Axel
Una semana después, junto con el regreso de Verónica, recibí un mensaje vía WhatsApp por parte de Bianca, en el que me explicaba las razones por las cuales se vio en la urgencia de tomar una decisión drástica que le daría a su vida un giro de ciento ochenta grados.
No es fácil para mí tomar esta decisión, pero es lo único que puedo hacer para alejarme del hostigamiento de Omar.
Ya la situación se me escapa de las manos y esperar a todo un proceso legal para que lo detengan no es conveniente; no es tan imbécil.
No me ha amenazado, ni me ha maltratado, solo ha incumplido con la custodia de Ritchie. Llevar a cabo una orden de alejamiento me llevaría más de un mes en el que corro el peligro de que vuelva a secuestrar a mi hijo.
Omar ahora bebe más y se ha vuelto un fastidio cada día. No dejaba de vigilar la casa en tu búsqueda. Menos mal que te fuiste corriendo porque estaba dispuesto a matarte. ¡Oh, Axel! Cuánto hubiese lamentado si te hubiesen hecho daño por mi culpa. Perdóname por dejar que esto se saliese de control.
Bueno, en fin, a lo que iba…
He tomado la decisión de irme a Milán con mi papá. Allá tendré donde establecerme y trabajar, lo hago por nuestro bien, y eso te incluye. La casa la puse en venta y no dije nada a Omar para que no me impidiese llevar a cabo mi plan.
Me voy mañana después de las diez de la noche…
¡Cuánto me hubiese gustado despedirme de ti como corresponde! Pero no me da tiempo, lo siento mucho. Ten en mente que te quiero y nunca te olvidaré.
Axel, ha sido un grato placer conocerte, ayudarte en su debido momento, compartir mi vida contigo y ser tuya.
Adiós
No fue fácil aceptar que Bianca se fuese tan lejos, pero de igual manera, le deseé suerte en su decisión y le correspondí a su cariño mediante un mensaje.
Afortunadamente, Verónica estaba de vuelta, y con su alegría al verme, su euforia y un optimismo contagioso que me llevó a apoyarla en sus nuevos planes, persuadí poco a poco mi tristeza.
Además, a tan solo un día de su regreso, Verónica me pidió que la acompañase al Instituto Nacional de Bellas Artes, donde fungí como su representante a la hora de plantearle al director que quería retomar sus estudios con la beca que le habían otorgado.
No hizo falta que interviniese en dicha reunión, ya que ella había congelado sus estudios y, por ende, podía retornar a sus actividades académicas justo donde las dejó.
Entonces, su horario pasó al turno de la tarde, y eso nos vino de maravillas, porque de ese modo podía seguir haciendo de mi asistente en el asilo o buscar un empleo.
Supongo que Verónica disfrutaba de las clases, pues optó por seguir apoyándome en ello. Además, de esa forma, mi carga laboral en el asilo disminuía y me permitía organizarme mejor para los temas que enseñaba en el club ítalo, donde la exigencia era más demandante.
Al cabo de unos días, tan pronto inició su jornada académica, Verónica empezó a depender de mis tutorías tanto para entender ciertas clases como para mejorar en su formación profesional. Era una chica muy entregada al arte cuando se lo proponía. Su talento tarde o temprano la iba a catapultar al reconocimiento que tuvo alguna vez Miranda dentro de las organizaciones artísticas del país.
—¿Sabes, Axel? Algo me dice que las cosas mejorarán para nosotros a partir de ahora —comentó Verónica.
Era una tarde húmeda, con vientos que anunciaban la llegada de las lluvias. Salíamos del asilo e íbamos de camino al Instituto Nacional de Bellas Artes.
—Me alegra que seas optimista —dije—, yo también siento lo mismo.
—Oye, ¿y nunca me vas a decir quién es Miranda? —inquirió—. He leído veinte libros y todos tienen su firma, ¿por qué los conservas? Ya tengo un año viviendo contigo y no sé nada al respecto.
Cuando me preguntó por Miranda y mencionó el tiempo que llevábamos compartiendo mi departamento, me mostré pensativo y asombrado. No fue fácil asimilar esas palabras.
—Es un tema que me entristece —respondí—, pero te hablaré de ella y todo lo que nos pasó.
Entonces, le conté a Verónica mi historia con Miranda, a quien describí como el amor de mi vida y una de las mejores artistas del país. De hecho, se asombró al enterarse de que compartía pasiones con ella, y por alguna razón, sintió admiración a pesar de no saber quién y cómo era.
—¿Tienes alguna foto de ella? —preguntó.
—Muchas fotos —respondí, a la vez que sacaba mi celular para buscar en mi galería.
Tenía una carpeta dedicada a fotografías de Miranda, solo de ella posando para mí durante nuestros paseos y días de distracción, momentos juntos en la librería o en aquel café donde solíamos merendar.
Verónica se mostró pensativa, como si intentase reconocerla de algún lugar. Yo la miré fijamente al deducir de dónde la pudo reconocer.
—¡Ella es la chica del mural! —exclamó.
—Sabía que la reconocerías de ahí, fue con esa obra que le declaré mi amor.
—¿Lo pintaste tú? —preguntó asombrada.
—Por supuesto que lo pinté yo —respondí un tanto indignado al recordar que nunca llegué a firmar el mural por el altercado con Richard Scott—. Bueno, hemos llegado… Aprovecharé que estamos cerca del club Ítalo para reunirme con el señor Di Natale. Tan pronto salga de allá, vendré y te esperaré en las escalinatas.
—Está bien, hoy solo tengo dos clases, pero también saldré con mis amigas, así que nos vemos a las cinco.
Me despedí de Verónica y fui al club Ítalo para reunirme con el señor Di Natale, quien por la mañana me había llamado para hablarme de un tema importante referente a mi profesión.
Yo me esperaba una reunión aburrida con temas referentes al cronograma de las clases, que en su mayoría eran prácticas centradas en las técnicas de sus artistas favoritos.
También quería aprovechar la oportunidad de pedirle que me facilitase algunas herramientas para las clases de pintura de los abuelitos, pues el señor Rodríguez me había dicho que sus superiores seguían alegando falta de presupuestos para el asilo.
—Axel, muy buenas tardes, ¿cómo estás? —me saludó el señor Di Natale al verme—. Ven, vayamos a mi oficina.
—Estoy bien, gracias, ¿y usted? —saludé con cortesía.
—Estoy un poco triste todavía con lo que pasó con Bianca, pero lo bueno es que al imbécil de su exesposo ya lo procesaron por porte ilegal de armas. Creo que estará un tiempo en prisión —reveló.
—Eso me alegra un poco, ese tipo pudo haberme matado —dije un tanto nervioso.
—Lo imaginé, Bianca me habló a medias de eso cuando me pidió que la ayudase a formalizar la demanda contra ese idiota… Pero bueno, en fin, a lo que vinimos —centró su mirada en la mía, haciendo que entrase un poco en pánico—. El club Ítalo es uno de los clubes con mayor prestigio y antigüedad en Ciudad Esperanza. Nuestra cultura, como bien debes saber, está muy vinculada al arte. Por eso, la alcaldía nos ha pedido celebrar una exposición artística en honor a Italia.
—¡Eso es maravilloso, señor! —dije emocionado—. ¿En qué le puedo ayudar?
—No solicité tu presencia para que nos apoyes en la organización, muchacho, sino para que exhibas obras de tu autoría —dijo—. Bianca comentó que hiciste un hermoso retrato de ella, dijo que tienes un talento increíble, creo que sería una buena idea promoverte.
—¿Lo dice en serio? —pregunté asombrado.
—Por supuesto, muchacho —respondió con serenidad.
—¡Vaya! Un millón de gracias… Es una gran oportunidad la que me está brindando.
—Aprovéchala al máximo, porque vendrá gente importante que es tan aficionada al arte como yo.
—Cuente con que lo aprovecharé al máximo… Empezaré desde esta misma noche a preparar mis cosas para empezar a pintar.
Me despedí del señor Di Natale con un efusivo apretón de manos y me dirigí rápido, a pesar de que eran apenas las cuatro con veinte de la tarde, al Instituto Nacional de Bellas Artes. Esperé tal cual se lo dije a Verónica en las escalinatas y me dejé llevar por la emoción. Celebraba en silencio, como si hubiese ganado un campeonato de fútbol.
Mi emoción tenía que compartirla con aquella a quien consideraba mi hermana menor.
La hora pasó rápido en medio de las ideas que ya emergían en mis pensamientos. Visiones de obras sin realizar que quería exhibir en esa exposición, e incluso pensé en convencer a Verónica para que pusiese en práctica su talento, tanto para la pintura como la escultura.
—¿En qué piensas? —preguntó Verónica cuando se me acercó. Iba en compañía de sus amigas—. Ah, por cierto, te presento a Alexa y Luna, mis amigas.
Eran dos chicas que compartían un estilo similar al de Verónica. Muchachas muy lindas y bastante simpáticas que estrecharon sus manos conmigo.
—Nos vemos mañana, chicas —dijo Verónica al despedirse de ellas, quienes se alejaron de las escalinatas y nos dejaron a solas—. Entonces, ¿en qué pensabas?
—Que tenías razón cuando dijiste que las cosas iban a mejorar para nosotros —respondí.
—¿Sí? —inquirió—, pues solo lo decía por ser optimista, pero, a ver, cuéntame.
—Mejor vayamos al Espacio de canela y te cuento todo.
Así que nos dirigimos al Espacio de canela tomando un taxi.
Al entrar a la popular pastelería, cuya afluencia de clientes crecía con el paso de los días, nos recibió un Diego emocionado, que nos llevó a nuestra mesa favorita y presumió del bono extra que obtuvo al ser el empleado del mes.
Nuestro servicial amigo tomó nota de nuestra orden, y nosotros nos dedicamos a conversar sobre las buenas noticias. Verónica se impresionó cuando le pedí que pintase y esculpiese sus propias obras para exhibirlas en la exposición del club Ítalo.
—¿No se opondrá tu jefe? —preguntó asombrada.
—Ya me encargaré de informar al señor Di Natale que eres mi aprendiz y quieres exhibir tus obras de arte —respondí.
—Axel —hizo una pausa cuando Diego colocó nuestras órdenes en la mesa, quien sonrió y nos deseó buen provecho—, pero no cuento con las herramientas para pintar o esculpir.
—Puedes utilizar mis cosas y las de Miranda. Incluso podríamos hablar con el propietario del edificio para establecernos en el depósito como taller. Será caluroso, pero podremos contar con el espacio necesario.
—¡Mierda! —exclamó Verónica de repente.
—¿Qué pasa? —pregunté extrañado.
—Mira hacia la entrada del parque, ¿no es ese Freddy?
Freddy estaba al otro lado de la calle esperando su momento para cruzar, y era evidente que se acercaba al Espacio de canela. Así que le dije a Verónica que tomase sus cosas, a la vez que le hacía señas a Diego para que se acercase con la cuenta, pero no tuvimos tiempo suficiente.
—¡Maldita sea! —murmuré—, ya entró, procura actuar con normalidad… Cualquier cosa, yo te defiendo.
Freddy giró su vista en varias direcciones, como si supiese que estábamos ahí, y se emocionó cuando nos encontró, aunque su semblante cambió antes de acercarse y arrodillarse frente a nosotros.
—Verónica, mi amor, lo siento mucho… He caído al nivel más bajo de mí mismo al lastimarte e irrespetar a Axel. Estoy muy arrepentido por todo lo que he hecho.
Yo lo miré con recelo y luego fijé mi vista en Verónica, a quien se le notaba confundida y un tanto asustada.
—¿Lo sientes mucho? —preguntó Verónica indignada, a pesar de su miedo—, eso no cambia el hecho de que me levantaste la mano… Es más, te aconsejo que te alejes de mí porque estoy considerando poner una orden de restricción en tu contra.
De inmediato me preparé para una reacción explosiva de Freddy, pero este siguió arrodillado y arrepentido.
—Perdóname, por favor, he cambiado desde que me liberaron… He ido seguido a terapia y tengo mucho más control que antes. Te prometo que no te haré daño —suplicó.
—He dicho que te alejes de mí… Además, ¿cómo supiste que estábamos aquí? —replicó ella con severidad.
Freddy se impresionó un poco con la pregunta y enrojeció de vergüenza. Así que se levantó y me miró por unos segundos.
—Fui al instituto de arte y vi que ambos tomaron un taxi hacia acá —reveló.
—¿Hace cuánto que te liberaron? —pregunté. Ambos se asombraron por mi intervención.
—Hace tres meses —respondió—, y no quise buscarlos antes porque quería demostrar que podía cambiar.
Que me respondiese a mí, mirándome fijo a la cara, sin resentimiento por nuestra pelea, como si buscase aprobación, me tomó desprevenido, ni siquiera supe qué responder.
—La cuestión es —dijo Verónica—, que cruzaste un límite que nunca debiste cruzar.
—Y desde entonces, me he arrepentido cada día… Por eso acepté todo el castigo que sufrí en el calabozo de la Policía Nacional —replicó, como si eso fuese a redimirlo.
—Freddy —intervine con la guardia baja—, debes comprender que no solo eres un peligro para Verónica, sino para ti mismo… En primer lugar, por quién tienes que cambiar ante todo es por ti, porque esa noche yo me limité a retenerte... Otro pudo haber cruzado los límites con tal de protegerla.
—Lo sé —musitó—, y tienes razón, pero les juro que he cambiado, y prometo que seguiré haciéndolo… Por mí y por Verónica.
Verónica se mostró asombrada con su vulnerabilidad. Era evidente que estaba arrepentido. Freddy se comportó como un muchacho diferente y distante de aquel muchacho violento e impulsivo.
—Mi perdón tienes que ganártelo, Freddy —sentenció Verónica—, y créeme que eso te costará mucho… Mi cariño lo perdiste desde el momento en que me levantaste la mano, pero mi comprensión, te la has ganado con tu arrepentimiento… Ahora, te agradecería que nos dejes solos y reflexiones sobre todo lo que hiciste antes de volver a dirigirme la palabra.
La madurez con que Verónica concluyó el encuentro me dejó sin palabras, aun cuando Freddy recurrió a mi apoyo masculino con su mirada.
—Juro, Verónica —musitó Freddy—, que me volveré a ganar tu amor y cariño.
Freddy me miró, asintió con cortesía y arrepentimiento, y se dio la vuelta para salir del Espacio de canela. Mientras que nosotros nos quedamos entre asombrados y extrañados con su comportamiento.
Era evidente que estaba mucho más sereno que de costumbre, a un punto en el que se tomó el tiempo de pedir perdón y mostrar disposición para ganarse, de nuevo, el amor de Verónica.