Lejos, en el Gran Tang de las Tierras Orientales, en una aldea al azar, un pintor algo descuidado miraba con recelo a un hombre rico que le adulaba con palabras interminables.
—Inmortal, señor, le ruego que me pinte. Pagaré cualquier precio.
—Mis pinturas son muy caras —Fue la respuesta.
El rico asintió con entusiasmo, y luego hizo un gesto a sus sirvientes para que llevaran varios cofres grandes.
El viejo pintor los miró por el rabillo del ojo y luego aclaró su garganta. —Bueno, parece que nosotros dos estamos conectados por el destino. Por eso, pintaré algo para ti.
Estaba a punto de empezar a pintar cuando frunció el ceño.
—Algo acaba de surgir —dijo—. Necesito hacer un viaje mental. Por favor, espere un momento —Con eso, se sentó con las piernas cruzadas y cerró los ojos.
El rico no se atrevió a molestarle, y simplemente se paró a un lado, esperando.
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