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La chica misteriosa

Damien despertó con un dolor de cabeza terrible, de esos que te hacen sentir el latido en cada punzada. Gimió, frotándose las sienes mientras se forzaba a sentarse. La habitación giró brevemente antes de enfocarse, y miró a su alrededor, intentando entender dónde estaba. Su propio cuarto —seguro, familiar, pero muy lejos de donde había estado la noche anterior.

La fiesta. Esa maldita fiesta. Podía recordar el ruido, la gente y el tintineo de las copas. Pero después... algo sucedió. Algo que hizo que su corazón se acelerara y su mente se nublara.

Un olor. Jamás podría olvidar ese aroma —tentador, embriagador, como nada que hubiera experimentado antes. Lo atrajo, se envolvió alrededor de él como un cálido abrazo. Pero ¿quién era ella? Su mente luchaba por comprender los borrosos fragmentos de memoria.

—¡Hijo, estás despierto! —Damien alzó la vista para ver a su madre, Luna Liana, irrumpiendo en la habitación.

—Madre —dijo Damien con la garganta seca—, ¿qué pasó? ¿Cómo llegué aquí?

Luna Liana se sentó a su lado, tomando su mano entre las suyas. —Te trajimos de vuelta, Damien. Estabas en esa fiesta y luego... te drogaron.

—¿Drogado? —repitió Damien, la confusión nublando su mente—. ¿Por quién? ¿Por qué?

Los ojos de Luna Liana se encendieron de ira. —Fue la despreciable manada de Alfa Jack. Intentaron usarte, ¡Damien! Forzarte a aceptar a una de las suyas como tu Luna.

Damien sintió un estallido de enojo al pensarlo, pero rápidamente fue superado por otro recuerdo —el aroma, la chica. —Madre, ¿quién era esa chica? La que yo...?

La expresión de Luna Liana cambió, su nariz se arrugó con desdén. —Una Omega medio-mestiza desdichada, nada más. No podría ser tu pareja, Damien. No dejes que esa niebla drogada te confunda.

Pero la mente de Damien corría. Su olor era tan familiar, tan... correcto. Y ahora recordaba más — cabello rubio, ojos verdes. Pero el resto seguía tan borroso, como intentar atrapar humo.

El agarre de Luna Liana se apretó en su mano. —No importa quién era, Damien. No es tu pareja. Necesitas olvidarte de ella y concentrarte en lo que es importante.

Damien frunció el ceño, sus pensamientos un lío enredado. ¿Realmente podría haber sido su pareja? No tenía sentido, y sin embargo... la atracción que sentía hacia ella era innegable.

—Damien —dijo Luna Liana con firmeza, interrumpiendo sus pensamientos—, tu padre está molesto por lo sucedido. Necesitas ir a verlo.

Damien asintió, aunque su mente todavía estaba en otra parte, perdida en los recuerdos que se negaban a formarse completamente. —Sí, Madre. Iré a verlo.

Al ponerse de pie y dirigirse a la puerta, la imagen del cabello rubio y los ojos verdes de la chica persistía en su mente. No importa lo que su madre dijera, no podía deshacerse del presentimiento de que había más en todo esto de lo que ella quería hacerle creer. Y estaba decidido a encontrarla.

Damien caminó a través de los largos pasillos de la propiedad principal de la manada. Las paredes adornadas con retratos de Alphas pasados que habían gobernado con fuerza y sabiduría. Sus pasos resonaban suavemente en los suelos de piedra mientras se acercaba a la puerta de la cámara del padre.

Alfa Ricardo, el actual Rey Alfa, era un hombre de una vez gran poder e influencia. Pero ahora que su salud estaba frágil, su fuerza disminuida. Aunque Luna Liana, la madre de Damien, manejaba la manada con una eficiencia formidable, si Alfa Ricardo fuera desafiado y vencido, perderían su estatus de Alfa. Era una verdad no dicha que pendía sobre ellos como una nube oscura, y Damien era plenamente consciente de la delicada naturaleza de la política de lobos.

Tocó suavemente a la puerta y esperó la voz familiar para permitirle la entrada.

—Adelante —vino la voz, débil pero aún profunda.

Damien entró en la habitación para encontrar a su padre sentado en una silla alta junto a la ventana, una gruesa manta sobre sus piernas. El cabello plateado y vibrante de Alfa Ricardo ahora era mayormente blanco, y sus ojos, aunque agudos, estaban orlados con el cansancio de la edad y la enfermedad.

—Padre —saludó Damien, inclinando la cabeza en señal de respeto.

—Damien —respondió Richard, con una pequeña sonrisa en los labios—. Ven, siéntate conmigo.

Damien se sentó frente a su padre, la carga de la conversación ya pesando en sus hombros. Alfa Ricardo estudió a su hijo por un momento, su mirada reflexiva.

—Has pasado por mucho recientemente —comenzó Ricardo, su voz medida—. Tu madre me ha contado todo lo que sucedió en la fiesta.

Damien asintió, inseguro de por dónde empezar. —Sí, Padre. Fue... inesperado.

—Puedo imaginarlo —dijo Ricardo, recostándose en su silla—. Pero hay algo más importante de lo que necesitamos hablar. Tu futuro, y el futuro de esta manada.

Lo había anticipado, pero eso no hacía que el momento fuera más fácil. —¿A qué te refieres?

Los ojos de Ricardo se entrecerraron ligeramente, como sopesando sus palabras. —A medida que mi salud declina, la estabilidad de esta manada se vuelve cada vez más dependiente de ti, Damien. Eres el heredero, el futuro Rey Alfa. Y con eso viene la responsabilidad de elegir una pareja.

Damien tragó saliva, sus pensamientos se dirigieron inmediatamente a la chica de cabello rubio y ojos verdes. —Sí, entiendo.

—Debes elegir una pareja sabiamente —continuó Ricardo, su tono grave—. Ella debe provenir de una manada poderosa, una que pueda fortalecer la nuestra a través del vínculo de tu unión. No se trata sólo de amor, Damien. Se trata de la supervivencia y prosperidad de nuestra manada.

Damien vaciló antes de preguntar la cuestión que le había estado roendo desde la fiesta. —Pero ¿y si... y si mi verdadera pareja resulta ser una loba ordinaria? ¿Alguien que no viene de una manada poderosa?

La expresión de Ricardo se endureció, su voz firme. —Entonces debes rechazarla.

El corazón de Damien se hundió ante las palabras. —¿Rechazarla?

—Sí —dijo Ricardo, la autoridad en su voz inflexible—. Tu deber para con esta manada es antes que todo lo demás, incluso una verdadera pareja. Una loba ordinaria, una pareja sin poder o estatus, podría debilitar nuestra manada y hacernos vulnerables a aquellos que desearían desafiarnos. No puedes permitirte ser sentimental, Damien. El futuro de nuestra manada depende de ello.

Damien miró hacia otro lado, su mente invadida por emociones conflictivas. La idea de rechazar a su verdadera pareja, si ella era en efecto la chica con la que se había encontrado, parecía impensable. Pero el peso de las palabras de su padre se imponía sobre él, recordándole la responsabilidad que conllevaba su posición.

—Entiendo, Padre —dijo finalmente Damien, su voz tranquila pero resuelta.

—Bien —respondió Ricardo, su tono suavizándose ligeramente—. Sé que no es fácil, Damien. Pero naciste para liderar, y el liderazgo requiere decisiones difíciles. Recuerda eso.

Damien asintió, levantándose de su asiento. —Lo haré, Padre. No te defraudaré.

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