Amelie salió airadamente del estudio de su esposo y atravesó el oscuro corredor de la mansión que había sido su hogar durante tantos años. Ahora, se sentía más como una mazmorra; una torre en la que había estado encarcelada durante años y estaba finalmente a punto de liberarse.
Lamentablemente, la libertad nunca llegaba tan fácilmente, incluso para alguien como ella.
—¿A dónde crees que vas?
El tono frío de Ricardo rebotaba en las paredes de la mansión y se dispersaba alrededor de su esposa en cientos de agujas afiladas. Ella no respondió y el hombre solo se enfureció más.
Al alcanzar a Amelie, Ricardo le agarró la muñeca derecha desde atrás y la hizo girar, atrapando ambas manos de ella en su doloroso agarre.
—Te hice una pregunta, Amelie.
—¡Suéltame, me estás lastimando!
Amelie intentó liberarse de su agarre, pero fue en vano; era demasiado débil contra él.
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