Un gran lobo negro apareció detrás del árbol; se veía poderoso. Su pelaje era tan oscuro como la noche, resplandeciendo bajo la luz del sol que se desvanecía con un brillo de otro mundo. El aliento de Anne quedó atrapado en su garganta. Estaba asombrada por la pura belleza y la fuerza que su lobo exudaba. El príncipe alfa en todo su esplendor primitivo.
Ryan jadeó, sus ojos abiertos de emoción en lugar de miedo. —¡Guau! —exclamó, dando pasos indecisos hacia la imponente criatura.
Damien se tumbó en el suelo, acostándose sobre su vientre frente a Ryan. Su cabeza masiva descansaba sobre sus patas, ojos ámbar observando al niño con una expresión que parecía casi suave. Ryan, con la curiosidad inocente de un niño de cuatro años, extendió su mano y tocó el pelaje de Damien. En el momento en que sus dedos se hundieron en el espeso pelaje negro, chilló de placer.
—Es suave, ¡Mamá! —Ryan sonrió, riendo mientras pasaba sus manos por el pelo de Damien.
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