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Su dulce caricia

Rojo no dijo con palabras que se pondría peor, pero bastó esa mirada tensa clavada sobre mí para darme cuenta de que algo terrible estaba a punto de acontecer.

Y sí. Ocurrió.

El terror recorrió el interior de la habitación en un crujir de madera y un golpe hueco contra el suelo. Había sido tan horripilante que sentía como mis entrañas eran rasgadas con brutalidad. Mis huesos saltaron debajo de mi piel cuando escuché como empezaba a ser destruidas la habitación. Pero el verdadero terror no era saber que ya estaban en la habitación, sino saber cuántos de esos monstruos nos habían encontrado ya.

No era uno. No lo era. Esos sonidos reptiles eran diferentes, pertenecían a dos experimentos. Quizás tres.

Me aparté, y con el cuerpo hecho gelatina por los espasmo miré aterrada hacia la puerta y luego la mirada sobria de Rojo clavada en alguna parte de la habitación.

Sabía lo que ocurriría, no hacía falta que él me lo dijera para saber lo que haría. Saldría, mataría, y quién sabe que más acontecería.

Lo peor.

Rojo se inclinó sobre mí, y sin dejar esa mirada tensa buscó mi oído rápidamente.

—No salgas hasta que te diga— me pidió. Y tan solo se levantó de golpe, un golpe contra la puerta, me detuvo el aliento.

En shock, con una guerra interna por detenerlo o por ocultarme detrás de la tina, lo vi irse en dirección a esa puerta que crujía conforme era azotada desde el exterior. Su mano tomando el picaporte y la giró. Pero antes de tirar de ella los dedos de su otra mano explotaron manchando de sangre la madera y un pedazo de la pared de al lado.

Escandalizada por ver como las grietas empezaban a pintar también esa misma puerta, observé sus largos tentáculos negros prepararse. Y conforme se alargaban junto a la puerta, algo más llamó mi atención. Su hombro empezaba a moverse. No. Algo debajo de su hombro estaba moviéndose. Y lo que atravesó esa zona de su piel— e incluso su polo—, me abrió más los ojos.

Me palideció.

Lo que había salido sobre los costados de su hombro era largo y picudo, como una astilla negra, o como una hoja de cuchillo pero delgada y un poco encorvada.

Me tembló la quijada de tanto endurecerla. Ya no solo eran sus tentáculos o colmillos, ahora estaba eso otro, retorciendo su figura masculina a la de una bestia.

Se estaba deformando. Se deformaría y se volvería como ellos, ¿no? No. Por favor no...

Él no.

—R-Rojo.

Abrió la puerta y un calambre estiró mis músculos con dolor cuando vi a la monstruosidad que nos esperaba del otro lado de la puerta, para atormentarlos con su espantosa figura.

En ese segundo pude reconocer que él era el experimento del área negra. El experimento 05. Sus colmillos atravesando la piel de sus labios, esos que aún recordaba tan vivamente en mi mente cuando los vi detrás de la ventanilla de la puerta 13. Y esos orbes negros aterradores que, con una sola mirada podías ver cuánto deseaba masticar mi piel. Él estaba viendo a Rojo.

Se movió rotundamente, pero ni siquiera pudo alzar su puño en ese instante cuando todos los tentáculos de Rojo se estamparon contra su cuerpo, haciéndolo golpear contra las alacenas de la pequeña cocina. Caminó fuera del baño y cerró la puerta sin voltear a verme.

Lo que se desató a continuación me dejó en shock. Quedé en un trance en el que cada parte de mi cuerpo temblaba y saltaba con cada escalofriante sonido del exterior. Aferré mis manos a los bordes de la tina de cerámica, casi como si quisiera encarar mis uñas en ella y comencé a respirar con rapidez.

No quería imaginármelo, pero esos grotescos gruñidos bestiales y lo muebles rompiéndose, emitiendo ruidos escandalosos, me lo impedían.

Rojo estaba ahí... Y esa cosa era más grande y pesada que él. Tenía mucho miedo, una terrible angustia oprimiendo mi pecho, comprimiendo mi corazón. Era demasiado, demasiadas preguntas, demasiado terror.

Iba a explotar.

Estaba a punto de cubrirme los oídos negándome a seguir escuchando cuando, oí ese gruñido apretado que supe muy bien de quién provenía, y que hizo que me alzará de golpe y clavará la mirada en la puerta. Sobre todo en esa separación de al menos cuatro centímetros de la puerta y el suelo, donde un tentáculo escurridizo se aferraba a la madera. Ese tentáculo era de Rojo.

No. ¿Estaba luchando y protegiendo esa maldita puerta con sus tentáculos? No tenía que hacerlo, lo lastimarían más si no atacaba con todos sus tentáculos.

Quería gritar que apartara sus tentáculos y que luchara con todos ellos sin preocuparse por mí. Pero gritar no funcionaria, solo empeoraría las cosas. Solo era un estorbo. Si no llevaba arma para defendernos, de nada serviría estando ahí a fuera.

No quería ser un estorbo, así que, desgraciadamente no me quedaba nada.

Una fuerte vibración y un golpe contra la pared tan cerca del baño, provocó que el techo sobre mí se sacudiera y dejara caer polvo, ciñendo mi inmóvil cuerpo.

Lo estaban lastimando, esa enorme cosa le estaba haciendo daño a Rojo. ¿Y si lo mataba? ¿Y si el resto de los experimentos llegaban y lo atacaban o se lo intentaban comer?

Apreté mis dientes sintiendo la impotencia. Yo no quería que muriera. Quería que saliera de esta con vida, que estuviera conmigo.

Un rotundo silenció me ensordeció. Quedé desorientada cuando no escuché absolutamente nada. Ni un solo sonido, ni gruñido, ni gemido. Y cubrí mi boca cuando no encontré más en movimiento sus tentáculos en el largo hueco de la puerta.

—No—susurré, negando con la cabeza. Salí, a pasos torpes del interior de la tina y me incliné sobre mis rodillas, para tocar la punta de sus tentáculos pensando en que con el tacto, harían movimiento.

Lo cual nunca sucedió.

Todo lo contrario. Unos puños, golpearon la puerta del otro lado, avivando esa misma grieta que en un principio él creó con sus rotundos azotamientos. La— inesperada— risa macabra que se emitió luego de ellos, y se escurrió por las aperturas de esas mismas grietas, me desarmó el cuerpo entero.

Él... Esa cosa se estaba riendo, ¿de mí?

—Ustedes nos hicieron esto, al menos debo disfrutarlo devorado tu cabeza— Alcé como pude la cabeza de los tentáculos a esa enorme grieta agujerada.

Santo. Dios. Mío.

Podía ver su aterrador orbe negro mirándome desde esa grieta. Estaba muerta. Acaba. Aquí terminaba todo, ¿cierto? No había más oportunidades. Me lo Merecía. Maté a Rojo por protegerme.

Esa cosa soltó repentinamente un aullido que me aturdió. Su asqueroso ojo desapareció de la grieta, así como esos tentáculos debajo de la puerta. La espinilla se me sacudió cuando al instante escuché aquel gruñido feroz y engrosado levantándose con fuerza. Lo reconocí. Y solo reconocerlo, na exhalación escapó de mis labios, y una emoción escoció mis ojos.

¡Estaba vivo! ¡Rojo estaba vivo!

Clavé de inmediato la mirada a la grieta con la intención de ver a través de ella cuando un fuerte golpe volvió a poner el techo a sacudirse. Aunque no era mucho el panorama, el humo grisáceo y esa sombra moviéndose delante de mí, era todo lo que podía ver.

Algo tronó. Varios sonidos de huesos rompiéndose y ese último gemir de dolor, me desesperaron.

El silenció volvió, abrumador y perturbador sobre toda la habitación. No había ni un otro sonido, ni siquiera señales de otro experimento. Aquella sombra siguió moviéndose. Era ancha y a sus lados algo grande se alzaba. No podía hallarle forma, pero definitivamente él debía ser Rojo.

Enderecé mi cuerpo y me puse sobre mis pies. Tan rápido como escuché el resto de los golpes, descolgué el espejo sobre el lavabo y no me detuve cuando lo estampe contra el mismo.

Mientras el ruido de cristal rompiéndose y sus fragmentos cayendo al suelo, recorrían el baño, tomé un trozo grande entre mis manos. Me apresuré a llegar a la puerta con desesperación. Esa puerta a la que nunca esperé que fuera abierta por él enseguida.

La sorpresa me golpeó.

Una enorme herida en el pecho donde podía ver tejido de sus músculos apenas sanando, fue lo primero que vi. Luego sus orbes endemoniados y enigmáticos debajo de ese sombreado rostro tenso, observándome fijamente. Respiraba pesado, respiraba por esos labios temblorosos que mostraban sus delgados colmillos.

—Ven— pronunció la petición desde sus apretados colmillos. Se apartó de la puerta y arrastró todos esos tentáculos que lentamente se encogían.

Reaccioné, apresurando mis pasos fuera del baño y recorriendo con la mirada todos esos escombros de lo que antes fue una habitación ordenada. A pasos lentos, me acerqué por detrás de Rojo, sin tardar en recorrer todo lo que antes era una habitación elegante.

Había un agujero en la pared donde antes colgaban las alacenas, mostrando una parte de la habitación de enseguida. Pero eso no era lo que importaba.

Entre los escombros ensangrentados del lugar donde se encontraba una destruida cocina, se hallaba ese repugnante cuerpo del experimento Negro 05. Sin un brazo, y con un agujero desde su entrepierna que se torcía hacía el lado izquierdo de su pecho y atravesaba su hombro. La sangre creaba un charco de sangre debajo del cuerpo sin vida.

Y no era el único experimento sin vida en ese cuarto. El otro, cuya mitad de cuerpo estaba cubierto por un pedazo de sofá, tenía cuatro patas delgadas de animal que me recordó al monstruo que hallamos fuera del almacén.

— Necesito que te cubras con su sangre.

— ¿Qué?— emitieron mis labios, dando una mirada en blanco al cuerpo del 05.

— ¡No tenemos tiempo, hazlo ya!— rugió, estremeciéndome. Noté la fuerza con la que ahora empezaba a respirar, y entonces, me dio una mirada de rabillo en la que pude contemplar su perfil. La forma arrugada su nariz, y la manera en que esos largos colmillos volvían a retorcer sus labios—. !Pym!

— ¡Ya!— exclamé alterada. Subido los escombros y colocándome junto al gordo brazo del experimento 05, dejando al instante el trozo del espejo junto a mía piernas. Respiré hondo, repitiéndome una y otra vez que solo era sangre... solo era sangre. Cuando me convencí y empecé a manchar mi cuerpo con su sangre, atisbé a Rojo encaminándose a la salda de la habitación.

Lo escuché gruñir, y tras su gruñido, un golpe en los pasillos me lanzó la mirada en esa dirección.

Estaba a punto de levantarme al terminar de cubrirme con la sangre...

Cuando un dolor atravesando el costado derecho de mi cuerpo me congeló. Se me detuvo la respiración, el pulso, y la mirada en esos orbes negros que se burlaban de mí.

El dolor me penetró más a fondo, escarbando como una flecha mi cuerpo. Haciendo que ese grito ahogado en mi garganta saliera de mis labios como un aliento entrecortado. Temblé, bajando lentamente la mirada a esas garras empuñando el lado derecho de mi cintura. Apretando y escarbando mi piel.

No me di cuenta de en qué momento ese enorme brazo se había movido, o cuando sus garras se levantaron hacia mí. Pero ya era tarde, ya había sucedido, ya mi propia sangre estaba cubriendo sus garras.

Ensordecida, incapaz de escuchar lo que sucedía allá afuera, solo el sonido acelerado y lento de mi corazón martillado la cabeza. En tanto miraba esos asquerosos labios estirarse con asquerosidad.

Tiró de su penetrante agarre para atraerme a esa boca llena de colmillos que abrió con la intención de morderme. Y, aterrada, un quejido gritón resbaló de mis labios mientras hallaba fuerzas para empujarme hacia atrás y, velozmente, tomar el trozo de cristal y perforarle el cráneo desde la frente.

Al ver como la tensión de su deforme rostro disminuía un poco, y como la fuerza con la que empuñaba mi carne herida también se debilitaba, grité:

— ¡Muérete ya!— El dolor se reveló a través de mis palabras. Empujé con todas mis fuerzas más el fragmento de cristal en la herida de su ancha frente, escuchando el apenas audible gemido que provino de sus labios. Vi sus horrendos ojos negros, al igual que el color de sus escleróticas, perdiendo brillo.

Pero aun así, seguí. Saqué el fragmento y lo perforé con rotundidad, una tras otra y otra vez hasta estar segura de que no volvería a intentar atacarme.

— ¡Pym!

Él rugido de Rojo en alguna parte del pasillo, llamándome, me detuvo. Dejado el cristal incrustado en la perforación que le había hecho a su cráneo. Permanecí, solo unos pocos y aterradores segundos recuperando el aliento, sintiendo esa mezcla de adrenalina, miedo y dolor quemando mi piel temblorosa. Sobre todo esa área perturbadora de mi cuerpo en la que sus garras habían hecho agujero. Era horrorosa, y ardía.

Ardería como el infierno cuando me las quitara. Tenía que hacerlo rápido, salir de aquí y regresar con Rojo. Ayudarlo...

Tomé una enorme bocanada de aire, y toqué sus garras. Me aferré a ellas, y tan solo las saqué un poco fuera de mi piel, el dolor se disparó en un intenso grito que solté. Mis sentidos, todos, terminaron hechos añicos, y un zumbido aturdiéndome era todo lo que podía escuchar. Estaba desangrándome, era mucha la sangre que perdía, y mucho el dolor que supe que su puño no solo había escarbado mi piel.

Estaba entrando en shock, estaba sintiéndome débil, sintiendo que perdería la conciencia. Pero no, no podía desmayarme. No aquí...

—N-no... —apreté mis dientes, las lágrimas resbalaron de mi rostro hacia los escombros. Respiré agitadamente, y esta vez no me detuve. Me preparé. Tomé sus dedos y tiré sin titubeos, soportando el dolor a través de otro grito mientras los sacaba de mi piel: a la misma vez que estuve gritando, en el exterior, un chillido bestial se extendió y luego esa fuerte vibración amenazando con tirarnos el techo encima.

Su mano cubierta de mi sangre, golpeó el suelo, así como la debilidad golpeó mi cuerpo y lo hizo arder. Apreté mi herida y no me permití descansar. Así que a gatas, me aparté y empecé a bajar de los escombros, no sin antes ver nuevamente al experimento. Ya no se movía. Y mejor que no lo hiciera.

Cuando intenté levantarme, unos brazos rodearon mi cuerpo y me cargaron en un inesperado movimiento que no solo hizo que la herida se retorciera, sino que hizo que ahogara un chillido en mis labios. Subí el rostro para saber que se trataba de Rojo quien me sostenía y sacaba de la habitación con apresuro. Lanzando miradas a los lados con sus párpados cerrados, y apretando esos dientes que parecían a punto de romperse por la fuerza que hacía. Escuché su gruñido retenido por esos dientes mientras salíamos a ese pasillo y lo recorríamos rápidamente. Dejando atrás el corredizo de aterradora oscuridad que llevaba a las salas de entrenamiento, que llevaba al cuerpo de aquella mujer.

El pasillo que dejábamos atrás estaba destruido, había agujeros en el techo y en las paredes de las otras habitaciones. Entre todos esos escombros y sangre, y entre la densa capa de tierra que apena se alzaba de suelo, solo pude encontrar varias extremidades deformes a las que no encontré ni forma de brazo y mucho menos forma de piernas. Pero algunas de ellas parecían tentáculos de Rojo.

Mis músculos temblaron cuando Rojo cruzó al pasadizo de la izquierda. Un montón de espasmos se zambulleron debajo de mi piel, y sobre mis huesos con una lentitud infernal que me dejó perdida.

Desorientada.

No había luz, como alguna vez escuché de alguien decir que... cuando estas a punto de morir, vez al final una luz. No, yo solo veía a Rojo moviéndose los labios, solo veía la sangre que resbalaba de sus labios heridos y me salpicaba el rostro. No había más.

—No voy a morir...—repliqué al ver ese gestó de rabia e imponencia reflejarse cada segundo más en su rostro. Al menos no moriría hoy.

Sin embargo él me ignoró. Ni siquiera abría sus parpados o dejaba de mover de esa manera rotunda su cabeza a los lados. Aferré mis manos a lo único que podía aferrarme, su polo o lo que restaba de esta, cuando él hizo otro brusco movimiento. Y tan solo cerré unos segundos lo ojos, para que al abrirlos, ya nos encontrábamos en otro nuevo panorama.

Una habitación.

Cerró la puerta con una calma que estremeció mi cuerpo. Y sin colocar seguro, se encaminó a la cama amplia y trepando a ella, me recostó cuidadosamente.

—Solo me lastimó el costado—comenté en voz baja. Traté de sentarme apoyando mis brazos en el colchón cuando él me detuvo por los hombros, clavándome sus orbes carmín con seriedad.

—Acuéstate—susurró casi sin aliento. Llevando la mirada carmín a la herida en mi abdomen. Reparé en su aspecto, nuevamente construyendo las antiguas preguntas que me hice en la tina. Rojo se miraba... como si estuviera a punto de perder su vida. Pero para ser franca no se miraba débil, ni siquiera parecía tener heridas graves que estuvieran sanando.

Entonces ese gesto de impotencia me confundió.

Me recosté, nuevamente, sintiendo la presión de mi respiración, tratando de soportar los pinchazos de dolor atravesando mi cuerpo. Mientras apartaba las manos de mi grotesca herida, noté como Rojo empuñaba sus manos con fuerza, que esas garras penetraron la piel de sus palmas y la sangre pronto se dejó ver.

Las depositó sobre mi herida, apenas rozando mi piel para abrir su mano dejándome apreciar como sus garras salían de la piel de sus palmas y dejaban que de sus agujeros —que ya empezaban a cerrarse— la sangre empezara a fluir y a caer en mi herida. Mientras que con su otra mano tomaba mi cadera y me obligaba a voltearme un poco para mostrar el resto de agujeros en mi piel, apretó su mano exprimiendo la sangre, y encajando sus garras otra vez. Por un momento había pensado que haría lo mismo que en el túnel de agua, donde apretaría mi herida tal como lo hizo con mis tobillos.

Tan rápido como vi las heridas en mi costado cerrarse lentamente. El dolor empezó a desaparecer también, adormeciendo esa parte, devolviéndome incluso, la energía y fuerza: esa misma que sentí recorrer mi cuerpo cuando sanó mí herida en el túnel. ¿Su sangre podía reproducía la sangre de otros, o solo sanaba heridas?

Solté una larga exhalación, relajando mi cuerpo en el colchón. Y busqué su mirada, esos rasgados orbes que no encontré depositados en mí, sino en mi estómago, en esa parte de mi piel donde sus garras apenas tentaban a acariciar. Todavía no sentía su toque, pero estaba segura que si seguía haciendo eso, en cuestión de segundos lo sentiría tal como sucedió aquella vez.

Se inclinó, aferrando sus manos a cada lado de la cama. Pude notar como los músculos de sus brazos temblaban conforme bajaba su cuerpo más y se erguía, llevando su rostro a mi estómago y... depositando un beso en esa zona.

—Lo siento—susurró contra mi piel, y en ese instante pude sentir su tacto. Dio una última caricia con sus labios de una forma tan dulce, que envió escalofríos al interior de mi estómago.

No comprendí por qué se disculpaba, no había sido su culpa.

— No fue tu culpa—solté rápidamente cuando lo vi alzándose y corriendo esa escondida mirada bajo sus parpados a la puerta de la habitación. Aquella expresión en la que se endurecía su quijada no solo me preocupo, me aterrorizo—. ¿Q-qué sucede? ¿Vi-vienen más?

— Están confundidos. Hubo tanto ruido y vibración que no saben hacia qué lugares dirigirse. Ninguno de ellos parece mirar temperaturas—contestó abriendo sus parpados para mirarme—. Aun así, hablemos bajo.

Pestañeé al verlo inesperadamente, deslizarse sobre mí, acomodando cada uno de sus brazos doblados junto a mis hombros para no dejar caer su peso en mí. Acercó tanto su rostro al mío que me sentí nuevamente desorientada al no saber que mirar de él y no saber por qué de pronto estaba actuando así. Inhaló y exhaló, su aliento acaricia cálidamente mi rostro volviendo a hacer que pestañara.

Su silencio y la forma profunda en la que me contemplaban con esa enigmática mirada, me secó la garganta. De pronto, sus garras se deslizaron por la piel de mi mejilla. Parpadeando por una tercera vez cuando dejó sus garras a centímetro de tocar mis labios.

— ¿Te duele alguna parte de tu cuerpo? —quiso saber. Haciendo una nueva caricia en mí rostro con el torso de su mano: deslizándose de mí mejilla hasta mi mentón, y bajando a mi cuello. Con cada pequeño movimiento de su juguetona mano, corrientes eléctricas se arrastraban por todo mi cuerpo, sin concentrarse en ni una parte. Era caricias cálidas y dulces, llenas de algo que él quería demostrar.

Sentimientos.

—No—esbocé, sintiendo mi aliento hueco a causa de sus caricias que empezaban a mecerme—. Gracias a ti, no—Sonreí, y esa sonrisa que marcaba mi rostro pareció deslumbrar sus ojos, fijando su mirada en mis labios y llevando sus garras a dibujar mis labios lentamente.

Ese acto hizo que mis labios temblaran, que mis comisuras titubearan en permanecer con esa sonrisa. No porque no se sintiera bien, sino porque esas garras que salían desde sus nudillos, aún no desaparecían.

—Contéstame algo —solté casi en un suspiro, cuando él bajó más su rostro hasta rozar nuestras narices e incluso chocar nuestros alientos—, ¿tienes hambre?

Se tomó un momento para seguir estudiando mis labios, esos a los que supe que él quería poseer de inmediato. Pero que extrañamente no hizo, solo siguió dibujando, acariciando y contemplando.

Y que, extrañamente yo esperaba por al menos solo un roce.

—No, me siento satisfecho.

Sentí una extraña y pequeña incomodidad. Más que por tenerlo sobre mí, acariciándome, era por lo que mi cuerpo y mi mente estaba apreciando de él. Sintiendo de él. La confusión volvió a mi mente, en una sola pregunta que quería guardar cuando esos experimentos estuvieran más lejos de nosotros, pero... ¿y si luego no había tiempo? Cada momento que permanecíamos en este lugar, empeoraba la probabilidad de sobrevivir.

Respiré hondo, iba a hacerlo. Debía hacerlo para aclarar varias cosas que me desconcertaban tanto de Rojo como de mí.

—Hay algo que quiero saber—empecé y no esperé a que dijera algo—. Sobre nosotros...— Raro no fue verlo hundiendo su entrecejo, raro fue ver que apartaba sus garras de mi piel—. Quiero saberlo todo.

Quería saberlo todo, porque no sabríamos si para cuando saliéramos de esta habitación, seguiríamos con vida. O no sabíamos si yo seguiría con vida.

— ¿Todo? —pronunció, noté su tensión.

—Sí.

— ¿Qué quieres saber primero?—musitó, tomando una leve respiración en donde aprecie como las aletas de su respingona nariz se alzaban.

—Cuando dijiste que te gustaba en la oficina, ¿lo decías en serio?

Asintió, estirando una media—torcida— sonrisa que inexplicablemente aceleró mi pulso, me hizo jadear.

—Me gustas mucho, pero no como me gusta la comida, los colores u otras cosas. Es diferente contigo.

Tuve miedo de preguntar, pero me lo tragué, en verdad quería saberlo. No. Necesitaba saberlo, una gran parte de mí anhelaba saberlo ahora mismo.

— ¿Cómo lo sabes?

Un calor cálido cubrió mi mano, era la suya tomándola con delicadeza para llevarla sobre su pecho, a ese lugar donde sentí tan pronto extendí mis dedos, el tamborileo de su corazón.

—Mi corazón se aceleró cuando te vi por primera vez—Otro jadeó se escapó de mis labios—. Sigue acelerándose cuando te tengo cerca. Me sudan las manos, algo me comprime el estómago y siento que me falta el aire cuando me tocas o cuando te lastimas. Solo sintiéndome así sé que me gustas mucho.

Solo sintiéndome así, sé que me gustas mucho. Mi mente lo repitió tantas veces pudo para procesarlo.

— ¿No estas convencida? —sus garras tomando mi mentó me trajeron de nuevo a la realidad, fuera de mis pensamientos—. Cuando tuvimos sexo....

—Detente—mí voz sonó un poco más alta, sobresaltándome de que algo allá afuera nos escuchara por mi culpa—. ¿Entonces si lo hicimos antes? —Su ceño contrayéndose un poco y ese ladeo de su rostro, me respondieron que él no entendía a que me refería—. Sexo, ¿cuándo tuvimos sexo?

— Esa es una larga historia, pero...—La duda me dejó en blanco. ¿Lo hicimos o no? ¿Permitían que los experimentos tuvieran relaciones sexuales? —. Pym, si yo te respondiera ahora que no recuerdas nada de mí, ¿te alejarías o te acercarías más?

Y eso me desconcertó.

Y me desconcertó tanto que arqueé una ceja.

Y me desconcertó demasiado que, cuando abrí la boca al principio nada salió de mí, mi voz se había escapado de mi garganta. Carraspeé para recuperarme y pedirle que me explicara con palitos y dibujos cuando él continuó:

—Sí—Se me secó la garganta con esa respuesta—. Hicimos el amor antes de que me enviaran a la incuba...— se calló con una abrupta brusquedad que me dejó sin aliento. Y estaría procesando sus palabras sino fuera porque se apartó de un movimiento tan brusco de mí, que la cama se sacudió. Enderezó su cuerpo, torciendo todo su cuello y fijando su mirada oculta entre sus parpados en una sola dirección.

No, por favor, no otra vez...

—Son temperaturas normales—espetó, sin dejar de mover levemente su cabeza. Haciéndome saber que aquello se estaba acercando a nosotros, cada vez más —. Vienen hacía este pasillo.

Me senté cual resortera al escucharlo.

— ¿V-vienen?

Eso quería decir que... ¿eran muchos? ¿Cuántos? ¿Eran igual de grandes que el 05?

—No salgas hasta que vuelva—espetó, esta vez en una voz dura y lo suficientemente alta como para recorrer el interior de mi cuerpo. Atemorizada, lo vi encaminándose a la puerta, decidido con sus garras crispadas y esa postura imponente de la cual dudaba. Ya había peleado bastante. No era uno, eran varios experimentos los que dirigían a nosotros. ¿Y si le ocurría algo esta vez? —. Ellos son humanos.

Sus nuevas palabras golpearon mi cabeza varias veces, dejadme en shock. Él salió a la luz del corredizo volteando a uno de sus lados para luego cerrar la puerta con el mismo cuidado que al principio.

Eran humanos, ¿cierto? Eran personas, él dijo eso, ¿y las iba a matar? No, no, no, no podía dejarlo hacerlo. Eran sobrevivientes a fin de cuentas, no monstruos. ¿Qué sucedería si ellos iban armados como Roman y las mujeres? ¿Y si le disparaban? ¿Y si lo mataban?

No, no. Tenía que ir por él, impedir que se cercaba y traerlo de regreso a la habitación, seguramente si nos escondíamos y manteníamos en silencio ni uno de ellos nos escucharía.

De un brinco me encaramé fuera de la cama y me lancé a la puerta, tan solo salí, a unos pasos de pasos a mi izquierda me encontré con la espalda de Rojo y sus anchos hombros. Pero algo me perturbo y no fue el hecho de que se trataba de sobrevivientes a varios metros de nosotros, acercándose amenazadoramente a Rojo, tampoco me perturbo saber que eran muchos, una manada acumulada en el pasillo cuidando las espaldas de sus compañeros en todos los sentidos, lo que me perturbo y envió terror a mis huesos fue ver todas esas armas apuntando a la cabeza de Rojo.

Todas esas miradas llenas de ira clavadas en él solamente. No había ni una sola pisca de sorpresa o miedo. No, ellos no parecían temerle a Rojo, y eso solo me hizo saber que entonces ya antes habían matado a más experimentos.

No, no, no. Él no. No otra vez.

A Rojo no.

— ¡No! ¡No disparen!— grité, alterada sin importarme cuantos experimentos me escucharan alrededor.

Como una bala salí disparada a correr y colocarme frente al cuerpo de Rojo, frente a todas esas armas que en gran mayoría, me apuntaban ahora a mí. Solo hasta que todos esos ojos me recorrieron fue que su gesto cambió por sorpresa y consternación, y todas esas armas se desviaron a otro objetivo. Rojo.

—No le disparen por favor— mi voz se desgarró. Eran muchas más de quince personas apuntándole solo a él—. No es peligroso. Él no es peligroso.

Mis manos se estiraron hacía arriba, cubriendo parte del rostro de Rojo mientras, pasaba la mirada en todos esos rostros tan inquietantemente desconocidos. El corazón estaba a punto de agujerar mi pecho de lo asustada que estaba al ver su silencio, al ver que la mitad de ellos dirigían una mirada a otro lado, la verdad es que no quise saber a quién estaban mirando, solo me mantenía alerta de cada movimiento de sus armas.

— ¿Pym?

Alguien acababa de nombrarme. Estaba segura.

Confundida y asustada por los sobrevivientes y esas largas armas de distintos colores, me obligue a torcer el rostro a una sola dirección, indecisa pensando en que solo había sido mi imaginación. Pero no fue así cuando deposité la mirada a una sola persona, a la persona que la mitad de esos rostros veían con preocupación.

Un hombre joven bajó su arma y se apartó del resto, parecía estar al mando porque solo hasta que se movió en nuestra dirección, enderezaron su postura. Se quedó a medio metro de separación de nosotros solo cuando sus ojos resbalaron de mí a las garras que apresaban mi brazo. Rojo tiró de mí para tenerme más cerca de él, y aunque quería voltear a verlo no pude, porque estaba observando al hombre frente a nosotros.

Era alto, como la estatura de Rojo más o menos, la piel que sobresalía de su camiseta negra pegada a su marcado torso, era bronceada, pero fue lo único que pude reparar en él, no reparé más en su aspecto porque lo que me dejó inquietante, más perturbadora que inquietante fueron ese par de ojos marrones completamente desorientados que se clavaban únicamente en mí.

No había sido mi imaginación. ¿En verdad me conocía?

—No puede ser— soltó, su voz gruesa tronó con sorpresa—. Estas...

Lo que no esperé fue ver la forma en que su pecho comenzó a inflarse y la forma en que su semblante se había endurecido, pero no de molestia sino de angustia. Lo segundo que jamás esperé fue ver esas escleróticas cristalizarse. Y lo peor de todo fue lo siguiente que soltó, y lo cual enfrió por completo mi cuerpo, me estremeció.

—Estas viva — Una de sus comisuras se estiró en una amarga mueca, mientras esa mirada repleta de sentimientos seguía reparando en mi rostro—. Estas viva, amor.

Y desde ese momento lo sentí.

Sentí que las cosas iban a cambiar con rotundidad. 

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