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Elisa observó su pequeño yo ofreciendo la bufanda. En ese momento recordó que no era muy aficionada a los fantasmas, pero por la forma en que lo miraba, parecía estar mucho más cómoda con este hombre al que había llamado fantasma que con los fantasmas habituales que solía encontrar en ocasiones.
El hombre miró la bufanda con sus manos cruzadas frente a su pecho. Observó la bufanda, burlándose —¿Una bufanda a cambio de protección? Me preguntaba qué estás haciendo sin llevar esa bufanda y en cambio salir al frío con esa ropa de capas finas. ¿No tienes miedo de arrugarte como una patata dejada en el frío?
La Pequeña Elisa no sabía que una patata podía arrugarse, preguntó —¿De verdad? y el hombre rodó los ojos en respuesta.
—Siempre has estado preparada llevando esa bufanda contigo en caso de que pida un pago. Qué niña más astuta eres —acusó el hombre y Elisa negó con la cabeza.
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