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Entre Sombras y Rugidos

El rugido de los cañones y las bestias era una sinfonía de locura ira y desesperación en el medio del bosque, no había un orden, una sincronía, o un infimo intento de coordinación, parecía como si los actores usaran los instrumentos para dañarse unos a otros, pero a la vez creaban un ruido que incitaba a la locura y al caos.

El caos en el campamento se desató de inmediato. Los disparos y los gritos de los hombres se mezclaban con los rugidos de las bestias corrompidas, creando una atmósfera casi irreal, como si el bosque mismo hubiera cobrado vida y se estuviera desmoronando. Las sombras danzaban entre los árboles, susurrando promesas de destrucción mientras las criaturas corrompidas avanzaban con fuerza inhumana.

Alan se movía con precisión letal, sus disparos certeros atravesando a los corruptos, pero sabía que esto solo retrasaba lo inevitable. A lo lejos, podía ver a uno de los soldados luchando cuerpo a cuerpo con una de esas bestias infernales. Su piel estaba cubierta de cicatrices y su rostro deformado por la corrupción, pero su fuerza era descomunal. El soldado gritaba mientras intentaba mantenerla a raya, pero la criatura era implacable.

—¡Alik! —gritó Alan, señalando a su teniente que acababa de despachar a dos enemigos—. ¡Ve con el equipo B y aseguren el flanco derecho! ¡Yo me ocupo de esta!

Alik asintió, sus ojos llenos de determinación. Corrió hacia el grupo de soldados que se encontraba luchando por mantener la línea mientras Alan se lanzaba hacia la bestia que acorralaba a su compañero. En un solo movimiento fluido, disparó una bala de obsidiana que atravesó la cabeza de la criatura, acabando con su sufrimiento.

El soldado cayó al suelo, jadeando y cubierto de sangre. Alan le ofreció la mano para ayudarlo a levantarse.

—Vamos, aún no termina —le dijo con dureza, pero también con una comprensión que solo un capitán de muchas batallas podía ofrecer.

El soldado asintió con la mirada perdida, recobrando lentamente su compostura mientras Alan volvía a dirigir su atención al campo de batalla. Pero algo no estaba bien. Entre el fuego y el humo, una figura comenzó a emerger. No era una criatura corrompida como las demás, tenía una forma más humana y algo siniestra a la vez.

Alan lo sintió antes de verlo. Un frío ancestral recorrió su espina dorsal, como si el aire mismo se hubiera vuelto en su contra. La figura avanzaba lentamente, sus pasos resonando a pesar del caos, y su presencia hacía que incluso las bestias retrocedieran. Alan apretó los dientes y se preparó, sabiendo que lo que venía no era un simple enemigo más.

—Capitán... —murmuró uno de los soldados, su voz temblando—. ¿Qué es eso?

—Es lo que hemos estado esperando —dijo Alan, con la mirada fija en la figura que se acercaba—.

La criatura que emergió del bosque era alta, con una forma humana, pero completamente distorsionada. Su piel parecía una amalgama de sombras, constantemente fluyendo y cambiando. En sus manos llevaba un arma que parecía un báculo tallado en hueso, coronado por un cráneo que irradiaba una energía maligna.

—Es él… —susurró Alik, que había regresado junto a Alan—. El dios de la muerte…

—No seas idiota, ese no es él… Debe ser un sacerdote de su secta… aunque si se parecen un poco…

El heraldo levantó su báculo, y una oscuridad más profunda que la noche comenzó a extenderse desde su cuerpo, envolviendo el área en una espesa niebla negra. Los soldados empezaron a toser y a retroceder, como si el aire mismo se hubiera vuelto tóxico. Alan mantuvo su posición, sin apartar la vista de la figura.

—¡Mantened la formación! —gritó Alan—. ¡No dejéis que la niebla os desoriente!

El sacerdote no dijo una palabra, pero su máscara con apariencia de cráneo brillaba con una luz siniestra, levanto su báculo, y de la niebla empezaron a surgir siluetas: almas perdidas de otras batallas que habían sucumbido a la corrupción, ahora resucitados para luchar una vez más.

Alan apretó su rifle, sabiendo que la lucha acababa de empezar.

Las almas resucitadas avanzaban sin emitir un solo sonido, pero su presencia era opresiva, como si el aire a su alrededor estuviera siendo drenado de toda esperanza. Alan observó con ojos endurecidos cómo los soldados retrocedían ante el avance de esas figuras espectrales. Su miedo era palpable, y aunque el capitán compartía el mismo temor, sabía que no podía permitirse vacilar.

—¡Fuego! —ordenó con un rugido, y los disparos comenzaron a iluminar la niebla oscura. Las balas cruzaban el campo de batalla, algunas impactando en las sombras, otras perdiéndose en la oscuridad. Pero las almas no caían como los corruptos; los proyectiles las atravesaban sin causarles daño.

—¡No sirve de nada! —gritó un soldado, el pánico evidente en su voz.

—¡Seguid disparando! —respondió Alan con firmeza—. ¡Están hechos de sombras, pero aún son débiles a las balas de obsidiana!

Mientras sus hombres seguían abriendo fuego, Alik se acercó a su capitán, el sudor cayendo por su frente y la confusión en su rostro.

—Capitán, no podemos vencerlos así. ¡Nos estamos quedando sin munición!

Alan lo sabía. Cada segundo que pasaba, sus recursos se agotaban, y el enemigo parecía interminable. Pero no podía permitir que cundiera el pánico.

—Carajo…Equipo A encárguense de las sombras y los nahuales, equipo B de los centinelas y la cobertura. Mantén la línea, Alik. Yo me encargaré del sacerdote cuerpo a cuerpo.

Alik lo miró como si estuviera a punto de protestar, pero la determinación en los ojos de Alan lo convenció. Asintió y volvió a la línea de fuego, organizando a los hombres para que cubrieran el área a pesar del caos.

Arrojo su rifle y se abalanzo cual bestia hambrienta en busca de su presa, cualquier cosa que se le atravesaba era, fuera nahual, centinela o sombra era destruida con total fuerza y destreza, prueba de la vasta experiencia en combate cuerpo a cuerpo que poseía.

—¡Ven y devóralo todo!... ¡Señor de los Jaguares…Ajaw Balam! —coloco sus manos en el suelo y su nahual apareció listo para atacar.

Juntos atacando con gran agilidad y coordinación que parecían un solo ser.

—¡Ya escucharon al capitán, sigan disparando!

Los disparos resonaban a lo largo del campo de batalla, un eco de esperanza en medio de la creciente desesperación. Alan y su nahual, el imponente jaguar Ajaw Balam, se movían como una sombra y su reflejo, letales y precisos, atravesando a las criaturas con la fuerza y la velocidad de un depredador. La conexión entre ellos era profunda, casi sobrenatural, fruto de años de perfeccionar su sinergia. A cada movimiento del capitán, el jaguar respondía con instintos afilados, devorando a los enemigos que se atrevían a acercarse.

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