Afuera, la noche estaba helada. Ni la fogata ardiente era capaz de disipar el frío en el aire.
Sin embargo, dentro de la carpa, estaba mucho más cálido, lo suficiente para hacer que uno se sintiera somnoliento.
Leylin esperó unos minutos y vio que la silueta de Ivy temblaba mientras entraba lentamente.
Se la notaba muy nerviosa, con las manos apretadas contra los dobladillos de la falda, que dejaba ver sus pálidos tobillos blancos.
El miedo estaba grabado en sus hermosos ojos. Pero era como si su cuerpo fuera controlado por alguien más mientras avanzaba hacia Leylin, paso a paso.
—¡No te preocupes! ¡Tomar una muestra es algo muy simple y no te causará ningún daño! —dijo Leylin para tratar de calmarla —. ¡Por favor, levántate la manga!
Al escuchar las palabras de Leylin, Ivy dudó por un momento. Luego se levantó la manga y mostró una parte de su brazo color blanco y jade.
—Te va a doler un poco, ¡pero no tengas miedo!
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