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Capítulo 17 - Blanco y Negro (Parte 1)

Editor: Nyoi-Bo Studio

Catalina estaba de pie junto a Alejandro, rodeados de una pequeña multitud que se había formado en el salón principal. Además de ellos, había dos hombres y tres mujeres de alta sociedad.

—Los últimos dos años el concejo estuvo ocupado, pero este año hubo menos papeleo —habló un hombre llamado Juan, de la multitud. Llevaba un traje gris.

—Se decía que Rubén planeaba retirarse de la Dirección del Concejo. ¿Es cierto? —preguntó Travis, uno de los vampiros mayores, golpeando suavemente su bastón en el suelo.

—El hombre ama su trabajo. Dudo que deje la posición abierta para cualquiera —se burló Alejandro, a lo que algunos asintieron.

—Es cierto. No he escuchado nada. Seguramente es un rumor —respondió Juan con una sonrisa.

—Juan, querido —la esposa embarazada de Juan le dijo algo al oído.

—Disculpen, damas y caballeros —dijo Juan alejándose con su esposa.

El ataque que acababa de ocurrir en el patio no causó efecto alguno en la reunión, pues ninguno de los invitados en la mansión se enteró. El asunto fue totalmente silenciado.

Catalina conversaba con una de las señoras cuando una mujer se acercó desde atrás y la movió ligeramente para quedar al lado de Alejandro.

—Señor Alejandro, le he estado buscando. ¿Dónde estaba? —le preguntó.

Cati no podía ver el rostro de la mujer, pues esta le daba la espalda, pero llevaba un hermoso vestido, seguramente importado.

—Conversaba con el señor Tanner y las damas presentes. ¿Le gustaría unirse? —preguntó el Señor de Valeria.

La mujer sonrió y giró para ver a todos los presentes. Su nombre era Carolina. Cati notó que era absolutamente hermosa. La mujer era hija única de una familia noble, por lo que era amable con los de clase alta, pero no con los plebeyos. Cuando volteó a saludar a Cati, su sonrisa se paralizó al notar que era una chica común, y pronto la ignoró para conversar con los demás.

Por alguna extraña razón, Cati sintió un nudo en el estómago cuando la mujer llevó a Alejandro a bailar. Los observaba desde la distancia. Se veían bien juntos. Cati era una mujer cualquiera con un nido en la cabeza, mientras que la mujer en brazos de Alejandro era una de las más hermosas del salón, y él la merecía. Cati supuso que debía tratarse de una de sus amantes. Había escuchado rumores acerca de las aventuras del Señor de Valeria. ¿Estaba equivocada al no juzgarlo, como hacía su amiga Anabella? Su tía siempre se preocupaba por su ingenuidad y su mal juicio de las personas.

Vio de reojo a un hombre que la observaba fijamente, lo cual le resultó incómodo después de algunos minutos. El hombre tenía fríos ojos negros que por alguna razón asustaban a Cati.

—No esperaba encontrarte aquí, pequeña —escuchó junto a ella, sacándola de sus pensamientos.

Cuando volteó a mirar, encontró a un hombre alto a su lado. Abrió la boca como un pez en el agua. El cabello del caballero se sacudía ligeramente por la brisa.

—¡Señor Nicolás! —gritó Cati antes de inclinar la cabeza. Se reclamó en silencio por su infantil arrebato.

—¿Me recuerdas? —le preguntó el hombre.

—Lo vi en las noticias. Quiero decir en el periódico —Respondió Cati, incómoda bajo su mirada interrogante —. ¿Nos conocemos? —le preguntó preocupada, pensando que su memoria era tan terrible que no lo recordaba.

—Nos conocimos —explicó el Señor Nicolás. Sólo por una hora…

—Cuando eras niña, pero hace mucho tiempo, así que no te preocupes —agregó tras unos instantes al notar la mirada confusa de la joven.

Cuando un sirviente les ofreció del vino que llevaba en su bandeja, el Señor Nicolás se le ofreció a Cati una copa, la cual aceptó pues sentía que rechazarla sería de mala educación. Además, la temperatura descendía debido a la nieve. Una bebida no haría daño, ¿o sí? Le alegraba llevar un vestido de capas que ayudaba a mantenerla abrigada.

Acercó la copa a sus labios para tomar un trago que le resultó suave, con una agradable textura al bajar por su garganta. Era delicioso, jamás había probado algo así. Tomó otro trago y algunas gotas descendieron por su mentón. Al mirar sus manos, notó que había perdido su pañuelo cuando salió. Cuando movió la mano, el Señor Nicolás le ofreció su pañuelo.

—Ya —dijo llevando su mano al rostro de la chica y secando suavemente, lo que hizo que la joven se ruborizara.

—Gracias. Permítame limpiarlo antes de devolverlo, Señor Nicolás —le ofreció Cati.

El hombre, con una ligera risa, replicó: —No te preocupes. Es vino, no es una mancha grave.

Algunas personas notaron la escena, y Cati se dio cuenta. El Señor Alejandro y el Señor Nicolás eran los más apuestos entre los cuatro Señores del Imperio. Nicolás era alto y fornido, pero no de forma exagerada. Tenía un rostro cuadrado y un hoyuelo en la mejilla izquierda al sonreír. Llevaba un aire sofisticado y elegante, lo que le hacía ver más elitista de lo necesario.

Una vez se reseñó en el periódico que el Señor Nicolás era el príncipe blanco del Imperio, gentil y amable con su comportamiento, mientras Alejandro era el príncipe oscuro, muy lejos de ser considerado un ángel. Sin embargo, eran muy similares, aunque lidiaban con las cosas de formas distintas.

—¿Con quién viniste? —preguntó Nicolás.

Cati explicó que había venido con su amiga Anabella a la celebración de invierno. Le resultaba fácil hablar con Nicolás, pues era más amable que los otros vampiros de clase alta. Hablaban sobre la aldea en la que vivía cuando alguien interrumpió: —Me alegra que pudieras venir a la celebración, Nicolás —dijo Alejandro acercándose hacia ellos con Carolina a sus espaldas.

—Me alegra haber venido —respondió el Señor Nicolás —. Señorita Carolina, se ve hermosa cada día —halagó a la dama.

—Gracias, Nicolás —respondió Carolina, cuyo rostro se ruborizó tras el cumplido, ¿pero quién podía culparla, habiendo recibido un cumplido de un hombre como él? Era un gran halago. Si Cati estuviera en sus zapatos habría reaccionado de la misma forma, aunque nunca había recibido cumplidos de alguien que no fuera su familia, que la consideraban hermosa aunque ella estaba segura de que todos los demás la encontraban tan atractiva como una patata.

—Escuché que fue al lejano este hace algunos meses —dijo Carolina al Señor Nicolás, que comenzó a narrarle el viaje.

Parecía interesante conocer los estilos de vida de las personas fuera del Imperio. La conversación pronto cambió a los planes de verano de Carolina. De vez en cuando Cati dirigía una mirada furtiva a Alejandro, que estaba de pie junto a ella, asegurándose de ser discreta y que nadie la notara. A la tercera va la vencida, y Alejandro finalmente la notó, aprovechando el momento para preguntarle: —¿Le gustaría bailar, Señorita Catalina?

Sin esperar respuesta, tomó su mano y la guió a la pista de baile.

—¡Señor Alejandro! ¡Espere! —dijo Cati en pánico.

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