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Los papeles regados en toda la longitud de la mesa, rayados con garabatos y letras chuecas, fueron lo primero que captaron los ojos del Cirujano al abrir la puerta, una mínima ráfaga de luz proveniente de una lámpara de escritorio era lo único que alumbraba el montón de hojas, apenas logró divisar al autor de todo aquello, entre la penumbra y la montaña de hojas y bolitas de papel captar su figura no era tarea fácil.

Dió algunos pasos y encendió el interruptor de la luz, una mata de cabello desordenado y medio metido en una coleta encabezaba a una figura dormida sobre el escritorio, de su boca salían suaves ronquidos y el Cirujano suspiró, aquel plan llevaba cocinandose desde años atrás, cada vez que se encontraba con el Granjero en aquella condiciones, sin dormir, apenas comer y tan descuidado físicamente, no hacía más que aumentar su curiosidad frente a cuando terminaría el plan. Los tres estaban poniendo su esfuerzo, cada uno expandía sus habilidades para que cuando llegara la hora de usarlas, no hubiera problema alguno. Según él, el esfuerzo del Granjero estaba siendo excesivo, a tal grado que daba por sentado que su salud estaba por el suelo y cuando al fin se diera un respiro, terminaría derechito en una cama mientras él mismo se encargaba de cuidarlo, el tercero no tenía paciencia para esas cosas.

Levantó una manta mullida del suelo, la extendió y con suavidad cubrió al Granjero con esta, una sonrisita se le formó en los labios al advertir los dibujitos que descansaban en la mesa, el rayo de esperanza de que aquello iría a la perfección y lograrían cumplir sus sueños lo cegaba de la felicidad, era peligroso, pero si lo lograban sería felices, al fin felices.

Y unos meses después, sintió la adrenalina de saber que ese sueño estaba a punto de hacerse realidad, el tren debía marchar.

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