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Capítulo 6: Absalon

El sol que entraba por la ventana me despertó, no quiero abrir los ojos, no sé qué hora es, no tengo clases así que debería poder seguir durmiendo.

Estoy cansado, es como si hubiera dormido demasiado. No podía continuar acostado, lo mejor será levantarme.

Pasé un rato peleando conmigo mismo resolviendo si me levantaba o si permanecía en la cama. Decidí comenzar de a poco, mi cuerpo pesaba demasiado. Tenía los ojos cansados, al parecer lloré en la noche, pues se sentían resecos. Observé el techo, mi visión periférica notó algo desconcertante, no estaba en mi habitación. Intenté levantarme, un dolor en el pectoral comenzó a punzar. ¿Por qué me duele? Desesperado por desvanecer la intriga, al querer revisar mi hombro, noté un mueble con distintos artículos, lo que llamó mi atención es que, al lado de unas flores sobresalía un collar. El colgante.

¡Ah!

Apenas entendí el significado del colgante, como si me hubieran golpeado por todas partes al mismo tiempo, la presión en el pecho me hiperventiló.

La maquina a la que estaba conectado comenzó a emitir ruido con mayor frecuencia.

Mi familia murió.

Sabía que lo estaban, no fue mentira. No fue una pesadilla. Mi mente se nubló. Llorar, era lo único que en lo que podía pensar. Aun así, no salió la más mínima lagrima, mis ojos ya no tenían fuerza.

—¿Absalon? —dijo alguien en la misma habitación.

Esa voz…

No me percaté hasta ahora, alguien estuvo todo este tiempo a mi derecha. Al otro lado de la ventana y del mueble una figura conocida se acercó a mí con los ojos llorosos y me abrazó.

A pesar de que sus sentimientos me llegaron de inmediato, no los recibí, seguía analizando lo sucedido. Era incapaz de asumirlo, me negaba a creer que era verdad.

—Estás bien, por fin. No sé qué decir, tenía tanto miedo de perderte.

Linna, quien trataba de consolarme por lastima, no me hizo emocionarme. En este estado de asumir las cosas, no recibía nada, bloqueé mis sentimientos para no sufrir. No era efectivo en su totalidad, pero cumplía su propósito.

—Lamento lo de tu familia, en serio, sé que no puedo saber por lo que estás pasando… Pero de verdad —no terminó de decir, su llanto era intenso—. Me alegro que te encuentres bien.

No declaró nada inquietante, dijo lo necesario para cualquier persona en mi situación. Desde su corazón y con buenas intenciones. Aun así, el que dijera eso me molestó. Me enojó un sinsentido de palabras, pensé que no podía sentir. La impotencia que recordé me hizo alejarla con cuidado.

—¿Qué sucede? —me analizó con lágrimas, como si sintiera mi dolor.

No, puede que estuviera llorando por su preocupación hacia mí, pero sus palabras volvían a tocar la herida.

Me levanté sin distinguir a que estaba conectado, al tratar de bajarme de la camilla por el lado contrario a Linna, tropecé de inmediato. El dolor del cuerpo seguía y el cansancio se notaban, ya que apenas pude sujetarme de la camilla para no caer por completo. La caída que encontré patética, hizo que el odio acumulando en mí, incrementara.

Linna antes de que me diera cuenta estaba sujetando de mí.

—Perdón por no haberte alcanzado. Prometo que te cuidaré de…

No alcanzó a terminar la frase. La razón, era que yo la había empujado, haciendo que cayera al piso.

—¡Cállate! ¡No necesito tu puta lástima!

Se sintió como si una ventana se hubiera trisado. No, fue como si una delicada pieza decorativa de cristal se hubiera quebrajado, sosteniéndose apenas. Un pequeño empuje la terminaría de quebrar.

Su mirada transmitía que, en ese preciso momento, ella me temía.

Antes, jamás pensé que podía hablarle a alguien así. Menos a Linna, a quien realmente amo. Pero una furia incomprendida incluso por mí, salió a flote y no distinguía entre bueno o malo.

El trance se cortó, ahora me encontraba en una situación de la que quería huir, y eso hice. Me costó recomponerme, tuve que sujetarme del marco de la puerta para no caer. No podía seguir ahí. Quería dejar de verla, evitar que me viera como una mala persona.

Aunque mi cuerpo no ayudaba y la herida seguía atrayendo dolor, logré caminar apoyado a la pared. Buscando como llegar a la salida pasé por varios pasillos, algunos largos, otros pequeños. Como nunca estuve en un hospital antes y no sabía dónde me encontraba, seguí con prisa sin destino alguno. Finalmente, en una puerta que se dirigía a un tipo de patio pude ver la luz natural, desplazado por mis pies descalzos llegué. La luz me encandiló, mis ojos pestañaron rápidamente para recuperar la visión. El patio era inmenso, pensado para grandes vehículos. Al otro lado de la pared que me sujetaba, descargaban un camión con insumos médicos. Miré donde entró el camión y pude ver que el portón seguía abierto. Estaba agitado y mis piernas seguían algo entumecidas, sin tomarle importancia seguí en tal dirección. Me di cuenta de que uno del recepcionista estaba a punto de cerrar el portón. Cuando este se comenzó a mover ya me encontraba afuera. Ninguno de los guardias llegó a percatarse de mi presencia.

Al salir no me detuve, me dirigí a la esquina para cruzar paralelo al hospital. Al cruzar, me di cuenta de que estaba a una cuadra del parque Col. Este unía tres grandes sectores. "Carruaje", era donde me encontraba, era amplio y lleno de hogares, en la medida de que se iba acercando al bosque se tornaba comercial, había clínicas, hospitales y supermercados. "Viñedo bajo", este era el sector con menos comercio, pero el de mayor amplitud, pues las casas eran el doble de espaciosas que las comunes, esta era la que se encontraba más alejada del centro de la ciudad, donde comenzaba el bosque. La última, "La floresta". Hacia donde tenía que ir, se encontraba muy cercana al centro y era posiblemente del mismo tamaño que "Carruaje", solo que las viviendas eran las que se encontraban concentradas alrededor del bosque.

Cuando me encontré frente al gran bosque del parque una sensación de desesperanza me atrapó. Tratando de dejarla de lado me adentré por una puerta de fierro que se veía poco usada. No se sentía gente, casi no se escuchaban vehículos pasando detrás mía. Recordé que para la semana estaba programado unos partidos de futbol de la selección nacional, un amistoso con Holanda el día lunes.

¿Estamos a lunes?

Debido al evento, pareciera que hay gente en el parque. De todas maneras, por precaución, terminé caminando por el sector boscoso y ajetreado, para no tener que dar explicaciones a nadie. Quería estar solo y además la ropa del hospital era demasiado vistosa. Continué por un sendero muy estrecho del cerro. El calor del atardecer comenzó a disminuir así que comencé a correr para llegar antes del crepúsculo. Corrí a través del bosque, me tropecé y caí en unas hojas secas que tapaban el piso lleno de raíces. Reiteré mi paso, el dolor del golpe no me dejó continuar y luego de unos metros caí rendido de rodillas. Quería contraerme por el dolor, pero si lo hacia el ardor del pectoral volvería con mayor fuerza. Mientras recuperaba el aliento de manera abrupta para calmarme, las lagrimas y la saliva brotaban para caer en las hojas. Fue cuando me percaté de lo desolado me encontraba en medio de un bosque.

¡No! No quería regresar a esa desesperación y tristeza. Para no envolverme en mis pensamientos salí corriendo. Seguía con los ojos llorosos, no le di importancia y continué corriendo. Era inevitable volver a encontrarme los recuerdos. Corrí aún más rápido queriendo dejar atrás todo lo que me persigue. No podía deshacerlo, comencé a sollozar, sin dejar la velocidad a la que iba alcé la vista para devolver mi respiración y sacar las lágrimas de mis ojos. Justo arriba mío iba pasando lo que parecía ser un aguilucho, dejando por donde pasaba su característico sonido. Este tenía algo en sus garras, era una serpiente. Al mirar hacia el cielo no di cuenta por donde iba y tropecé con una raíz, para no caerme traté de poner mi mano y continuar. Al hacer como planeé me percaté tarde de lo que tenía enfrente y en un desvió del camino terminé cayendo por un pequeño risco. No era muy empinado, pero fue lo suficiente para hacerme girar irregularmente reiteradas veces. Di unas cuantas vueltas, terminando en un sector plano envuelto de árboles altos y robustos. El dolor ya no era solo en la rodilla y debajo de la clavícula, ahora se extendía por todo el cuerpo. Tratando de ignorar el dolor volví a levantarme y con cuidado, esperando no haberme lesionado alguna extremidad, continúe. Esta vez con mayor calma.

Luego de unos minutos terminé llegando a la salida del bosque cercana a mi casa. Antes de salir me encontré al mismo aguilucho que vi antes, tirado en el piso. ¿Era el mismo? Claro que lo era y ahora estaba muerto, la serpiente enrollada en él tampoco mostraba indicios de vida. Puede que solo fuera mi superstición o alguna señal que buscaba como todos en esta vida, algo que me dijera que hacer, o algo que me empujara a hacer lo que tanto pensaba, pero no me atrevía. Tal como sucede en todos los aspectos de mi vida. Si no sabía qué respuesta o que camino tomar miraba hacia los alrededores en busca de una señal ilógica que me diera algún tipo de decisión que no estaba dispuesto a tomar a conciencia. Puede que fuera ese tipo de señal irracional la que me hizo pensar en utilizar todo lo que me quedaba para acabar con el aguilucho, si estaba destinado a sufrir, quería hacerle lo mismo.

La intención de asesinar a una persona.

Este pensamiento, por primera vez iba en serio.

Luego de salir por una reja de fierro oxidada, crucé la calle que bordeaba un tercio del parque. Mi casa se encontraba a una cuadra al lado de la salida. Daba hacia los frondosos árboles, normalmente me quedaba viéndolos durante largos minutos pensando en lo afortunado que era, esta vez, no les dirigí ni un vistazo. El sector siempre era calmado. La avenida principal se encontraba a varias cuadras en paralelo y la gente no tendía a desviarse a menos que viviera en el sector. Me encontraba frente a mi casa. Esperando que nadie me viera, sobrepuse un pie entre el espacio de la reja y la pared que separaba el patio con el del vecino. Afirme mi pie descalzo, aun adolorido, en diagonal para tener un soporte. Me sujeté de la parte superior y de un impulso salté. No era nada nuevo para mí, pero hacerlo en este estado lo complicó demasiado. Tuve que hacer más esfuerzo del que acostumbraba. Al aterrizar mi cuerpo no soportó la gravedad. Las manos no fueron suficientes para recepcionar lo que no alcancé con las piernas. Desprendiéndome del suelo, contemplé la casa. Lo verdaderamente complejo empezaba ahora. Al no tener las llaves tenía que arreglármelas para entrar, comencé revisando si en el primer piso encontraba alguna ventana que haya quedado abierta, mis intentos fueron en vano. La luz del sol ya no era muy útil, los faroles comenzaron a aumentar de a poco su luminosidad. Al rendirme con el primer piso no tuve dudas en entrar por mi propia ventana situada en el segundo piso, ya que yo mismo la dejé abierta, solo tenía que deslizarla con suficiente fuerza. Analicé cuál eran mis opciones para subir. Opté por subirme al jeep de mis padres por la parte trasera para alcanzar el techo que protegía a los vehículos, este era de un plástico no muy grueso, lo suficiente para resguardarlos de una lluvia y a la vez dejar pasar la luz. Me sujeté a una de las orillas del techo con mi brazo derecho, pero quedaba en contra de la ventana, si quería alcanzar a subirme o a sujetarme directo de la ventana me veía obligado a usar el otro brazo. Sabía que iba a ser doloroso alzar mi mano izquierda. Era una tortura, de a poco la elevé, sin hacer movimientos bruscos para no agravar la herida que se comenzaba a abrir. En una eterna acción, me sujeté firme del borde, dirigiendo la fuerza al antebrazo. Con esto pude poner un pie en la pared. Mi brazo derecho, acompañado de un salto, alcanzó la orilla de la ventana, con el mismo impulso, aproveché de subir todo mi cuerpo sobre el techo, poniendo la mayor parte de la fuerza en mis extremidades fuertes, logré subir. En otro estado lo hubiera hecho sin mucho esfuerzo, lamentablemente no era el caso. Antes de que perdiera toda mi energía abrí la ventana y crucé al otro lado. Al entrar el ambiente tibio me dio la bienvenida.

Me conmocionó el haber entrado. Todo seguía tal y como lo dejé. Mi guitarra seguía encima de la cama, la puse ahí para no olvidarme de llevarla. Me encantaba hacerlos sonreír cuando tocaba, no era el mejor, pero sabía lo necesario. Ahí estaba, la guitarra que tantas emociones trajo, con la que canté temas tristes y alegres solo para ellos. Se me hizo imposible no afligirme, mi garganta se volvió apretada, volviendo difícil algo tan simple como tragar. Todavía organizando mis pensamientos, comencé a vestirme. De una manera natural, o eso quería aparentar. En realidad, me encontraba destrozado. El recuerdo volvía y el ruido de mi memoria me asustaba, me atormentaba, quería sacármelo de encima. De un momento a otro comencé a gritar para votar el dolor. La ira arrasó con todo lo que tenía a mi alcance. No importaba lo que sucediera, necesitaba quitármelo.

En un ataque de desesperación, mi habitación fue destrozada, la rabia solo fue calmada cuando unas gotas de sangre reposaron en mis pies. La herida del pectoral se abrió. Hasta el momento no tuve la fortaleza para verla. Me dirigí al baño y desnudé mi zona superior. Ahí me reconocí, un chico de dieciséis años que acaba de vivir una tragedia imposible de aceptar. Mi figura mostraba un cuerpo ejercitado. Ni muy musculoso, ni muy marcado. En mi zona izquierda del tronco; cerca del hombro, veía como la sangre era derramada, era una herida menos notoria de lo que imaginé, aun así, me generaba un dolor inmenso. Podía verme con claridad en el espejo. Mis ojos estaban hinchado, tenía rasguños en la mejilla, en la frente y en todo el cuerpo.

¿Absalon?

 Ese chico ya no está. No sé quién es la persona que estaba en el espejo. Ese no era el yo que todos conocen, que incluso yo conocía. La expresión de la persona frente a mí era la de alguien demacrado, alguien que quería desaparecer de la faz de la tierra, la de alguien débil, de una persona derrotada. Odiaba esa imagen, odiaba esa figura en ese estado tan patético, me hacía rechinar los dientes. Terminé golpeándola. Un crujido acompañó mi puño. Rompí el espejo, mis nudillos quedaron adoloridos y se tornaron rojos, tenía la intención de hacerme desaparecer. No podía aceptar nada, así que tratando de alejar mis pensamientos me dirigí a la pieza de mi hermana para asegurarme de que no estaba ahí. Puede que lo hiciera para hacerme sufrir, es un sinsentido, pero funcionó, de a poco me sumergía en fondo de un pozo. Como si quisiera incrementar la fatiga mental y destrozarme, me dirigí a la pieza de mi hermano. A diferencia de recién entré, me mantuve en medio de la habitación donde podía ver todas sus cosas. En una zona me encontré las estúpidas gorras que usaba, sabía que evocaría el recuerdo de su gorra caer. Así mismo me dejé caer y abrasando la cama de rodillas, permití que mis lamentos colapsaran. Lloré y lloré, no podía hacer otra cosa que llorar, cada vez que lloraba sus aspectos volvían y me dañaban para continuar mis quejidos.

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