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Capítulo 46: Hojas caídas

Axel

 

 

 

 

Con el paso de tres meses, Miranda finalmente dio a luz en una madrugada estresante, aunque por suerte, todo salió bien, a pesar de las complicaciones. Nuestra hija nació sana y con un peso ideal, pero de igual manera tuvieron que aislarla para realizarle algunos exámenes.

Miranda también tuvo que ser llevada a emergencia por las complicaciones, pero afortunadamente no presentó problemas después del parto.

Esa mañana, cuando tuve la oportunidad de ver a mi hija, a esa diminuta persona que no conocía, pero que desde el primer momento en que la vi se convirtió en el ser más importante de mi vida, no pude evitar sentirme realizado y feliz.

Luego, al reencontrarme con Miranda, que fue trasladada a una habitación privada, y donde le di de comer debido al estricto reposo que se le obligó a mantener, optamos por escoger el nombre de nuestra hija.

—¿Pudiste verla? —preguntó con un dejo de preocupación.

—Sí, está hermosísima y saludable, ya la doctora me dijo que está fuera de peligro y que pronto la traerán para que la veas —respondí.

A Miranda se le notaba el agotamiento en su rostro, pero conforme pasaban los segundos y seguía comiendo, comenzaba a recuperar sus energías.

—¿Puedes creerlo? —inquirió.

—¿Qué? —pregunté confundido.

—Nos convertimos en padres de una niña, hemos formado una familia —dijo, a la vez que de sus ojos brotaban lágrimas de alegría.

Yo coloqué la bandeja en una mesa al lado de su camilla y tomé un pañuelo para limpiar sus lágrimas. Entendía perfectamente el sentimiento que experimentaba, de hecho, estaba más feliz que ella.

—Ana —musité.

Miranda me miró con asombro, pues fue la primera vez que la llamé por su primer nombre.

—Gracias… De verdad, muchas gracias por toda la alegría que me has brindado. Hoy te esforzaste al máximo y me has dado la oportunidad de ser el hombre más feliz del mundo. Honestamente, no sé qué hacer para corresponder a todo lo que has hecho por mi felicidad.

Miranda siguió sollozando en silencio, pero esbozaba una bella sonrisa que me permitió comprender su felicidad.

—Quédate a mi lado siempre —musitó.

—Juro que lo haré —dije con determinación.

—Anastasia Verónica… ¿Te gusta ese nombre? —preguntó.

—Es el que siempre nos ha gustado —respondí.

♦♦♦

Dos semanas después, Miranda fue dada de alta y finalmente se nos entregó a Anastasia.

La doctora nos informó que nuestra hija presentaba una peculiaridad visual que catalogó como heterocromía. Con esto nos quiso decir que Anastasia tendría ojos de distintos colores: uno azul grisáceo y otro café claro.

Al principio nos asustamos con el término, pero por suerte, la doctora nos aclaró al instante de qué trataba, y alegó que no implicaba problemas en la vista a futuro. Ese mismo día, Miranda fue dada de alta, así que empaqué las cosas que había llevado al hospital con ayuda de Verónica y regresamos a nuestro apartamento.

Verónica no se despegó de Miranda en ningún momento, al mismo tiempo que veía enternecida a nuestra hermosa Anastasia. Era evidente que le emocionaba tanto como a nosotros la llegada de un nuevo miembro a la familia.

Yo, por mi parte, me aseguré de que Miranda descansase y siguiese el reposo que la doctora le había recomendado seguir; las cosas no podrían estar mejor.

Mariana fue de las primeras en visitarnos. Estaba emocionada y enternecida con Anastasia. Decía que parecía un bello ángel enviado del cielo. Esas palabras las agradecimos tanto como el hecho de que cumpliese satisfactoriamente con sus labores en la galería.

Mis padres me dijeron que me visitarían tan pronto tuviesen tiempo, pues papá tuvo la maravillosa idea de fundar una galería de arte en Río Grande en la que también se exhibieron nuestras obras.

La señora Ferrer y la tía Alma nos llegaron de sorpresa una semana después de habernos establecido en casa, y durante su estancia, se la pasaron dándonos consejos respecto a la crianza de un niño.

Nos alegró también contar con la visita de la señora Aura, quien, además de felicitarme, dijo que Anastasia era una preciosura que heredó los rasgos de Miranda.

Sospechoso, por su parte, quien tenía dos hijos, también se convirtió en una especie de consejero, y casi todos los días me preguntaba por Anastasia. Solía hacerle preguntas de padre primerizo, que con amabilidad me respondía para tranquilizarme ante algunos temores.

En ese entonces, me hubiese gustado contar con la presencia de personas que significaron mucho para mí y marcaron mi vida. Aquellos quienes, por diferentes situaciones, solo fueron una página más de mi historia.

De Diego no supe más de lo que ya sabíamos, ni siquiera por medio de su exjefe; Bianca, según el señor Di Natale, se había casado con un italiano en Milán y esperaba la llegada de su segundo hijo; y Ángela trabajaba como corresponsal de una reconocida e importante cadena televisiva.

Pensar en esas personas me hizo recordar al árbol de las hojas caídas y llegar a una interesante analogía que Miranda y Verónica complementaron.

Era una mañana soleada y fresca, perfecta para revitalizarnos y que Anastasia tomase un poco de sol. No había muchas personas cuando nos sentamos bajo el árbol de las hojas caídas.

Verónica tenía en su regazo a Anastasia, envuelta en su manta y vestida con unas tiernas prendas que nos conmovió. Miranda estaba a mi lado, comiendo un helado de chocolate y dándome de poquito cuando le pedía.

El árbol de las hojas caídas, como siempre perdía sus hojas, a pesar del ausente otoño, pero seguía frondoso; era una simple anomalía que me incitaba a pintarlo.

—Algún día pintaré ese árbol —declaré.

—¿Sabes una cosa? —preguntó Miranda—. Desde que frecuentamos el parque, has tenido interés en este árbol, al punto de ponerle el árbol de las hojas caídas, pero nunca me has dicho por qué.

—Ni a mí tampoco —continuó Verónica.

—Pues fíjense que antes era solo eso, interés y curiosidad. Sin embargo, y precisamente desde que Anastasia nació, he pensado en aquellas personas que formaron parte de mi vida… Siento que el árbol ahora tiene mucho significado en mi vida personal y artística.

Verónica se mostró confundida y Miranda asintió como si me comprendiese.

—Creo que te comprendo —comentó Miranda.

—Yo no entiendo nada. Esta preciosura tiene toda mi atención, miren qué tierna es —dijo Verónica, enternecida con Anastasia.

Nos fijamos por unos instantes en la ternura de Anastasia y luego me tomé el tiempo de explicar el significado que tomó el árbol de las hojas caídas para mí. En otras palabras, representaba nuestro paso por la vida. Sus hojas caídas aludían a esas personas que formaron parte de nuestra historia.

Que siguiese frondoso era el claro ejemplo de que, por mucho que la vida nos quitase motivos para ser felices y seguir luchando por nuestros sueños, no podíamos dejarnos derrotar ante las adversidades enfrentadas y aquellas que estaban por venir. Debíamos ser firme y fuerte como el tronco de ese árbol. De viejas cortezas roídas. Sufriendo año tras año los cambios de estaciones y los maltratos de la naturaleza.

El árbol de las hojas caídas era la obra de mi vida. La creación de un artista que enfrentó toda clase de obstáculos con la fuerza inamovible de un fuerte tronco.

Por ende, más allá de ser un afán, era mi manera de expresarle al mundo que, aunque muchas de mis hojas se desprendieron y me generaron un profundo vacío, seguía firme y fuerte al cuidado de mis nuevas hojas, en otras palabras, mi amada Anastasia.

—Ese significado vale para nosotras también —comentó Miranda.

—En efecto, el árbol representa la vida de todos aquellos que aprendan a ver más allá de la simpleza de las cosas —dije.

—Hojas caídas, marchitas por el anticipado fin de un ciclo —comentó Verónica.

Miranda y yo la miramos con un aire de tristeza al saber que se refería a Isaías y a Freddy, aunque Verónica se expresó con una seguridad que distaba de la melancolía. Era como si, a pesar del profundo dolor, aceptase que el pasado simplemente es eso, hechos de un punto en el tiempo que con el paso de los días se hacía más distante.

—Creo que me siento capaz de pintar el árbol… y no seré muy creativo con el título de la obra, ya se lo había puesto hace tiempo. Pero me tomo la libertad de consultar con dos artistas superiores a mí, ¿cuál quedaría mejor? ¿Hojas caídas o El árbol de las hojas caídas?

Miranda y Verónica cruzaron miradas, luego esbozaron una sonrisa y me miraron.

—Hojas caídas —dijeron casi al unísono.

Asentí y esbocé una sonrisa, comprendiendo que a todas estas, gracias a las hojas caídas que formaron parte de mis ramas frondosas, a esas que se aferran a mí y también a las nacientes, sé cuál es el sentido de mi vida.

También puedo decir con certeza que, gracias a esa percepción, aprendí a aceptar cada suceso como una enseñanza valiosa que le da sentido a esta aventura llamada vida.

A fin de cuentas, mi opinión se resume en que la vida te enseña a observar, sentir, reír, llorar, pecar, valorar y amar.

En fin, la vida siempre te enseña y queda de tu parte tener la disposición de aprender.

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