza, claras y como al parecer esperaba. Utilizó las feromonas, pero no como Adam dejó en claro. Mucho menos como Rossi había dicho mencionando que los experimentos rojos siempre estaban en celo, buscando su hembra al menos hasta ese momento ella no supo explicarlo, pero Rojo sí, ya había encontrado a su hembra.

Yo.

Lamí mis labios, procesando todo lo que pudiera mientras él rompía con la separación de nuestros rostros y unía nuestros labios en un corto beso que me hizo cerrar los ojos, un beso dulce y delicado que quise que volviera a repetir, pero que no lo hizo. No al menos por ese instante.

—Yo no voy a dejar que me emparejen con otra hembra, que no seas tú—susurró a una pulgada de que nuestros labios se rozaran—. Sigue preguntando...

Abrí los parpados lentamente y miré hacía su desnudo y sudoroso pecho, atendiendo a su petición y creando esa pregunta que me había estado haciendo hacía ya mucho tiempo atrás, mucho antes de que ocurriera lo de minutos atrás. Tragué, tratando de que ni un nudo se construyera en mi garganta.

— ¿Sabías que Adam y yo estábamos juntos?

—Sí, los vi muchas veces, y verlos juntos me lastimaba—replicó débilmente, ni siquiera se había tomado un momento para responder—, pero no me lastimaba más que el verte llorar.

El quejido ahogado de Rojo me erizó las vellosidades del cuerpo, contrajo mi corazón al ver como sus manos se apartaban de mí para caer sobre una parte del colchón y sostener su cuerpo de un costado. Abrí mucho los ojos sintiendo un bajón repentino de mi calor corporal cuando vi como esa mano volaba en dirección a su pecho, a ese lado donde se resguardaba su corazón. Y cuando vi, un instante después, como su cuerpo se contraía y su boca escupía un líquido enrojecido que terminó no solo goteando las sabanas de la cama, sino manchando la piel de sus labios y parte de su pecho, los pensamientos se me nublaron, y mi cuerpo se hundió en una terrible desesperación que me hizo sollozar.

Y no solo mi cuerpo se sintió hastiado y dominado por el terror de lo que acababa de ver. Cada parte de mí, mis sentidos y mi alma se comprimieron por el miedo a perderlo, era una adrenalina tan desesperante que rasgó mis huesos y los hizo temblar hasta desvanecerme frente a él.

No, no, no, no, no.

—Basta, paremos—rogué, inclinándome para recostarlo su espalda sobre el colchón, y tan solo lo hice, aun escuchando su quejido y viendo su mano apretando ese lado de su cuerpo, llevé una de mis manos hasta su vientre. Cada rincón de mi cuerpo temblaba con mis movimientos, mis dedos crispados se deslizaron por la piel de su vientre, tan ansiosamente y perturbados hasta el borde de su pantalón. Pero cuando toqué su cinturón con la intención de retirarlo, su otra mano me detuvo.

Volví la mirada en él, alterada, asustada, aterrada hasta la medida, sus ojos contraídos al igual que su frente arrugada y esos labios torcidos con colmillos apretados, el dolor era algo inevitable ocultarse en él, sobre todo cuando las venas de su cuello se marcaban con gran intensidad, enrojeciendo algunas partes de su piel, ¿por qué estaba deteniéndome? ¿Era qué quería morir? Forcejee, y cuando él me sostuvo las muñecas con su otra mano, dejando su pecho e impidiéndome incluso inclinarme para acercarme a él. Gruñí su nombre.

Gruñí su nombre con desesperación. Deseosa de que me soltara, que si no lo hacía... algo malo le sucedería a él.

—Vas a morirte—chillé, y verdaderamente estaba llorando, las lágrimas desbordaban de mis ojos, una, otra y otra vez sin final, ardiendo y quemando mi piel—. Ya suéltame.

—Pregun...tame más—sus palabras entrecortadas apenas se entendieron a causa de esos dientes apretados. Solo escuchar que hasta su voz estaba ocultándose, hizo que mi corazón se apretujara más, era un dolor que no soportaría por mucho si esto continuaba. No, no, eso era algo que no haría hasta que me dejara besarlo, tocarlo, hacerle el amor, salvarle la vida.

Pero cuando rogué una vez más que me soltara, incluso me retorcí como gusano sobre él con la intención de salir del agarré de sus grandes manos, preguntándome cómo demonios aún tenía fuerza suficiente en sus brazos como para detenerme, él insistió, volvió a insistir:

— Pym, solo otra pregunta.

— ¡¿Me quieres?! —Y exploté la pregunta gruñona frente a su rostro, dejando que mis lágrimas resbalaran y golpetearan su pálida piel dueña de una mirada tan profunda y penetrante que reparaba en cada pequeño aspecto de mi destrozado rostro. Lo que miré después del silencio que dejó mi pregunta, estrujó lo más profundo de mi ser solo para reconstruirlo otra vez cando sus labios temblorosos, se estiraron en una débil sonrisa.

Y me soltó, al fin me soltó dejando que sus brazos cayeran a cada lado de su cuerpo, dejando mis manos libres.

—Mucho—el hilo de su voz volvió a hacerme ahogar un gemido—. Te quiero tanto que podría morir. 

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